martes, 18 de octubre de 2011

Primera mañana

Abro los ojos,
aún tengo puesto el sueter gris viejo y usado, estoy en la cama. Estamos. Vos llevás sólo tu bombacha y estás tapada hasta el cuello, dormís. La habitación, en penumbras. Pájaros afuera.

Tus pelos están revueltos y te cubren la cara. Yo te toco las piernas por debajo de las sábanas, eso te gusta, te gusta sentirme y despertarte sintiéndome. Mis manos siempre estuvieron tibias para vos. Te movés, pero sólo lo imprescindiblemente necesario para acomodar tus caderas y tu cola contra mis formas, que te reciben plácidamente. Dormitamos, hablamos en sueños. De los sueños. De destinos exóticos y de aburridas rutinas.

Ya estamos despiertos.

Tus ojos increíblemente marrones de caramelo, de tierra, son bellos. En realidad, la manera en que me miran es bella. Como si pudieran escudriñarme internamente, con un único y rápido movimiento. Yo te dejo hacer, y soy feliz.

Por supuesto, no vamos a levantarnos, que el mundo espere, que afuera las cosas sigan ocurriendo, que prescindan de nosotros por hoy; la luz del día invade violentamente el cuarto, nos llena, sos hermosa, ahora te veo completa. Te abrazo y no voy a soltarte. Vos no vas a soltarme.

Hago el desayuno, y lo llevo a la cama. Es un quilombo porque una taza con lo que queda de café se cae (creo que es la mía) y un pequeño mar mancha la frazada, un mar marrón y caliente. Caen la migas de las tostadas sobre nuestros cuerpos, tenés un poquito de mermelada de durazno en los labios, no te digo nada. Vos hablás de cosas que me asombran, cada palabra suena a nuevo, a desconocido, y eso hace que te ame más aún.

Afuera hace frío, como corresponde a la época. Odiás el frío y yo lo adoro. Me gusta porque puedo abrazarte y frotarte las manos contra las mías, te echo aliento por entre los dedos, sale vapor de mi boca. Tal vez el invierno no te sea tan antipático después de todo.

Bien abrigados y muy a nuestro pesar, salimos. Bajamos despacio las escaleras, no por prudencia sino porque hoy se dio así, no es que cada acto de nuestras vidas tenga alguna trascendencia. Las cosas nimias nos constituyen también.

Ya te dije que afuera hace frío.

El aire gélido nos aviva, nos estimula, las caras coloradas casi blancas, heladas. Vos te acurrucás contra mi cuerpo mientras caminamos y yo te abrazo como un oso grande y también marrón y te reís. El día es perfecto. Mañana llegará.

No hay comentarios: