(Texto ampliado)
Salieron del bar, se despidieron con un beso en la mejilla; el tomó un taxi en la misma esquina y se perdió en la urbe, ella se encaminó a paso firme a su casa, que quedaba muy cerca de allí. Miraba sin ver las vidrieras de los negocios, era todo como una gran escenografía hueca y colorida.
Entró a su casa y se dirigió directamente al baño, como en un corto publicitario iba sacándose la ropa a cada paso, le molestaba, se le pegaba en la piel, quería quitarse de encima el olor a humo y a noche; se soltó el pelo, corría el agua tibia de la ducha y sus manos pequeñas y enjabonadas lentamente comenzaron a acariciarse, a recorrer los mismos lugares que él había visitado hacía unas pocas horas, iban por su cuerpo plateado antes, dorado ahora, por sus pechos, su pubis, sus nalgas firmes, su estómago chato.
En un rápido movimiento cerró el grifo del agua caliente, y abrió el que tenía la letra f en el pomo, se preparó en un milisegundo para el enorme chorro helado, que apaciguó sus ansias al instante.
Un minuto después estaba fuera del baño, cubierta por una bata. Tiritando, fue a la cocina y tomó una fruta. Se sentó en el amplio sillón del enorme y semivacío living, mientras comía puso su mente en blanco.
Extrañamente, su perfume (el de él) persistía en su cuerpo.
-Estoy en problemas- se dijo. Y comenzó a vestirse, tenía que ir a su trabajo.
Todo su deseo estaba puesto en ese hombre que apenas conocía (tal vez eso la excitaba más), que rápidamente y sin preámbulos la había seducido con su extraña capacidad para percibirla y entenderla y no prejuzgarla. Y además ese hombre la había hecho reír, como hacía tiempo no reía.
-Es lindo, sí- (Hablaba sola, en voz alta, y no se daba cuenta).
Antes de salir fumó lo que le quedaba de la noche, se relajó; se dio cuenta de que no había almorzado. Sacó un pedazo de tarta de choclo un poco rancia de la heladera, la comió de tres o cuatro bocados; comer... no estaba entre sus prioridades.
Se alisó el pelo, se puso sus sandalias, terminó de arreglarse, y salió.
Las horas de la tarde transcurrieron sin sobresaltos, más bien aburridas. Ella rayaba sistemáticamente las hojas en blanco de su agenda, este hombre la perturbaba, y su estado de ánimo iba de la euforia a la angustia sin escalas. No entendía, no quería entender que no tenía escapatoria.
Era de noche ya, salió del trabajo y emprendió el camino exactamente opuesto al que había hecho unas horas antes, volvió a su casa, mirando las mismas vidrieras, la misma gente que hacía las mismas cosas, que eran iguales a las de siempre.
-Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, que los cumplas, que los cumplas, que los cumplas feliiiiz....-
El coro de voces la acompañó desde la puerta de entrada hasta el living, ahora decorado como por arte de magia durante su ausencia, especialmente para la ocasión. Globos azules, colorados, amarillos, comida, bebida, música fuerte, ruidos de mucha gente y mucha histeria.
Su novio la esperaba exactamente en el centro del espacio con la torta, una velita simbólica, un horrible ramo de claveles rojos (¿no sabía que ella odiaba los claveles?), y un muy lindo perfume que seguramente ella no usaría jamás.
Ella sólo atinó a darle un beso con la boca cerrada, los labios juntos, casi sin mirarlo.
-Gracias, muchas gracias- le dijo tratando de ser amable.
¿En qué punto de su vida, de sus sentimientos, de su existencia se encontraban estos dos hombres, el de hace unos años, y el de anoche, de esta mañana de desayuno con café negro y tostadas? ¿Y dónde estaba ella?
Tenía sólo una certeza: no era quien creía ser; cosas como las ocurridas hacía apenas unas horas la sacudían, la sacaban del letargo donde estaba sumida, le recordaban que tenía mucho para ofrecer, para que un hombre descubriera.
Pero estaba viviendo en otra dimensión. Ella debía ser siempre perfecta, alegre, superada, mujer en todo momento, nunca niña, nunca en problemas, nunca debía fallar. Odiaba todo esto, odiaba también darse cuenta y sentirse atrapada, inmóvil, encorsetada en este disfraz impuesto y en este rol que debía cumplir cada día, todos los días.
Uno, cinco... marcó los números que tenía grabados a fuego en su cabeza; mientras lo hacía sonreía, y cuando ella atendió, él pronunció su nombre en voz muy baja...
-Hola,... número equivocado- contestó, la cara gélida, la voz opaca. Colgó.
Se dio vuelta, y mirando a sus amigos de siempre que comenzaban a emborracharse, dijo:
-Alguien quiere torta?-.
(continuará)
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