¿Cómo será el olor del cansancio,
Del hastío,
Del agobio?
Como el de las semillas secas al sol
Como el olor a flores rancias
Como el que tenías hoy cuando te vi?
miércoles, 31 de agosto de 2011
domingo, 28 de agosto de 2011
Así
Me acuerdo de ayer (¿o fue la semana pasada a la siesta, o recién?). Vos me subiste con la urgencia húmeda de terminar con todo de una vez yo te dejé hacer y vos empezaste te movías despacio al principio y yo te rozaba con mis dedos los pechos pequeños y tu pelo largo y lacio me tocaba apenas los pezones y vos me apoyaste tus manos grandes sobre los hombros trampa cárcel tormento juego sonrisas que no veíamos por la penumbra y porque te juro que nunca abrimos los ojos y yo estaba quieto adentro hasta que me dijiste ahora y yo te dije ahora y parecíamos un solo cuerpo tu panza chata pegada a la mía más redonda tu piel transpirada pegajosa y toda mía tu voz diciéndome no sé qué cosa ya no importa más nada y yo gritando desde lo más profundo y ahogándome hasta que vos te pusiste dura una dos tres veces cuatro y yo volví a acabar los dos juntos ya no importa más nada yo me dije voy a morirme quiero morirme así quiero que cuando llegue el momento sea así con vos no importa si es esta noche o a la siesta o recién.
miércoles, 24 de agosto de 2011
Estaban ahí
El pidió una ensalada, de ésas que comía la gente sana, lujo que no podía darse muy a menudo. Y una coca.
Mientras leía el libro de turno, estaba atento al celular, que ansiosamente revisaba cada dos minutos.
-"Voy para allá"- Decía el primer mensaje. (El único, el que había esperado leer desde hacía días).
-"Voy"- Contestó.
Pagó, salió del bar, casi que corrió las cinco cuadras que lo separaban del encuentro con ella.
Llegaron casi al mismo tiempo. Se miraron, curiosos. Nunca antes se habían visto de ese modo. (Creo que nunca después lo hicieron).
Entraron, ella dejó sus cosas por ahí, como al descuido. No hacía falta mayor cuidado, todo estaba en un perfecto orden.
Preparó todo.
El se preparó también. Intuía, Sabía que no había retorno posible después de esto. Bebieron, fumaron, hablaron un poco; ya obnubilado por el alcohol y el humo, se sentía bien. Muy bien.
-¿Qué estamos haciendo?- Preguntó él. (¿O había sido ella?).
-No sé- Respondió uno de los dos. -Pero esto es lo que queremos, ¿no?-.
El primer beso fue devastador, para ambos. El sentía cómo ella se desarmaba en sus brazos, y la sostenía, y se sostenía, y en ese instante comprendió que la amaba como nunca a nadie antes. Ella sólo podía dejarse ir, entregarse, perderse en los labios de este hombre que el azar y el tiempo le habían presentado, casi de casualidad.
Ella propuso un pacto. Sólo sería por esa única noche.
-De acuerdo-, dijo él.
Sabían que era mentira, una manera de protegerse, un intento de escapar al inevitable destino que no los separaría jamás.
Cuando se desnudaron sin prisas el uno al otro, en la semipenumbra de su cuarto, él... tuvo que dar vuelta la cara para que ella no viera sus lágrimas. Y ella... sólo se dejó caer, sonriéndole, invitándolo al juego.
Se exploraron. Con los ojos y las bocas y las lenguas y las manos y el olfato y el oído y las mentes y con y por cada poro de sus cuerpos. Cada centímetro de uno, alternativamente, era ya propiedad del otro. El saboreaba la sal de su cuello, el olor a pan de su cabello, sus pechos, su pubis, sus piernas que lo apretaban fuerte. Ella se había abrazado para no soltarlo nunca.
Cuando entró en ella, se dio cuenta de que todo, desde que se vieron en la puerta de su casa, mientras bebían y fumaban y charlaban, cuando se dieron ese primer y fundamental beso, ahora, ya, todo todo todo era parte de un larguísimo orgasmo mutuo, una tremenda manera de asumir que, después de eso, nada en sus vidas sería igual.
El acabó erguido, de rodillas, sosteniéndola al borde de la cama, mientras ella, con el cuello volcado hacia atrás, se arqueaba mientras sus últimos movimientos espasmódicos terminaban de sacudirla, callada pero con la boca abierta como si estuviera gritando.
Estaban ahí. El, largo como era, despierto; ella, con los ojos cerrados, despierta.
