sábado, 21 de enero de 2012

Alba

Claro, eso es lo que pensó inmediatamente después de despertarse al sentir cómo las hojas de los árboles de su casa se movían por el viento y claro, pensó, no veía demasiado porque aún no amanecía y el cielo estaba negro por las nubes cargadas de agua como si fuera el último día.

A su lado ella respiraba acompasadamente arriba, abajo arriba, abajo de nuevo su panza redonda perfecta bronceada los brazos en cruz sobre su rostro como una suerte de escudo contra la luz del alba que ya venía.

Claro, se dijo mientras permanecía rígido inmóvil boca arriba igual que ella pero con los ojos bien abiertos repasaba uno a uno los movimientos de la noche anterior y los del día anterior y los de la semana anterior cómo era que habían llegado hasta aquí él tendido desnudo por completo ella sólo con una musculosa verde que apenas le tapaba el pubis que él recordaba suave perfecto y suyo porque era suyo o por lo menos lo fue según él recordaba y entonces ella abrió los ojos por un instante ojos que él sabía hermosos marrones pero que a esa hora parecían negros profundos y que él reconocía a veces tristes siempre esquivos para el común de los mortales pero no para él porque para él eran inquisidores y sinceros y dulces y lapidarios cuando su mirada acompañaba las más graves sentencias y ella cerró los ojos respiró hondo y se tendió de costado dándole la espalda su cola grande casi perfecta mostraba que ya amanecía porque él podía ver las marcas de las tiras de su bombacha y las áreas adonde el sol no había llegado una mezcla de colores tostados y rosados que definitivamente conformaban el paisaje justo para esa hora y para todas las horas que siguieran.

Ahora todo era púrpura afuera y él reconocía las siluetas familiares de los árboles, los muros, los postes de luz, el cielo como marco a las formas de la cotidianidad que una vez más comenzaría en breves instantes. Se levantó sigilosamente, salió de la habitación y en muy pocos movimientos ya se bañaba enérgicamente con agua helada y el ruido de la ducha le impedía escuchar cómo ella también en el baño se sacaba su remera y lo abrazaba fuerte tiritando de frío bien despierta y con un beso que duró lo que dura recorrer el cuerpo del hombre que había elegido comenzó el día, el día en que sin que ambos lo supieran todo cambiaría.

(continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que continue...

almacén de buena vida dijo...

totalmente de acuerdo con usted Sr/a Anónimo...