a mi casa le dijo por teléfono fue escueta la conversación le dio datos precisos de cómo llegar cuál era su piso su casa su departamento tiene plantas en el balcón se ve desde la calle le dijo a la tarde le da el sol del oeste y no dijo nada más repito fue escueta la comunicación.
Llegó acalorado apurado transpirado un poco son los nervios pensó pero qué estúpido si está todo bien llamó soy yo dijo él hola pasá dijo ella subió por la escalera los escalones de tres en tres tocó el timbre se dio cuenta de que la puerta ya estaba abierta entró ella lo esperaba recién bañada húmeda de agua y de deseo con la ropa adecuada con las ansias adecuadas es perfecta se dijo él para sí estoy loco se dijo también y qué lindo que sos le dijo ella mientras lo besaba exactamente como debía y sabía y lo miraba un poquito desde abajo porque él era más alto y los ojos de los dos conectados enchufados intensos.
Tenemos tiempo le dijo ella tenemos mucho tiempo él se relajó aceptó el agua fresca que ella le ofreció se bebió el vaso entero de un trago se sentó en el sillón ancho negro ella a su lado antes trajo una cerveza pequeña tomaron del pico los dos mientras tanto hablaban con la música que él le había traído de fondo efectivamente el sol daba en el balcón y en las plantas del balcón por la tarde hoy no trabajo le dijo ella muy bien le dijo él hoy soy toda tuya le dijo con una sonrisa pícara.
Sin tocarse se tocaban era increíble nunca nunca nunca habían sentido algo así porque nunca se habían perdido en un otro de ese modo el tiempo suspendido el sol ahora sobre sus caras y sus cuerpos a ella se le veían los hombros y el nacimiento de sus pechos las piernas torneadas y doradas su vestido era finísimo y transparente él tenía prendido hasta el último botón de su camisa vieja costumbre heredada y se había quitado las sandalias sus pies eran largos y finos como él entero trátame suavemente decía la canción de fondo loop una y otra vez trátame suavemente acordeones y violines y la voz dulce detrás.
Otra cerveza de a dos y más tarde sería vino tinto con mucho cuerpo y vegetales para comer pero eso sería después de hacer el amor en la alfombra azul del cuarto de ella cama grande alta sábanas al piso de un lado y ellos dos del otro la luz justa para ver sus contornos y las gotas de sudor en la punta de sus narices él le dijo date vuelta y besó hasta el último centímetro de su espalda hasta su cola blanca y redonda y dura y así fue como ella tuvo su primer orgasmo con las caderas en alto y raspándose las rodillas un poco días después se reiría cada vez que se las mirara.
Exhausto él los ojos entreabiertos ellos ahora de nuevo en el living que el día anterior rebosaba de globos y de gente hoy vacío con las personas más que suficientes ella le dijo fue mi cumpleaños y él le dijo soy tu regalo y ella le dijo será el mejor que me hicieron y que me harán quiero salir de la mano con vos y entonces dijo él que se vaya todo al carajo quiero caminar por paisajes verdes y blancos con vos de la mano.
Sonó dos veces el teléfono que ella rápida de reflejos se encargó de desconectar y él le regaló músicas desconocidas para ella y ella le enseñó sus objetos más preciados y privados que nadie nunca jamás había visto y él maravillado y encantado miró en silencio por horas estuvieron así el vino hacía el efecto deseado y ella le dijo vení por segunda vez en el día pero ahora le dijo vení conmigo y lo condujo por el pasillo hasta su cama que no hizo falta tender porque ellos eran género y número plurales múltiples reptiles animales camaleones pulpos de miles de brazos y piernas y ojos y bocas y lenguas siempre besándose y comiéndose y abrazándose y abarcándose no dejaron un resquicio sin explorar.
La luz también azul que entraba por la ventana y el silencio de la urbe dormida eran el mantra que los adormecía a ellos también uno contra el otro uno por el otro y uno con el otro hasta eso era perfecto sus cuerpos se adaptaban a las formas que uno proponía y el otro aceptaba de inmediato los pies de ella fríos siempre según le dijo contra los de él invariablemente calientes pequeño y sutil cosquilleo los firmes pechos de ella contra el de él aún con cierta agitación luego del orgasmo larguísimo y profundo surgido desde sus entrañas los rostros a centímetros y el brillo de los ojos de ella y los dos hablando en lenguas.
Y ahora que compartían por segunda vez la noche y que ya habían desayunado y fumado y bebido y que habían hecho el amor también por segunda vez durmieron por horas sin pensar en el mañana.
Porque mañana es este día que nace y yo me despierto con vos aún entre mis brazos, y cuando abrís los ojos muy despacio te pregunto si querés salir a caminar conmigo, de la mano, y vos me decís en voz baja pero con la modulación exacta mientras te desperezás como hacen los gatos "Sí, mi amor, por supuesto que sí. ¿Y desayunamos café negro, con tostadas?. Pago yo esta vez". Y el sol entra por nuestra ventana grande y a mí me encanta.
lunes, 31 de octubre de 2011
Un buen día
Se detuvo el viento. Silencio. Los pájaros, muertos de calor, muertos de muerte. La boca seca, los perros con los dientes amarillos y las lenguas moradas aúllan de cara al cielo. El mar que te rodea es negro, enorme, denso, los peces que te acompañaban se han ido, cansados. Barco a la deriva, timón roto, no hay rumbo, no hay destino. El beso de hoy no sucedió.
Siento el puñal frío de tu odio.
Salgo de esto con lo único que me queda como recurso, que no es otra cosa que la locura, los ojos perdidos y la saliva chorreando de mi boca, salgo y el cielo pesa, y el aire caliente me golpea el pecho y veo carteles en la calle pero no leo qué dicen y veo animales y hombres y cosas todas juntas y escucho palabras que no entiendo tampoco me importan lo único que me importaba se terminó ya no está partió aquel día viernes por la noche y cuando regresó ese lunes de mañana, yo estaba sentado al borde de la cama porque vos te despertaste de un salto y ahí todo se precipitó y te dije las palabras más frías y angustiantes que pude haber articulado jamás y luego cuando caminaba por una calle de tierra que recuerdo perfectamente cuál era lloré como un niño pero no sé bien porqué, si de alegría o de dolor si sé que no llovía y yo caminé toda la mañana y toda la tarde y toda la noche me detuve exhausto y cuando desperté caminé de nuevo sin flores en el ojal sin pensar más y al tercer día me desperté de nuevo en la cama pero era otra y la rueda giraba como antes no mentira nunca es igual y acá estoy ya un poco mejor sé que el barco se deshizo en pedazos un buen día así como hoy un buen día caminé sobre el agua negra, un buen día como hoy dejo de cantar, un buen día como hoy se terminó la música.
Siento el puñal frío de tu odio.
