miércoles, 24 de agosto de 2011

Estaban ahí

El pidió una ensalada, de ésas que comía la gente sana, lujo que no podía darse muy a menudo. Y una coca.
Mientras leía el libro de turno, estaba atento al celular, que ansiosamente revisaba cada dos minutos.
-"Voy para allá"- Decía el primer mensaje. (El único, el que había esperado leer desde hacía días).
-"Voy"- Contestó.
Pagó, salió del bar, casi que corrió las cinco cuadras que lo separaban del encuentro con ella.
Llegaron casi al mismo tiempo. Se miraron, curiosos. Nunca antes se habían visto de ese modo. (Creo que nunca después lo hicieron).
Entraron, ella dejó sus cosas por ahí, como al descuido. No hacía falta mayor cuidado, todo estaba en un perfecto orden.
Preparó todo.
El se preparó también. Intuía, Sabía que no había retorno posible después de esto. Bebieron, fumaron, hablaron un poco; ya obnubilado por el alcohol y el humo, se sentía bien. Muy bien.
-¿Qué estamos haciendo?- Preguntó él. (¿O había sido ella?).
-No sé- Respondió uno de los dos. -Pero esto es lo que queremos, ¿no?-.

El primer beso fue devastador, para ambos. El sentía cómo ella se desarmaba en sus brazos, y la sostenía, y se sostenía, y en ese instante comprendió que la amaba como nunca a nadie antes. Ella sólo podía dejarse ir, entregarse, perderse en los labios de este hombre que el azar y el tiempo le habían presentado, casi de casualidad.

Ella propuso un pacto. Sólo sería por esa única noche.
-De acuerdo-, dijo él.
Sabían que era mentira, una manera de protegerse, un intento de escapar al inevitable destino que no los separaría jamás.

Cuando se desnudaron sin prisas el uno al otro, en la semipenumbra de su cuarto, él... tuvo que dar vuelta la cara para que ella no viera sus lágrimas. Y ella... sólo se dejó caer, sonriéndole, invitándolo al juego.

Se exploraron. Con los ojos y las bocas y las lenguas y las manos y el olfato y el oído y las mentes y con y por cada poro de sus cuerpos. Cada centímetro de uno, alternativamente, era ya propiedad del otro. El saboreaba la sal de su cuello, el olor a pan de su cabello, sus pechos, su pubis, sus piernas que lo apretaban fuerte. Ella se había abrazado para no soltarlo nunca.
Cuando entró en ella, se dio cuenta de que todo, desde que se vieron en la puerta de su casa, mientras bebían y fumaban y charlaban, cuando se dieron ese primer y fundamental beso, ahora, ya, todo todo todo era parte de un larguísimo orgasmo mutuo, una tremenda manera de asumir que, después de eso, nada en sus vidas sería igual.
El acabó erguido, de rodillas, sosteniéndola al borde de la cama, mientras ella, con el cuello volcado hacia atrás, se arqueaba mientras sus últimos movimientos espasmódicos terminaban de sacudirla, callada pero con la boca abierta como si estuviera gritando.

Estaban ahí. El, largo como era, despierto; ella, con los ojos cerrados, despierta.

Estaban ahí. Sabían que se amaban. Sabían que no tenían chances. Que no era el momento, que no podían, que se iban a destruir.

Estaban ahí.

Cuando salió el sol, él se puso la ropa, despacio, para no despertarla.
No miró hacia atrás cuando dejó su casa. Iba a volver, seguro.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

just like honey

Varsanyi dijo...

I´ll be your plastic toy
Sí.

Agostina dijo...

Leo al texto como imagen
La escritura es imagen.
Me encantó, solo eso.

PD. "Y se regalaban las palabras más bellas, por si acaso crecían." Printemps

Varsanyi dijo...

Parece que sí, que las palabras indefectiblemente tienen su correlato con imágenes. ¿Y al revés?

Agostina dijo...

Al revés creo que también.