miércoles, 26 de octubre de 2011

Desayuno

Recién en el bar ella se sacó los anteojos oscuros, y él pudo ver su rostro al natural, sin el filtro de la noche obnubilada. Sí, era bella.
La música que sonaba en el lugar parecía venir desde lejos, desde otra dimensión, y era ésta:
http://www.youtube.com/watch?v=aQIBHtyOUog&feature=related
A él no le gustaba mucho, a ella no le resultaba familiar, pero se dieron cuenta al instante de que era perfecta. No dijeron nada.

Siguieron sin hablar mientras desayunaban, por suerte compartían la idea de que esos pocos minutos eran para ser vividos en silencio, momentos de introspección que no debían ser perturbados por nada ni por nadie.

No sabían sus nombres y no era tiempo para que lo supieran aún.

Medianamente despiertos, casi repuestos de los avatares nocturnos de cada uno (porque ella también los había tenido antes de conocerlo), comenzaron a charlar, al principio lentamente, a los pocos minutos no podían parar. Y se reían y se rozaban las manos por encima de la mesa y las piernas por debajo de la mesa y se confesaban las más profundas intimidades sin pudor y se comían con los ojos.

Pidieron otro café (negro para ella, negro para él) y luego otro, y pasaron las horas, y pasaba también la gente dentro y fuera del bar, por la vereda que tenía tres árboles muy verdes y pasaban los autos y ellos escuchaban el pulso de la calle y los ruidos de la cocina y de los mozos y de los clientes que hablaban a los gritos porque los locutores del informativo en la tele estaban exaltados contando la noticia urgente del día.

Hablaron de arte, de drogas, de sexo, de niños, de matrimonio, de zapatos y de manías. De música y de libros, de los extraños seres que eran los cajeros de supermercado, de policías y del clima.

Ella habló también del novio que tenía en ese momento, él habló (muy poco) de la suya, de amores posibles e imposibles, de mujeres olvidadas, de mujeres que lo habían olvidado.

En la esquina del bar chocaron dos autos, uno rojo, el otro blanco, el mundo se detuvo por un instante; pausa. Nadie salió herido. Play.

Se agotaba el tiempo, debían irse; no querían hacerlo.
Tal como habían acordado, pagó él.

Ella le pasó su nombre y su número de teléfono en un papelito arrugado y pequeño, con la esperanza de que él la llamara, con la certeza de que no lo haría.
El nada prometió, pero esa misma noche, unas horas después, se encontraría muy naturalmente marcando los números que tenía grabados a fuego en la cabeza: uno, cinco... con una sonrisa.

(continuará)

1 comentario:

Pablo Masino dijo...

Cómo pega una canción? como dos autos chocando de frente y uno parado en el medio. Primero se te revientan las rodillas y después los oídos.

Este texto me pareció particularmente bonito.