Salgo de esto con lo único que me queda como recurso, que no es otra cosa que la locura, los ojos perdidos y la saliva chorreando de mi boca, salgo y el cielo pesa, y el aire caliente me golpea el pecho y veo carteles en la calle pero no leo qué dicen y veo animales y hombres y cosas todas juntas y escucho palabras que no entiendo tampoco me importan lo único que me importaba se terminó ya no está partió aquel día viernes por la noche y cuando regresó ese lunes de mañana, yo estaba sentado al borde de la cama porque vos te despertaste de un salto y ahí todo se precipitó y te dije las palabras más frías y angustiantes que pude haber articulado jamás y luego cuando caminaba por una calle de tierra que recuerdo perfectamente cuál era lloré como un niño pero no sé bien porqué, si de alegría o de dolor si sé que no llovía y yo caminé toda la mañana y toda la tarde y toda la noche me detuve exhausto y cuando desperté caminé de nuevo sin flores en el ojal sin pensar más y al tercer día me desperté de nuevo en la cama pero era otra y la rueda giraba como antes no mentira nunca es igual y acá estoy ya un poco mejor sé que el barco se deshizo en pedazos un buen día así como hoy un buen día caminé sobre el agua negra, un buen día como hoy dejo de cantar, un buen día como hoy se terminó la música.
sábado, 29 de octubre de 2011
La estrategia de la acumulación
El tiempo es arena fantasmas emergen de la niebla yo salgo también camino floto vuelo unidad de desplazamiento locura animal caleidoscopio de sentires confusión pérdida recuperación mantra canción de cuna escape imposible certeza ah sí por lo menos eso queda certeza discreción texturas colores planetas asteroides que chocan rítmicamente entre ellos unos contra otros unos contra los otros eternidad fracaso extrañeza pasajero cama sillón frazada extranjero y su compañía paisaje desolado y desolador.
viernes, 28 de octubre de 2011
Vaivén
Sí claro por supuesto entiendo vos también pero qué entonces no o parece que sí bueno mirá esto es así sé que estoy enfermo prometo dejarlo todo voy a curarme me voy a aislar ya sé la otra noche estaba duro sacado perdido no te vi soy un desastre me olvidé de tu cumpleaños me olvidé de vos soy débil pero es como un animal que llevo adentro jeckyll y hyde pero cuál de los dos es el que dice esto que digo es como una sed que viene y cada vez que me pasa prometo que no que nunca más esto que llevo y que me lleva no hay caso empieza de nuevo ahora andate lejos no quiero que me veas así no quiero verte ya no ahora voy a hacerte mucho daño querida porque sos nada entendés sos nadie y sos como las otras por favor no puedo más vení vení que voy a no andate vení que sos ya está ahora sí quién sos quién soy vení mi amor te amo no me dejes.
Happy birthday to you
(Texto ampliado)
Salieron del bar, se despidieron con un beso en la mejilla; el tomó un taxi en la misma esquina y se perdió en la urbe, ella se encaminó a paso firme a su casa, que quedaba muy cerca de allí. Miraba sin ver las vidrieras de los negocios, era todo como una gran escenografía hueca y colorida.
Entró a su casa y se dirigió directamente al baño, como en un corto publicitario iba sacándose la ropa a cada paso, le molestaba, se le pegaba en la piel, quería quitarse de encima el olor a humo y a noche; se soltó el pelo, corría el agua tibia de la ducha y sus manos pequeñas y enjabonadas lentamente comenzaron a acariciarse, a recorrer los mismos lugares que él había visitado hacía unas pocas horas, iban por su cuerpo plateado antes, dorado ahora, por sus pechos, su pubis, sus nalgas firmes, su estómago chato.
En un rápido movimiento cerró el grifo del agua caliente, y abrió el que tenía la letra f en el pomo, se preparó en un milisegundo para el enorme chorro helado, que apaciguó sus ansias al instante.
Un minuto después estaba fuera del baño, cubierta por una bata. Tiritando, fue a la cocina y tomó una fruta. Se sentó en el amplio sillón del enorme y semivacío living, mientras comía puso su mente en blanco.
Extrañamente, su perfume (el de él) persistía en su cuerpo.
-Estoy en problemas- se dijo. Y comenzó a vestirse, tenía que ir a su trabajo.
Todo su deseo estaba puesto en ese hombre que apenas conocía (tal vez eso la excitaba más), que rápidamente y sin preámbulos la había seducido con su extraña capacidad para percibirla y entenderla y no prejuzgarla. Y además ese hombre la había hecho reír, como hacía tiempo no reía.
-Es lindo, sí- (Hablaba sola, en voz alta, y no se daba cuenta).
Antes de salir fumó lo que le quedaba de la noche, se relajó; se dio cuenta de que no había almorzado. Sacó un pedazo de tarta de choclo un poco rancia de la heladera, la comió de tres o cuatro bocados; comer... no estaba entre sus prioridades.
Se alisó el pelo, se puso sus sandalias, terminó de arreglarse, y salió.
Las horas de la tarde transcurrieron sin sobresaltos, más bien aburridas. Ella rayaba sistemáticamente las hojas en blanco de su agenda, este hombre la perturbaba, y su estado de ánimo iba de la euforia a la angustia sin escalas. No entendía, no quería entender que no tenía escapatoria.
Era de noche ya, salió del trabajo y emprendió el camino exactamente opuesto al que había hecho unas horas antes, volvió a su casa, mirando las mismas vidrieras, la misma gente que hacía las mismas cosas, que eran iguales a las de siempre.
-Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, que los cumplas, que los cumplas, que los cumplas feliiiiz....-
El coro de voces la acompañó desde la puerta de entrada hasta el living, ahora decorado como por arte de magia durante su ausencia, especialmente para la ocasión. Globos azules, colorados, amarillos, comida, bebida, música fuerte, ruidos de mucha gente y mucha histeria.
Su novio la esperaba exactamente en el centro del espacio con la torta, una velita simbólica, un horrible ramo de claveles rojos (¿no sabía que ella odiaba los claveles?), y un muy lindo perfume que seguramente ella no usaría jamás.
Ella sólo atinó a darle un beso con la boca cerrada, los labios juntos, casi sin mirarlo.
-Gracias, muchas gracias- le dijo tratando de ser amable.
¿En qué punto de su vida, de sus sentimientos, de su existencia se encontraban estos dos hombres, el de hace unos años, y el de anoche, de esta mañana de desayuno con café negro y tostadas? ¿Y dónde estaba ella?
Tenía sólo una certeza: no era quien creía ser; cosas como las ocurridas hacía apenas unas horas la sacudían, la sacaban del letargo donde estaba sumida, le recordaban que tenía mucho para ofrecer, para que un hombre descubriera.
Pero estaba viviendo en otra dimensión. Ella debía ser siempre perfecta, alegre, superada, mujer en todo momento, nunca niña, nunca en problemas, nunca debía fallar. Odiaba todo esto, odiaba también darse cuenta y sentirse atrapada, inmóvil, encorsetada en este disfraz impuesto y en este rol que debía cumplir cada día, todos los días.
Uno, cinco... marcó los números que tenía grabados a fuego en su cabeza; mientras lo hacía sonreía, y cuando ella atendió, él pronunció su nombre en voz muy baja...
-Hola,... número equivocado- contestó, la cara gélida, la voz opaca. Colgó.
Se dio vuelta, y mirando a sus amigos de siempre que comenzaban a emborracharse, dijo:
-Alguien quiere torta?-.
(continuará)
Salieron del bar, se despidieron con un beso en la mejilla; el tomó un taxi en la misma esquina y se perdió en la urbe, ella se encaminó a paso firme a su casa, que quedaba muy cerca de allí. Miraba sin ver las vidrieras de los negocios, era todo como una gran escenografía hueca y colorida.