Estaban ahí. Sabían que se amaban. Sabían que no tenían chances. Que no era el momento, que no podían, que se iban a destruir.
Estaban ahí.
Cuando salió el sol, él se puso la ropa, despacio, para no despertarla.
No miró hacia atrás cuando dejó su casa. Iba a volver, seguro.
Mientras leía el libro de turno, estaba atento al celular, que ansiosamente revisaba cada dos minutos.
-"Voy para allá"- Decía el primer mensaje. (El único, el que había esperado leer desde hacía días).
-"Voy"- Contestó.
Pagó, salió del bar, casi que corrió las cinco cuadras que lo separaban del encuentro con ella.
Llegaron casi al mismo tiempo. Se miraron, curiosos. Nunca antes se habían visto de ese modo. (Creo que nunca después lo hicieron).
Entraron, ella dejó sus cosas por ahí, como al descuido. No hacía falta mayor cuidado, todo estaba en un perfecto orden.
Preparó todo.
El se preparó también. Intuía, Sabía que no había retorno posible después de esto. Bebieron, fumaron, hablaron un poco; ya obnubilado por el alcohol y el humo, se sentía bien. Muy bien.
-¿Qué estamos haciendo?- Preguntó él. (¿O había sido ella?).
-No sé- Respondió uno de los dos. -Pero esto es lo que queremos, ¿no?-.
El primer beso fue devastador, para ambos. El sentía cómo ella se desarmaba en sus brazos, y la sostenía, y se sostenía, y en ese instante comprendió que la amaba como nunca a nadie antes. Ella sólo podía dejarse ir, entregarse, perderse en los labios de este hombre que el azar y el tiempo le habían presentado, casi de casualidad.
Ella propuso un pacto. Sólo sería por esa única noche.
-De acuerdo-, dijo él.
Sabían que era mentira, una manera de protegerse, un intento de escapar al inevitable destino que no los separaría jamás.
Cuando se desnudaron sin prisas el uno al otro, en la semipenumbra de su cuarto, él... tuvo que dar vuelta la cara para que ella no viera sus lágrimas. Y ella... sólo se dejó caer, sonriéndole, invitándolo al juego.
Se exploraron. Con los ojos y las bocas y las lenguas y las manos y el olfato y el oído y las mentes y con y por cada poro de sus cuerpos. Cada centímetro de uno, alternativamente, era ya propiedad del otro. El saboreaba la sal de su cuello, el olor a pan de su cabello, sus pechos, su pubis, sus piernas que lo apretaban fuerte. Ella se había abrazado para no soltarlo nunca.
Cuando entró en ella, se dio cuenta de que todo, desde que se vieron en la puerta de su casa, mientras bebían y fumaban y charlaban, cuando se dieron ese primer y fundamental beso, ahora, ya, todo todo todo era parte de un larguísimo orgasmo mutuo, una tremenda manera de asumir que, después de eso, nada en sus vidas sería igual.
El acabó erguido, de rodillas, sosteniéndola al borde de la cama, mientras ella, con el cuello volcado hacia atrás, se arqueaba mientras sus últimos movimientos espasmódicos terminaban de sacudirla, callada pero con la boca abierta como si estuviera gritando.
Estaban ahí. El, largo como era, despierto; ella, con los ojos cerrados, despierta.
Estaban ahí. Sabían que se amaban. Sabían que no tenían chances. Que no era el momento, que no podían, que se iban a destruir.
Estaban ahí.
Cuando salió el sol, él se puso la ropa, despacio, para no despertarla.
No miró hacia atrás cuando dejó su casa. Iba a volver, seguro.
domingo, 21 de agosto de 2011
El jodidamente certero Bret Easton Ellis
... y se me va la mirada hacia los chicos apenas lo bastante mayores para conducir que se están bañando en la piscina climatizada, las chicas con tanga y tacones altos que hay junto al jacuzzi, esculturas animadas en todas partes, un mosaico de juventud, un lugar al que ya no perteneces.
Suites Imperiales
sábado, 20 de agosto de 2011
Sin título
Aquí veo
Gente
Que no hace
Nada
(Excepto sonreír)
Y yo
Pienso
En lo infelices
Que son
(¿Ellos?)
