Sí, éste era su día, pensó. El cielo estaba azul y limpio y puro, los pájaros lo habían despertado suavemente, todo comenzaba bien. La raya al medio, sello indestructible de su peinado y su personalidad, le había salido perfecta, como dibujada. El café, negro y a la temperatura justa, como a él le gustaba, desde siempre.
Se puso su mejor camisa, sus zapatillas preferidas, ensayó su mejor cara frente al espejo, salió a paso firme y con una sonrisa de oreja a oreja. No sabía muy bien porqué, pero tenía la sensación de que sí, éste era su día.
Las cuatro cuadras hasta la parada del ómnibus fueron un trámite. Cuando llegó, supo con certeza que el destino estaba de su lado. Ahí estaba ella, su vecina, morocha, alta, con ese cuerpo firme, siempre deseado, siempre lejano.
-Hola, cómo estás? (Tímido, neutro, él).
-Bien, apurada. (Corta, seca, ella).
Una vez arriba del ómnibus -que había llegado a tiempo, cosa extraña-, se sentaron juntos, y luego de las palabras y los tópicos de rigor (el calor, los mosquitos, el trabajo, el barrio), comenzaron a hablarse. El no podía dejar de mirarle los hombros, los ojos, los pechos que insinuaban la remera corta y ajustada de ella. Ella, para sorpresa de él, tampoco podía dejar de mirarlo.
Todo fluía en perfecta armonía, los gustos culinarios, musicales, de ropa, de colores. Los viajes hechos y por hacer. Las tardes de invierno al sol, la soledad, el sexo. El café (por supuesto!). Cada palabra que uno pronunciaba era rápidamente aprobada, asentida, afirmada por el otro.
Me estoy enamorando, pensaron él y ella al mismo tiempo.
Este es mi día de suerte, se dijo por enésima vez él. El boleto capicúa se le arrugaba en el puño, un poco transpirado por la adrenalina del amor. Las calles, los árboles, se veían desde el ómnibus como en un travelling infinito. Sí, éste era su día de suerte.
Estaba tan contento, tan pleno, tan feliz, que casi no sintió el ruido de la piedra golpeando el vidrio del colectivo, el estallido de su cráneo, los huesos rotos, la masa encefálica escapándosele irremediablemente de la cabeza, el llanto histérico de ella, la sangre mojándole la camisa, el puño, el boleto de ómnibus.
Se puso su mejor camisa, sus zapatillas preferidas, ensayó su mejor cara frente al espejo, salió a paso firme y con una sonrisa de oreja a oreja. No sabía muy bien porqué, pero tenía la sensación de que sí, éste era su día.
Las cuatro cuadras hasta la parada del ómnibus fueron un trámite. Cuando llegó, supo con certeza que el destino estaba de su lado. Ahí estaba ella, su vecina, morocha, alta, con ese cuerpo firme, siempre deseado, siempre lejano.
-Hola, cómo estás? (Tímido, neutro, él).
-Bien, apurada. (Corta, seca, ella).
Una vez arriba del ómnibus -que había llegado a tiempo, cosa extraña-, se sentaron juntos, y luego de las palabras y los tópicos de rigor (el calor, los mosquitos, el trabajo, el barrio), comenzaron a hablarse. El no podía dejar de mirarle los hombros, los ojos, los pechos que insinuaban la remera corta y ajustada de ella. Ella, para sorpresa de él, tampoco podía dejar de mirarlo.
Todo fluía en perfecta armonía, los gustos culinarios, musicales, de ropa, de colores. Los viajes hechos y por hacer. Las tardes de invierno al sol, la soledad, el sexo. El café (por supuesto!). Cada palabra que uno pronunciaba era rápidamente aprobada, asentida, afirmada por el otro.
Me estoy enamorando, pensaron él y ella al mismo tiempo.
Este es mi día de suerte, se dijo por enésima vez él. El boleto capicúa se le arrugaba en el puño, un poco transpirado por la adrenalina del amor. Las calles, los árboles, se veían desde el ómnibus como en un travelling infinito. Sí, éste era su día de suerte.
Estaba tan contento, tan pleno, tan feliz, que casi no sintió el ruido de la piedra golpeando el vidrio del colectivo, el estallido de su cráneo, los huesos rotos, la masa encefálica escapándosele irremediablemente de la cabeza, el llanto histérico de ella, la sangre mojándole la camisa, el puño, el boleto de ómnibus.
13 comentarios:
Che ¿en Varsanyiland no existen los finales felices?
Dejando de lado mi irredimible corazoncito romántico-novelesco, tengo ke decirte que tu creatividad es cruda, sensible, brutalmente sincera y absolutamente brillante, igual que vos. Es un privilegio para mí conocer a alguien así, y un verdadero placer para los sentidos apreciar todo lo ke hacés.
La suerte, se ve, se quedó en el boleto capicúa. La verdad, era raro que la minita le esté dando bola, si ya lo había tachado en el boliche el sábado anterior. Ni lo saludó.
La vida, a veces, tiene esas formas de demostrarte que puede jugar con vos como si fueras un muñeco de trapo.
Muy buen relato, mantené actualizado el blog así me paso seguido. ¡Un abrazo!!
Gata: Gracias.
Sebas: La vida SIEMPRE te hace de goma. Imaginate la suerte del que no sacó el boleto capicúa.
Un abrazo.
y ni hablar del que tiró la piedra.
Habrá escondido la mano?
VARSANYI..LINDA HISTORIA.. ME GUSTO LA DESCRIPCION DE LA MINA .. ME GUSTO EL FINAL DE LA MASA ENCEFALICA....MUY DETALLISTA..
QUE PASO CON EL QUE TIRO LA PIEDRA?? LO ARRESTARON,? PORQUE TIRO LA PIEDRA?? LE APUNTO A EL? HABRA SIDO EL NOVIO DE LA CHICA?.. LA VIDA SIEMPRE TE HACE DE GOMA??- EN FIN..UN ABRAZO...GRACIAS POR EL COMENTARIO..
Que buena historia gabriel. Muy vos.
Gaby querido, muy buena historia. Un abrazo.
me encantó (en serio)
sos emo (en serio)
Muy bien chaval...mas que metaforas literarias parece un documental del National Geographic sobre los peligros de viajar de noche en el 102 Zona Norte por la Rinconada...jeje.
Y si la vida te hace perno y hasta hay veces que la pierda se ve venir. Igual por un momento, nuestro heroe era lo mas.
Buena la historia, totalmente Varsayenesca. El perfil Emo (globina), tendra algo que ver con vivir en la calle donde habitan el 66 % de los hungaros de Tucuman?
La dejo picando....
Abrazo,
El Gañan de Madriz
http://ffffound.com
Charlotte: me imagino que el que tiró la piedra se dijo "Hoy sí que es mi día de suerte!"
Anónimo: muy yo??
Julios: Gracias
Madrileño: Me gustó eso de que la vida te hace perno. Te emperna. Una linda figura!
Theremin: gracias, y ya me hice el flequillito emo (en serio).
Los finales felices no existen.
Es un hecho.
Saludos.
hola , gabriel, que lindo, que lindo, soy fiaca para leer en la pantalla pero me tenté y no estoy arrepentida! lo bueno es que con las fotos vivo lo mismo, los mismos climas, la misma gente circulando. quiero VER MASSS. mas fotos.
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