Entró a su casa y se dirigió directamente al baño, como en un corto publicitario iba sacándose la ropa a cada paso, le molestaba, se le pegaba en la piel, quería quitarse de encima el olor a humo y a noche; se soltó el pelo, corría el agua tibia de la ducha y sus manos pequeñas y enjabonadas lentamente comenzaron a acariciarse, a recorrer los mismos lugares que él había visitado hacía unas pocas horas, iban por su cuerpo plateado antes, dorado ahora, por sus pechos, su pubis, sus nalgas firmes, su estómago chato.
En un rápido movimiento cerró el grifo del agua caliente, y abrió el que tenía la letra f en el pomo, se preparó en un milisegundo para el enorme chorro helado, que apaciguó sus ansias al instante.
Un minuto después estaba fuera del baño, cubierta por una bata. Tiritando, fue a la cocina y tomó una fruta. Se sentó en el amplio sillón del enorme y semivacío living, mientras comía puso su mente en blanco.
Extrañamente, su perfume (el de él) persistía en su cuerpo.
-Estoy en problemas- se dijo. Y comenzó a vestirse, tenía que ir a su trabajo.
Todo su deseo estaba puesto en ese hombre que apenas conocía (tal vez eso la excitaba más), que rápidamente y sin preámbulos la había seducido con su extraña capacidad para percibirla y entenderla y no prejuzgarla. Y además ese hombre la había hecho reír, como hacía tiempo no reía.
-Es lindo, sí- (Hablaba sola, en voz alta, y no se daba cuenta).
Antes de salir fumó lo que le quedaba de la noche, se relajó; se dio cuenta de que no había almorzado. Sacó un pedazo de tarta de choclo un poco rancia de la heladera, la comió de tres o cuatro bocados; comer... no estaba entre sus prioridades.
Se alisó el pelo, se puso sus sandalias, terminó de arreglarse, y salió.
Las horas de la tarde transcurrieron sin sobresaltos, más bien aburridas. Ella rayaba sistemáticamente las hojas en blanco de su agenda, este hombre la perturbaba, y su estado de ánimo iba de la euforia a la angustia sin escalas. No entendía, no quería entender que no tenía escapatoria.
Era de noche ya, salió del trabajo y emprendió el camino exactamente opuesto al que había hecho unas horas antes, volvió a su casa, mirando las mismas vidrieras, la misma gente que hacía las mismas cosas, que eran iguales a las de siempre.
-Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, que los cumplas, que los cumplas, que los cumplas feliiiiz....-
El coro de voces la acompañó desde la puerta de entrada hasta el living, ahora decorado como por arte de magia durante su ausencia, especialmente para la ocasión. Globos azules, colorados, amarillos, comida, bebida, música fuerte, ruidos de mucha gente y mucha histeria.
Su novio la esperaba exactamente en el centro del espacio con la torta, una velita simbólica, un horrible ramo de claveles rojos (¿no sabía que ella odiaba los claveles?), y un muy lindo perfume que seguramente ella no usaría jamás.
Ella sólo atinó a darle un beso con la boca cerrada, los labios juntos, casi sin mirarlo.
-Gracias, muchas gracias- le dijo tratando de ser amable.
¿En qué punto de su vida, de sus sentimientos, de su existencia se encontraban estos dos hombres, el de hace unos años, y el de anoche, de esta mañana de desayuno con café negro y tostadas? ¿Y dónde estaba ella?
Tenía sólo una certeza: no era quien creía ser; cosas como las ocurridas hacía apenas unas horas la sacudían, la sacaban del letargo donde estaba sumida, le recordaban que tenía mucho para ofrecer, para que un hombre descubriera.
Pero estaba viviendo en otra dimensión. Ella debía ser siempre perfecta, alegre, superada, mujer en todo momento, nunca niña, nunca en problemas, nunca debía fallar. Odiaba todo esto, odiaba también darse cuenta y sentirse atrapada, inmóvil, encorsetada en este disfraz impuesto y en este rol que debía cumplir cada día, todos los días.
Uno, cinco... marcó los números que tenía grabados a fuego en su cabeza; mientras lo hacía sonreía, y cuando ella atendió, él pronunció su nombre en voz muy baja...
-Hola,... número equivocado- contestó, la cara gélida, la voz opaca. Colgó.
Se dio vuelta, y mirando a sus amigos de siempre que comenzaban a emborracharse, dijo:
-Alguien quiere torta?-.
(continuará)
miércoles, 26 de octubre de 2011
Desayuno
Recién en el bar ella se sacó los anteojos oscuros, y él pudo ver su rostro al natural, sin el filtro de la noche obnubilada. Sí, era bella.
La música que sonaba en el lugar parecía venir desde lejos, desde otra dimensión, y era ésta:
http://www.youtube.com/watch?v=aQIBHtyOUog&feature=related
A él no le gustaba mucho, a ella no le resultaba familiar, pero se dieron cuenta al instante de que era perfecta. No dijeron nada.
Siguieron sin hablar mientras desayunaban, por suerte compartían la idea de que esos pocos minutos eran para ser vividos en silencio, momentos de introspección que no debían ser perturbados por nada ni por nadie.
No sabían sus nombres y no era tiempo para que lo supieran aún.
Medianamente despiertos, casi repuestos de los avatares nocturnos de cada uno (porque ella también los había tenido antes de conocerlo), comenzaron a charlar, al principio lentamente, a los pocos minutos no podían parar. Y se reían y se rozaban las manos por encima de la mesa y las piernas por debajo de la mesa y se confesaban las más profundas intimidades sin pudor y se comían con los ojos.
Pidieron otro café (negro para ella, negro para él) y luego otro, y pasaron las horas, y pasaba también la gente dentro y fuera del bar, por la vereda que tenía tres árboles muy verdes y pasaban los autos y ellos escuchaban el pulso de la calle y los ruidos de la cocina y de los mozos y de los clientes que hablaban a los gritos porque los locutores del informativo en la tele estaban exaltados contando la noticia urgente del día.
Hablaron de arte, de drogas, de sexo, de niños, de matrimonio, de zapatos y de manías. De música y de libros, de los extraños seres que eran los cajeros de supermercado, de policías y del clima.
Ella habló también del novio que tenía en ese momento, él habló (muy poco) de la suya, de amores posibles e imposibles, de mujeres olvidadas, de mujeres que lo habían olvidado.
En la esquina del bar chocaron dos autos, uno rojo, el otro blanco, el mundo se detuvo por un instante; pausa. Nadie salió herido. Play.
Se agotaba el tiempo, debían irse; no querían hacerlo.
Tal como habían acordado, pagó él.
Ella le pasó su nombre y su número de teléfono en un papelito arrugado y pequeño, con la esperanza de que él la llamara, con la certeza de que no lo haría.
El nada prometió, pero esa misma noche, unas horas después, se encontraría muy naturalmente marcando los números que tenía grabados a fuego en la cabeza: uno, cinco... con una sonrisa.
(continuará)
La música que sonaba en el lugar parecía venir desde lejos, desde otra dimensión, y era ésta:
http://www.youtube.com/watch?v=aQIBHtyOUog&feature=related
A él no le gustaba mucho, a ella no le resultaba familiar, pero se dieron cuenta al instante de que era perfecta. No dijeron nada.