Gente
Que no hace
Nada
(Excepto sonreír)
Y yo
Pienso
En lo infelices
Que son
(¿Ellos?)
jueves, 18 de agosto de 2011
Música para los días
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Sol-Do-Re-Mi(Do)
Fa(Fa)-Fa-Fa
Fa(Do)-Mi-Mi
Mi(Re)-Re-Re-Mi-Re(Sol)-Sol
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Sol-Do-Re-Mi(Do)
Fa(Fa)-Fa-Fa
Fa(Do)-Mi-Mi
Sol(Sol)-Sol-Fa(Fa)-Re-Do(Do)
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Sol-Do-Re-Mi(Do)
Fa(Fa)-Fa-Fa
Fa(Do)-Mi-Mi
Mi(Re)-Re-Re-Mi-Re(Sol)-Sol
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Sol-Do-Re-Mi(Do)
Fa(Fa)-Fa-Fa
Fa(Do)-Mi-Mi
Sol(Sol)-Sol-Fa(Fa)-Re-Do(Do)
domingo, 14 de agosto de 2011
Hoy
sábado, 13 de agosto de 2011
I have the moon
We have walked in ancient times,
And we've been burnt for many crimes,
We have envied many lives,
But we never really died,
You have the sun I have the moon
You have to fly around the world all day,
To keep the sun upon your face,
I'd like to come and comfort you,
But i'd be blind if I were blue,
You have the sun I have the moon
You've come to die under the sun,
And i'll be doomed to carry on,
You have become like other men,
But yet you kiss me once again,
You have the sun I have the moon
And we've been burnt for many crimes,
We have envied many lives,
But we never really died,
You have the sun I have the moon
You have to fly around the world all day,
To keep the sun upon your face,
I'd like to come and comfort you,
But i'd be blind if I were blue,
You have the sun I have the moon
You've come to die under the sun,
And i'll be doomed to carry on,
You have become like other men,
But yet you kiss me once again,
You have the sun I have the moon
sábado, 6 de agosto de 2011
Siesta
Entraron.
El le mostró sus tesoros, ella los suyos. Tomaron café. Se regalaron miradas y sonrisas y caricias.
La siesta invitaba a todo -lo posible y lo imposible-.
Soñaron juntos, casi con las mismas cosas.
Luego, hablaron. Y hablaron. Y hablaron. Era como una adicción, no podían parar.
A él le gustaba que ella fuera tan... perfectamente imperfecta. Lo volvía loco su pelo, sus ojos de miel, su ropa, su panza, la tirita de su bombacha apareciendo por sobre el vaquero gastado. Y lo que decía y cómo lo decía, con una rara mezcla de apasionamiento y frescura.
A ella, le encantaba que él supiera cuándo callar, cuando apretarla fuerte, cuándo besarla en la boca, cuándo llevarla a otros mundos, íntimos, secretos, sólo suyos.
(El no era tan lindo como ella).
La siesta se hacía tarde, el sol seguía su curso para perderse una vez más, por un día más, tras la negra línea de algún viejo edificio. Apuraron besos, olvidaron cosas, se tropezaron el uno con el otro al abrir la puerta, sabían que llegaban tarde a donde fuera que iban.
Salieron.
El le mostró sus tesoros, ella los suyos. Tomaron café. Se regalaron miradas y sonrisas y caricias.
La siesta invitaba a todo -lo posible y lo imposible-.
Soñaron juntos, casi con las mismas cosas.
Luego, hablaron. Y hablaron. Y hablaron. Era como una adicción, no podían parar.
A él le gustaba que ella fuera tan... perfectamente imperfecta. Lo volvía loco su pelo, sus ojos de miel, su ropa, su panza, la tirita de su bombacha apareciendo por sobre el vaquero gastado. Y lo que decía y cómo lo decía, con una rara mezcla de apasionamiento y frescura.
A ella, le encantaba que él supiera cuándo callar, cuando apretarla fuerte, cuándo besarla en la boca, cuándo llevarla a otros mundos, íntimos, secretos, sólo suyos.
(El no era tan lindo como ella).
La siesta se hacía tarde, el sol seguía su curso para perderse una vez más, por un día más, tras la negra línea de algún viejo edificio. Apuraron besos, olvidaron cosas, se tropezaron el uno con el otro al abrir la puerta, sabían que llegaban tarde a donde fuera que iban.
Salieron.
miércoles, 3 de agosto de 2011
Jueves
Salimos ese día, ese jueves por la mañana, ella... no tenía nada que hacer, yo quería hacerlo todo con ella. Caminamos como si hubiese sido la primera vez -a lo mejor lo era-; juro que no me cansé, no había ni música ni pájaros ni calor, sólo caminábamos, de la mano, sueltos, juntos. Nunca fuimos tan bellos como en ese momento, nunca nos amamos tanto como en ese día.
martes, 2 de agosto de 2011
Mi Sangrienta Valentina
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