Se sienta en la amplia galería con un vaso de vino en su mano derecha, cigarrillos, y su cámara de fotos. Amanece y escucha cómo los pájaros despiertan, de uno en uno. Toma un trago. El vino tiene cuerpo y buen sabor, y comienza a pensar en algunos momentos de su vida, al azar, sin orden ni cronológico ni jerárquico. Toma una foto del jardín, no le gusta, la borra. Sus recuerdos lo abruman, lo sobrepasan. Toma otro trago, y es consciente de los efectos que la bebida produce en él.
Otra foto. Está mejor, piensa. Otra más. Otro trago. Y uno más. Las pastillas que puso en el vaso son suficientes para que ya no haya retorno, lo obnubilan, lo ponen alegre, lo matan lentamente. Una última foto antes de que cierre los ojos, cámara, vaso y cigarrillos caigan al piso, los pájaros cantan al unísono, un nuevo día llega.
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