Siguieron sin hablar mientras desayunaban, por suerte compartían la idea de que esos pocos minutos eran para ser vividos en silencio, momentos de introspección que no debían ser perturbados por nada ni por nadie.
No sabían sus nombres y no era tiempo para que lo supieran aún.
Medianamente despiertos, casi repuestos de los avatares nocturnos de cada uno (porque ella también los había tenido antes de conocerlo), comenzaron a charlar, al principio lentamente, a los pocos minutos no podían parar. Y se reían y se rozaban las manos por encima de la mesa y las piernas por debajo de la mesa y se confesaban las más profundas intimidades sin pudor y se comían con los ojos.
Pidieron otro café (negro para ella, negro para él) y luego otro, y pasaron las horas, y pasaba también la gente dentro y fuera del bar, por la vereda que tenía tres árboles muy verdes y pasaban los autos y ellos escuchaban el pulso de la calle y los ruidos de la cocina y de los mozos y de los clientes que hablaban a los gritos porque los locutores del informativo en la tele estaban exaltados contando la noticia urgente del día.
Hablaron de arte, de drogas, de sexo, de niños, de matrimonio, de zapatos y de manías. De música y de libros, de los extraños seres que eran los cajeros de supermercado, de policías y del clima.
Ella habló también del novio que tenía en ese momento, él habló (muy poco) de la suya, de amores posibles e imposibles, de mujeres olvidadas, de mujeres que lo habían olvidado.
En la esquina del bar chocaron dos autos, uno rojo, el otro blanco, el mundo se detuvo por un instante; pausa. Nadie salió herido. Play.
Se agotaba el tiempo, debían irse; no querían hacerlo.
Tal como habían acordado, pagó él.
Ella le pasó su nombre y su número de teléfono en un papelito arrugado y pequeño, con la esperanza de que él la llamara, con la certeza de que no lo haría.
El nada prometió, pero esa misma noche, unas horas después, se encontraría muy naturalmente marcando los números que tenía grabados a fuego en la cabeza: uno, cinco... con una sonrisa.
(continuará)
martes, 25 de octubre de 2011
Estrellas en el cielo nocturno
Fue al sitio donde todo el mundo iba, casi como un ritual, religiosamente. Estaba solo, hacía un largo tiempo ya. Estaba medio borracho, el amortiguamiento del alcohol lo ayudaba a soportar el peso de los días vacíos.
La banda de turno sonaba realmente bien - o por lo menos a él le gustaba-. Pasaban casi sin solución de continuidad las canciones melancólicas y ruidosas, capas y capas de sonidos distorsionados que hipnotizaban a las ciento y pico de personas que se movían al unísono en el sitio, un espacio abierto donde el humo dulzón y la fragancia alucinada surcaban el aire.
Estaba solo, y no le importaba demasiado.
Al tercer trago de una bebida de la cual nunca se acordaba el nombre y que siempre pedía, fue al baño. A medio camino, lo interceptó ella, mujer a la que había visto alguna vez, y cuyo único vínculo era algún amigo o conocido en común, o algo así.
-Hola- Se dijeron.
Empezaron a besarse allí mismo, en el pasillo, él la arrastró al baño de hombres, cerraron la puerta, que él trabó con su espalda. Por debajo de la pollerita corta que ella llevaba le arrancó la bombacha de un tirón, mientras la besaba se desabrochó el cinturón, con los pantalones y los calzoncillos en las rodillas la penetró de pie con fuerza, acabaron en menos de tres minutos. Tropezaron al salir, desarreglados, desaliñados, perdidos.
La banda acometía con lo último que le quedaba por decir; la gente saltaba, como una manada sudorosa y cansada, le robaba minutos de felicidad a la negrura cotidiana. El fumaba contra la pared, en medio de botellas vacías y vasos rotos, entre parejitas de recién conocidos que se besaban tímidamente con los labios, sin las lenguas.
Estaba solo, y ahora sí que le importaba.
-Hola, lindo- le dijo ella, hablándole al oído con una voz que le traía a su memoria tiempos dolorosos. Un leve temblor delataba su nerviosismo.
-¿Fumamos?- Invitó, elegante.
-No- Le dijo él. -Acá no. Sacame de aquí-.
Salieron por entre el gentío como si nada, sin roces, sin ruidos. Era como caminar sobre una alfombra de seda. Fumaron el porro en el umbral de la puerta de una casa cercana. Se levantaron y deambularon un poco.
En el auto de ella y con una suavidad que lo asombraba se besaron, recordando sabores del pasado; sus olores comenzaban a mezclarse, y también el olor que él traía desde hacía un par de horas, el olor a otra mujer, el olor que ahora lo excitaba aún más. Quería parar, quería detenerla, pero no podía. Sabía que no, que esto estaba mal, que se suponía que esto no podía volver a ocurrirle, pero cada vez que la veía, sola o con otros hombres, deseaba que sucediera, al menos una vez más. Siempre era igual. Ella se le ofreció con la piernas bien abiertas, él la llevó al orgasmo muy fácilmente, ella reía y reía muy fuerte.
Cuando él acabó, casi sin que se diera cuenta estaba fuera del auto, como un objeto ya inútil y descartado, ultrajado, despojado. Ella le dijo algo que no alcanzó a escuchar bien, y se fue. Seguía riendo.
Volvió caminando un par de cuadras, el recital había terminado, la gente mataba el tiempo en la vereda del lugar esperando el amanecer, o haciendo planes para terminar la noche en otra fiesta. Se encontró con algunos conocidos, hombres y mujeres, se enganchó para ir a la casa de una de ellas, habría allí más alcohol, drogas varias, música de la que a él le gustaba.
Se subió a un auto grande, azul. Todos adentro hablaban al mismo tiempo. Llegaron rápido, el lugar estaba repleto y ruidoso.
En medio de personas en blur, de conversaciones que no le interesaban, inmerso en la rutina de la intrascendencia, decidió tomar el último trago antes de marcharse. Ella estaba ahí, a su lado. Le invitó de su vaso, que ella vació de un solo trago. Y le dijo que era lo mejor que le había ocurrido esa noche. Y que era hermoso. Y que no le hablara, que con mirarla ella estaría bien.
Se acariciaron por debajo de las ropas con disimulo, no querían que la gente los viera, en realidad a nadie le importaba lo que ellos hicieran, todos estaban enfrascados en sus propias historias, momentáneas o duraderas.
Húmedos como estaban se metieron en una de las habitaciones de la casa; vestida era bella, desnuda era el cielo. Pasaron dos horas allí, sólo se acariciaban, con los ojos cerrados.
Cuando salió, (ella dormía) el sol pegaba fuerte sobre su rostro. En ese instante volvió sobre sus pasos, entró de nuevo a la casa, (no tenía la menor idea de quién vivía allí).
La despertó.
-Vamos a desayunar- la invitó.
-Bueno, vos pagás, ¿ok? Café negro con tostadas- Dijo ella, con los ojos aún rojos.
(continuará)
La banda de turno sonaba realmente bien - o por lo menos a él le gustaba-. Pasaban casi sin solución de continuidad las canciones melancólicas y ruidosas, capas y capas de sonidos distorsionados que hipnotizaban a las ciento y pico de personas que se movían al unísono en el sitio, un espacio abierto donde el humo dulzón y la fragancia alucinada surcaban el aire.
Estaba solo, y no le importaba demasiado.
Al tercer trago de una bebida de la cual nunca se acordaba el nombre y que siempre pedía, fue al baño. A medio camino, lo interceptó ella, mujer a la que había visto alguna vez, y cuyo único vínculo era algún amigo o conocido en común, o algo así.
-Hola- Se dijeron.
Empezaron a besarse allí mismo, en el pasillo, él la arrastró al baño de hombres, cerraron la puerta, que él trabó con su espalda. Por debajo de la pollerita corta que ella llevaba le arrancó la bombacha de un tirón, mientras la besaba se desabrochó el cinturón, con los pantalones y los calzoncillos en las rodillas la penetró de pie con fuerza, acabaron en menos de tres minutos. Tropezaron al salir, desarreglados, desaliñados, perdidos.
La banda acometía con lo último que le quedaba por decir; la gente saltaba, como una manada sudorosa y cansada, le robaba minutos de felicidad a la negrura cotidiana. El fumaba contra la pared, en medio de botellas vacías y vasos rotos, entre parejitas de recién conocidos que se besaban tímidamente con los labios, sin las lenguas.
Estaba solo, y ahora sí que le importaba.
-Hola, lindo- le dijo ella, hablándole al oído con una voz que le traía a su memoria tiempos dolorosos. Un leve temblor delataba su nerviosismo.
-¿Fumamos?- Invitó, elegante.
-No- Le dijo él. -Acá no. Sacame de aquí-.
Salieron por entre el gentío como si nada, sin roces, sin ruidos. Era como caminar sobre una alfombra de seda. Fumaron el porro en el umbral de la puerta de una casa cercana. Se levantaron y deambularon un poco.
En el auto de ella y con una suavidad que lo asombraba se besaron, recordando sabores del pasado; sus olores comenzaban a mezclarse, y también el olor que él traía desde hacía un par de horas, el olor a otra mujer, el olor que ahora lo excitaba aún más. Quería parar, quería detenerla, pero no podía. Sabía que no, que esto estaba mal, que se suponía que esto no podía volver a ocurrirle, pero cada vez que la veía, sola o con otros hombres, deseaba que sucediera, al menos una vez más. Siempre era igual. Ella se le ofreció con la piernas bien abiertas, él la llevó al orgasmo muy fácilmente, ella reía y reía muy fuerte.
Cuando él acabó, casi sin que se diera cuenta estaba fuera del auto, como un objeto ya inútil y descartado, ultrajado, despojado. Ella le dijo algo que no alcanzó a escuchar bien, y se fue. Seguía riendo.
Volvió caminando un par de cuadras, el recital había terminado, la gente mataba el tiempo en la vereda del lugar esperando el amanecer, o haciendo planes para terminar la noche en otra fiesta. Se encontró con algunos conocidos, hombres y mujeres, se enganchó para ir a la casa de una de ellas, habría allí más alcohol, drogas varias, música de la que a él le gustaba.
Se subió a un auto grande, azul. Todos adentro hablaban al mismo tiempo. Llegaron rápido, el lugar estaba repleto y ruidoso.
En medio de personas en blur, de conversaciones que no le interesaban, inmerso en la rutina de la intrascendencia, decidió tomar el último trago antes de marcharse. Ella estaba ahí, a su lado. Le invitó de su vaso, que ella vació de un solo trago. Y le dijo que era lo mejor que le había ocurrido esa noche. Y que era hermoso. Y que no le hablara, que con mirarla ella estaría bien.
Se acariciaron por debajo de las ropas con disimulo, no querían que la gente los viera, en realidad a nadie le importaba lo que ellos hicieran, todos estaban enfrascados en sus propias historias, momentáneas o duraderas.
Húmedos como estaban se metieron en una de las habitaciones de la casa; vestida era bella, desnuda era el cielo. Pasaron dos horas allí, sólo se acariciaban, con los ojos cerrados.
Cuando salió, (ella dormía) el sol pegaba fuerte sobre su rostro. En ese instante volvió sobre sus pasos, entró de nuevo a la casa, (no tenía la menor idea de quién vivía allí).
La despertó.
-Vamos a desayunar- la invitó.
-Bueno, vos pagás, ¿ok? Café negro con tostadas- Dijo ella, con los ojos aún rojos.
(continuará)
viernes, 21 de octubre de 2011
Duermevela
Azul, gris, negro.
Noche.
Calor.
Escucho el sonido de tu respiración, el rítmico sube y baja de tu pecho cansado, tu cuerpo desplegado de costado sobre la cama, rompecabezas, mecano, juego articulado que demarca territorios. Laberinto.
Yo sólo miro; te miro. Y empiezo a escribir esto. Esto que dice azul, gris, negro. Noche. Calor. Escucho el sonido de tu respiración...
Te miro.
Noche.
Calor.
Escucho el sonido de tu respiración, el rítmico sube y baja de tu pecho cansado, tu cuerpo desplegado de costado sobre la cama, rompecabezas, mecano, juego articulado que demarca territorios. Laberinto.
Yo sólo miro; te miro. Y empiezo a escribir esto. Esto que dice azul, gris, negro. Noche. Calor. Escucho el sonido de tu respiración...
Te miro.
miércoles, 19 de octubre de 2011
Una foto
Vos, desnuda sobre la cama, dispuesta y expectante.
Fuera de foco. Penumbra. Todo alrededor es azul, excepto el amarillo de la luz de la lámpara. La cámara excita. No podemos dejar de mirarnos. Silencio. Sexo rápido y salvajemente posesivo, sin sacarnos los ojos de encima. Arañazos, mordidas, marcas. Rojo. Cadencia, suspiro final.
Cansancio. Caricias. Palabras. Descanso.
Nosotros, desnudos sobre la cama. El olor ahora es fragancia. La cámara, inerte a un costado. Seguimos mirándonos a la luz de la noche, que no terminará jamás.
Fuera de foco. Penumbra. Todo alrededor es azul, excepto el amarillo de la luz de la lámpara. La cámara excita. No podemos dejar de mirarnos. Silencio. Sexo rápido y salvajemente posesivo, sin sacarnos los ojos de encima. Arañazos, mordidas, marcas. Rojo. Cadencia, suspiro final.
Cansancio. Caricias. Palabras. Descanso.
Nosotros, desnudos sobre la cama. El olor ahora es fragancia. La cámara, inerte a un costado. Seguimos mirándonos a la luz de la noche, que no terminará jamás.
martes, 18 de octubre de 2011
Primera mañana
Abro los ojos,
aún tengo puesto el sueter gris viejo y usado, estoy en la cama. Estamos. Vos llevás sólo tu bombacha y estás tapada hasta el cuello, dormís. La habitación, en penumbras. Pájaros afuera.
Tus pelos están revueltos y te cubren la cara. Yo te toco las piernas por debajo de las sábanas, eso te gusta, te gusta sentirme y despertarte sintiéndome. Mis manos siempre estuvieron tibias para vos. Te movés, pero sólo lo imprescindiblemente necesario para acomodar tus caderas y tu cola contra mis formas, que te reciben plácidamente. Dormitamos, hablamos en sueños. De los sueños. De destinos exóticos y de aburridas rutinas.
Ya estamos despiertos.
Tus ojos increíblemente marrones de caramelo, de tierra, son bellos. En realidad, la manera en que me miran es bella. Como si pudieran escudriñarme internamente, con un único y rápido movimiento. Yo te dejo hacer, y soy feliz.
Por supuesto, no vamos a levantarnos, que el mundo espere, que afuera las cosas sigan ocurriendo, que prescindan de nosotros por hoy; la luz del día invade violentamente el cuarto, nos llena, sos hermosa, ahora te veo completa. Te abrazo y no voy a soltarte. Vos no vas a soltarme.
Hago el desayuno, y lo llevo a la cama. Es un quilombo porque una taza con lo que queda de café se cae (creo que es la mía) y un pequeño mar mancha la frazada, un mar marrón y caliente. Caen la migas de las tostadas sobre nuestros cuerpos, tenés un poquito de mermelada de durazno en los labios, no te digo nada. Vos hablás de cosas que me asombran, cada palabra suena a nuevo, a desconocido, y eso hace que te ame más aún.
Afuera hace frío, como corresponde a la época. Odiás el frío y yo lo adoro. Me gusta porque puedo abrazarte y frotarte las manos contra las mías, te echo aliento por entre los dedos, sale vapor de mi boca. Tal vez el invierno no te sea tan antipático después de todo.
Bien abrigados y muy a nuestro pesar, salimos. Bajamos despacio las escaleras, no por prudencia sino porque hoy se dio así, no es que cada acto de nuestras vidas tenga alguna trascendencia. Las cosas nimias nos constituyen también.
Ya te dije que afuera hace frío.
El aire gélido nos aviva, nos estimula, las caras coloradas casi blancas, heladas. Vos te acurrucás contra mi cuerpo mientras caminamos y yo te abrazo como un oso grande y también marrón y te reís. El día es perfecto. Mañana llegará.
aún tengo puesto el sueter gris viejo y usado, estoy en la cama. Estamos. Vos llevás sólo tu bombacha y estás tapada hasta el cuello, dormís. La habitación, en penumbras. Pájaros afuera.
Tus pelos están revueltos y te cubren la cara. Yo te toco las piernas por debajo de las sábanas, eso te gusta, te gusta sentirme y despertarte sintiéndome. Mis manos siempre estuvieron tibias para vos. Te movés, pero sólo lo imprescindiblemente necesario para acomodar tus caderas y tu cola contra mis formas, que te reciben plácidamente. Dormitamos, hablamos en sueños. De los sueños. De destinos exóticos y de aburridas rutinas.
Ya estamos despiertos.
Tus ojos increíblemente marrones de caramelo, de tierra, son bellos. En realidad, la manera en que me miran es bella. Como si pudieran escudriñarme internamente, con un único y rápido movimiento. Yo te dejo hacer, y soy feliz.
Por supuesto, no vamos a levantarnos, que el mundo espere, que afuera las cosas sigan ocurriendo, que prescindan de nosotros por hoy; la luz del día invade violentamente el cuarto, nos llena, sos hermosa, ahora te veo completa. Te abrazo y no voy a soltarte. Vos no vas a soltarme.
Hago el desayuno, y lo llevo a la cama. Es un quilombo porque una taza con lo que queda de café se cae (creo que es la mía) y un pequeño mar mancha la frazada, un mar marrón y caliente. Caen la migas de las tostadas sobre nuestros cuerpos, tenés un poquito de mermelada de durazno en los labios, no te digo nada. Vos hablás de cosas que me asombran, cada palabra suena a nuevo, a desconocido, y eso hace que te ame más aún.
Afuera hace frío, como corresponde a la época. Odiás el frío y yo lo adoro. Me gusta porque puedo abrazarte y frotarte las manos contra las mías, te echo aliento por entre los dedos, sale vapor de mi boca. Tal vez el invierno no te sea tan antipático después de todo.
Bien abrigados y muy a nuestro pesar, salimos. Bajamos despacio las escaleras, no por prudencia sino porque hoy se dio así, no es que cada acto de nuestras vidas tenga alguna trascendencia. Las cosas nimias nos constituyen también.
Ya te dije que afuera hace frío.
El aire gélido nos aviva, nos estimula, las caras coloradas casi blancas, heladas. Vos te acurrucás contra mi cuerpo mientras caminamos y yo te abrazo como un oso grande y también marrón y te reís. El día es perfecto. Mañana llegará.
lunes, 17 de octubre de 2011
Espejos
Me mirás con los ojos desorbitados desencajados pero son los míos que se reflejan en los tuyos no entendés te enojás me sacudís para que despierte eh! soy yo me decís soy yo soy yo mirame por favor te lo pido mirame me decís pero no hay caso mis ojos apuntan en todas direcciones menos hacia los tuyos porque tengo rabia no es verdad porque tengo miedo tengo miedo de lo que decís de lo que pensás de lo que sentís y tengo miedo porque yo soy igual y hago como que no es así pero bien en el fondo sé perfectamente cómo es siempre lo supe y todo entra en una espiral vorágine de palabras dibujadas y desdibujadas en definitiva nos movemos giramos parece una cinta de moebius no hay principio o sí pero todo vuelve al mismo lugar no hay final o sí todo vuelve a comenzar supe lo siempre es cómo perfectamente sé fondo el en bien pero así es no que como hago igual soy yo porque miedo tengo y sentís que lo de pensás que lo de decís miedo tengo miedo tengo porque verdad es no rabia tengo porque tuyos los hacia menos direcciones todas en apuntan ojos mis caso hay pero no decís me mirame pido te favor por mirame yo soy yo soy decís me yo soy ¡ eh despierte que para sacudís me enojás te entendés no tuyos los en reflejan y yo te miro con los ojos desorbitados desencajados pero no son los tuyos reflejados en los míos.
domingo, 16 de octubre de 2011
viernes, 14 de octubre de 2011
Círculo
Cuento con vos me dice y eso suena más a sentencia que otra cosa una condena el peso de la responsabilidad y cómo voy a decirle que no quiero que sufro que me hace daño su olor su imagen su brazo izquierdo cuando me roza su mano derecha cuando me toca cuento con vos me dice porque te quiero y sé que sos irreductible irreprochable entonces se ríe y me besa justo en el punto exacto y yo cedo y quedo con la laxitud propia de la resignación y la dulce derrota hoy vuelvo a verte qué hermosa sensación han cambiado cosas yo he cambiado y vos también a lo mejor la sangre que ha corrido no ha sido en vano como bien se dice y como bien se hace es verdad todo se reduce a eso a ríos y ríos de sangre y saliva y sudor y estamos mezclados de nuevo juntos otra vez para siempre no puedo dejar de sonreír como dice la canción de ayer no hay límites no hay final porque cada momento es un nuevo comienzo y un nuevo deseo y yo te amo y claro que contás conmigo yo quiero curarte y mimarte y besarte la panza y los ojos y el pubis porque así es nuestro modo de viajar a extraños parajes nunca antes visitados por ningún otro ser entonces salimos y el aire somos nosotros el afuera somos nosotros nuestro propio y exclusivo aleph adentro es lo demás todo se reduce a este instante no quiero perderte me decís pero si ya me perdiste hace tiempo tenés que darte cuenta en realidad que yo me perdí en vos abrí los ojos y mirame en serio estoy con vos de nuevo y el sabor vuelve a ser dulce vení acompañame a casa quiero cuidarte ya todo está en calma el sonido de la lluvia es suave como mantra vení conmigo quiero que me veas dormir.
jueves, 13 de octubre de 2011
Jueves, nublado
Abrís los ojos, la noche pasó plácida. Ella no está a tu lado. Por la ventana se cuela un aire fresco, nuevo, como un alivio para tanta fiebre.
El gato gris sube de un salto hasta tu pecho, te mira, dos ojos fijos y verdes.
Te das cuenta en ese instante de absolutamente todo lo que pasó en estos meses de locura. Sí, locura es el término adecuado para describirlo; un fuera de registro, un desfase de tiempo y espacio. Estabas salido, sacado...loco. Cian, magenta, amarillo, negro. Letras que parecen dibujos, palabras que se amontonan, canciones (muchas) que resuenan como un eco infinito. Cicatriz. Vamos, arriba.
Ahora son los ojos del espejo los que te miran.
Afuera está gris y a vos eso te encanta, un susurro de melancolía llega, te envuelve, se va.
¿Cómo era su cabello?
¿Sus ojos?
¿Su olor?
De trigo.
De miel.
De pan.
Ella se fue...¿Hace cuánto ya?. Apurás el primer trago de café, caliente y negro, te arden la garganta y las tripas. La cotidianidad y la rutina ayudan al olvido, pero el recuerdo se empecina y vuelve y vuelve y vuelve no te deja en paz, si sólo pudiera... y tomás el segundo trago tan caliente como el primero, te saltan las lágrimas, no sabés muy bien si es por el café o por ella, es como cuando salís a llorar bajo la lluvia para que no se dé cuenta.
Estás de pie fuera de la casa, en el centro del centro, de cara al cielo de plomo. A tu alrededor todo es verde. Los pies firmes, las venas de las manos hinchadas y azules. El surco que dejó el llanto en tu rostro es casi imperceptible, sabés disimular.
Sólo un par de palabras eran suficientes para que el tiempo se detuviera, no importaba cuáles fueran, verla mover los labios, mirarte, el cuello perfecto, su semisonrisa, su dureza para decir, para pensar, para hacer; su deseo (que se hacía tuyo inmediatamente), su forma de entregarse a vos, su percepción exacta y precisa de las cosas... su perfecta imperfección... (retorna a vos esa imagen).
Volvés a entrar.
Los ojos del espejo se cierran, al mismo tiempo que los tuyos. Sonreís. Tarareás una melodía, todo vuelve a empezar.
"La quiero", pensás.
"La quiero", decís.
No estás del todo cuerdo aún. Sabés que no vas a curarte, no vas a salirte de esto, y ella tampoco.
Te quiero. (Como te dije ayer; y hoy, esta mañana temprano. ¿Alcanzaste a escucharme?).
El gato gris sube de un salto hasta tu pecho, te mira, dos ojos fijos y verdes.
Te das cuenta en ese instante de absolutamente todo lo que pasó en estos meses de locura. Sí, locura es el término adecuado para describirlo; un fuera de registro, un desfase de tiempo y espacio. Estabas salido, sacado...loco. Cian, magenta, amarillo, negro. Letras que parecen dibujos, palabras que se amontonan, canciones (muchas) que resuenan como un eco infinito. Cicatriz. Vamos, arriba.
Ahora son los ojos del espejo los que te miran.
Afuera está gris y a vos eso te encanta, un susurro de melancolía llega, te envuelve, se va.
¿Cómo era su cabello?
¿Sus ojos?
¿Su olor?
De trigo.
De miel.
De pan.
Ella se fue...¿Hace cuánto ya?. Apurás el primer trago de café, caliente y negro, te arden la garganta y las tripas. La cotidianidad y la rutina ayudan al olvido, pero el recuerdo se empecina y vuelve y vuelve y vuelve no te deja en paz, si sólo pudiera... y tomás el segundo trago tan caliente como el primero, te saltan las lágrimas, no sabés muy bien si es por el café o por ella, es como cuando salís a llorar bajo la lluvia para que no se dé cuenta.
Estás de pie fuera de la casa, en el centro del centro, de cara al cielo de plomo. A tu alrededor todo es verde. Los pies firmes, las venas de las manos hinchadas y azules. El surco que dejó el llanto en tu rostro es casi imperceptible, sabés disimular.
Sólo un par de palabras eran suficientes para que el tiempo se detuviera, no importaba cuáles fueran, verla mover los labios, mirarte, el cuello perfecto, su semisonrisa, su dureza para decir, para pensar, para hacer; su deseo (que se hacía tuyo inmediatamente), su forma de entregarse a vos, su percepción exacta y precisa de las cosas... su perfecta imperfección... (retorna a vos esa imagen).
Volvés a entrar.
Los ojos del espejo se cierran, al mismo tiempo que los tuyos. Sonreís. Tarareás una melodía, todo vuelve a empezar.
"La quiero", pensás.
"La quiero", decís.
No estás del todo cuerdo aún. Sabés que no vas a curarte, no vas a salirte de esto, y ella tampoco.
Te quiero. (Como te dije ayer; y hoy, esta mañana temprano. ¿Alcanzaste a escucharme?).
miércoles, 12 de octubre de 2011
Amor por escrito
¿Cómo siquiera puedo pensar en que algo que está hecho de palabras o imágenes alguna vez adquiera la altura, la profundidad, la sustancia de esto que tengo la certeza de que es el más tremendo amor que he sentido alguna vez?
martes, 11 de octubre de 2011
Mudanza
Cojieron. Mucho. Se dormían cojiendo, despertaban y seguían, toda la noche así, por momentos desaforadamente, como si no hubiera un futuro, por momentos del modo más suave posible, sin ninguna prisa, en la habitación que dejaban, ya despojada, sólo cubiertos por una vieja manta que habían comprado en el sur. Todo lo demás estaba empacado. Se abrazaron fuerte, era el alba.
Ya de mañana él se levantó, sin mirarla y sin hablarle hizo el desayuno. Ella estaba despierta desde hacía rato, se puso una remera y fue hasta el living vacío, por donde entraban los últimos rayos de sol para los dos; sus cosas (las de ella) en cajas; botellitas, tarjetas, algunos libros. Sus cosas (las de él) en cajas; libros, discos, más libros.
Él se sentó en el piso, con la espalda contra la pared, mirando al balcón; ella fue a la pared opuesta, de pie, fumando y con la taza de café en la mano.
-La otra casa tiene verde, lugar para las plantas- le dijo (ella).
-Sí. Es más grande, luminosa- contestó (él).
-Y puede venir mucha gente de visita, no como acá-.
-Se puede armar quilombo sin preocuparse por los vecinos...- Ambos rieron imaginando la música fuerte y la gente hablando a los gritos, contentos. (Les gustaban las fiestas).
Contemplaron casi por última vez el desolado espacio de esa que había sido su casa, su guarida, su lugar de encuentro y de charlas y de sexo, el lugar donde se dijeron tantas cosas, donde se pelearon y se reconciliaron, la ventana grande, el mejor lugar del mundo, el centro mismo del mundo.
Se miraron, los ojos brillosos (de ambos). Extrañamente, pudieron sonreír.
Sonó el portero eléctrico. Atendió ella.
-Es la gente de la mudanza, es para vos-.
-Bueno. Ya bajo- dijo él con voz grave, incorporándose. Le acarició el pelo a la pasada.
Ella se mudaba de casa, él se mudaba de ella. Comenzó a nublarse.
Pequeña Orquesta Reincidentes
Moving Out
Ya de mañana él se levantó, sin mirarla y sin hablarle hizo el desayuno. Ella estaba despierta desde hacía rato, se puso una remera y fue hasta el living vacío, por donde entraban los últimos rayos de sol para los dos; sus cosas (las de ella) en cajas; botellitas, tarjetas, algunos libros. Sus cosas (las de él) en cajas; libros, discos, más libros.
Él se sentó en el piso, con la espalda contra la pared, mirando al balcón; ella fue a la pared opuesta, de pie, fumando y con la taza de café en la mano.
-La otra casa tiene verde, lugar para las plantas- le dijo (ella).
-Sí. Es más grande, luminosa- contestó (él).
-Y puede venir mucha gente de visita, no como acá-.
-Se puede armar quilombo sin preocuparse por los vecinos...- Ambos rieron imaginando la música fuerte y la gente hablando a los gritos, contentos. (Les gustaban las fiestas).
Contemplaron casi por última vez el desolado espacio de esa que había sido su casa, su guarida, su lugar de encuentro y de charlas y de sexo, el lugar donde se dijeron tantas cosas, donde se pelearon y se reconciliaron, la ventana grande, el mejor lugar del mundo, el centro mismo del mundo.
Se miraron, los ojos brillosos (de ambos). Extrañamente, pudieron sonreír.
Sonó el portero eléctrico. Atendió ella.
-Es la gente de la mudanza, es para vos-.
-Bueno. Ya bajo- dijo él con voz grave, incorporándose. Le acarició el pelo a la pasada.
Ella se mudaba de casa, él se mudaba de ella. Comenzó a nublarse.
Pequeña Orquesta Reincidentes
Moving Out
miércoles, 5 de octubre de 2011
Autorretratos
Northern Sky de Drake. Y después Los Planetas. Lo mismo pero no tanto. Las cucharas perfectamente alineadas, la tetera de cerámica, los adornitos, un almanaque con flores. La lámpara y las demás cosas sobre la mesa que te regalaron porque viajaban y no podían llevarse casi nada, la casa, la vida con ellos.
Y vos. Con una postal encontrada y amarilla y escrita en francés, con el pulover bordó o algo así, el pelo largo, siempre despeinado, el joven en camino de ser hombre, sin darte cuenta aún. (Esas cosas nunca se saben).
La pared blanca.
La cámara te mira fijo. Ojo de cíclope de un lado, ojos marrones y torcidos y brillosos del otro.
Vos la mirás a ella, en calma. Faltan unos años todavía. Ella te espera, con la cabeza inclinada, otro pelo, la boca amplia, y se despierta por la noche diciendo tu nombre sin saberlo, se inquieta, duerme de nuevo, dos sílabas que la acompañan, vos dormís también, y decís su nombre, porque ya lo sabés.
Piña y melón, mango. Péndulo. Esto es, y es hermoso. Mar. Sal. Vos la mirás a ella. La silla es casi la misma, pero no tanto. Cielo del Norte. Ecuador.
Ahí estás, en otra silla, con otros ojos que te miran. Vos... ya sos el hombre que fue joven, con cucharas perfectamente alineadas, con postales escritas en francés. Ella te mira, hoy sí, ya sabe tu nombre. Dos sílabas. Vos la mirás a ella. Hola, te amo, se dicen el uno al otro.
Y vos. Con una postal encontrada y amarilla y escrita en francés, con el pulover bordó o algo así, el pelo largo, siempre despeinado, el joven en camino de ser hombre, sin darte cuenta aún. (Esas cosas nunca se saben).
La pared blanca.
La cámara te mira fijo. Ojo de cíclope de un lado, ojos marrones y torcidos y brillosos del otro.
Vos la mirás a ella, en calma. Faltan unos años todavía. Ella te espera, con la cabeza inclinada, otro pelo, la boca amplia, y se despierta por la noche diciendo tu nombre sin saberlo, se inquieta, duerme de nuevo, dos sílabas que la acompañan, vos dormís también, y decís su nombre, porque ya lo sabés.
Piña y melón, mango. Péndulo. Esto es, y es hermoso. Mar. Sal. Vos la mirás a ella. La silla es casi la misma, pero no tanto. Cielo del Norte. Ecuador.
Ahí estás, en otra silla, con otros ojos que te miran. Vos... ya sos el hombre que fue joven, con cucharas perfectamente alineadas, con postales escritas en francés. Ella te mira, hoy sí, ya sabe tu nombre. Dos sílabas. Vos la mirás a ella. Hola, te amo, se dicen el uno al otro.
domingo, 2 de octubre de 2011
Ahora
no te animaste te dijo fuiste un cobarde nada te queda por hacer ni siquiera podés contestar a eso de las nueveycuarto te dijo maricón tibio sos una basura vos sólo atinaste a cerrar los ojos me voy dijiste y es ahora cuando deambulás por las calles pero a las nueveyveinte ella te dijo por favor no te vayas mientras te agarraba las manos y te besaba el pecho lloraba y sus ojos bien celestes y colorados eran perfectos y así llegaron a las nueveyveinticinco tenías ganas de matarla no paraba de gritarte no entiendo cómo se puede ser tan imbécil te odio te dijo ella semidesnuda sólo con una remera corta roja y sin bombacha vos parado en la cocina iracundo y desorientado ahora vagás por barrios aún dormidos ella te dijo riendo a eso de las nueveymedia que eras hermoso y te rogó por favor mi amor no te vayas acostate conmigo haceme el amor a las diezmenoscuarto todo era negro el café estaba quemado y agrio el silencio era sólo interrumpido por sus gritos y sus golpes te pegaba y vos no reaccionabas ésta era otra mujer no la que vos habías conocido hace cuánto tiempo ya no te acordabas ella era hermosa y cuando reía te hacía feliz pero ahora te pegaba con sus manos pequeñas en el pecho y te decía me los cojí a todos y todos son mejores que vos te lo merecés por estúpido qué poco hombre que sos por lo menos sé digno y pegate un tiro andate de mi vida vos en la calle te das cuenta que dejaste tus llaves tu billetera y con lo que te queda en el bolsillo pedís algo de tomar en un bar después recordás acá ya estuve son las diez y ella te besa los labios y ríe como antes sos una mierda sos una mierda tres cinco veces te dice lo mismo vos no escuchás más nada no ves más nada no te importa más nada cerrás tus dos manos grandes alrededor de su cuello en un minuto ella deja de moverse y exhala por última vez ahora en la cocina hace frío salís y te olvidás las llaves y la billetera sólo llevás unos pocos pesos en el bolsillo justo para tomarte algo en algún bar perdido comenzás a caminar son cerca de las nueve de la mañana ella todavía duerme es hora de levantarse mi amor le decís suave al oído.
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