martes, 25 de octubre de 2011

Estrellas en el cielo nocturno

Fue al sitio donde todo el mundo iba, casi como un ritual, religiosamente. Estaba solo, hacía un largo tiempo ya. Estaba medio borracho, el amortiguamiento del alcohol lo ayudaba a soportar el peso de los días vacíos.
La banda de turno sonaba realmente bien - o por lo menos a él le gustaba-. Pasaban casi sin solución de continuidad las canciones melancólicas y ruidosas, capas y capas de sonidos distorsionados que hipnotizaban a las ciento y pico de personas que se movían al unísono en el sitio, un espacio abierto donde el humo dulzón y la fragancia alucinada surcaban el aire.

Estaba solo, y no le importaba demasiado.

Al tercer trago de una bebida de la cual nunca se acordaba el nombre y que siempre pedía, fue al baño. A medio camino, lo interceptó ella, mujer a la que había visto alguna vez, y cuyo único vínculo era algún amigo o conocido en común, o algo así.
-Hola- Se dijeron.
Empezaron a besarse allí mismo, en el pasillo, él la arrastró al baño de hombres, cerraron la puerta, que él trabó con su espalda. Por debajo de la pollerita corta que ella llevaba le arrancó la bombacha de un tirón, mientras la besaba se desabrochó el cinturón, con los pantalones y los calzoncillos en las rodillas la penetró de pie con fuerza, acabaron en menos de tres minutos. Tropezaron al salir, desarreglados, desaliñados, perdidos.

La banda acometía con lo último que le quedaba por decir; la gente saltaba, como una manada sudorosa y cansada, le robaba minutos de felicidad a la negrura cotidiana. El fumaba contra la pared, en medio de botellas vacías y vasos rotos, entre parejitas de recién conocidos que se besaban tímidamente con los labios, sin las lenguas.

Estaba solo, y ahora sí que le importaba.

-Hola, lindo- le dijo ella, hablándole al oído con una voz que le traía a su memoria tiempos dolorosos. Un leve temblor delataba su nerviosismo.
-¿Fumamos?- Invitó, elegante.
-No- Le dijo él. -Acá no. Sacame de aquí-.

Salieron por entre el gentío como si nada, sin roces, sin ruidos. Era como caminar sobre una alfombra de seda. Fumaron el porro en el umbral de la puerta de una casa cercana. Se levantaron y deambularon un poco.
En el auto de ella y con una suavidad que lo asombraba se besaron, recordando sabores del pasado; sus olores comenzaban a mezclarse, y también el olor que él traía desde hacía un par de horas, el olor a otra mujer, el olor que ahora lo excitaba aún más. Quería parar, quería detenerla, pero no podía. Sabía que no, que esto estaba mal, que se suponía que esto no podía volver a ocurrirle, pero cada vez que la veía, sola o con otros hombres, deseaba que sucediera, al menos una vez más. Siempre era igual. Ella se le ofreció con la piernas bien abiertas, él la llevó al orgasmo muy fácilmente, ella reía y reía muy fuerte.

Cuando él acabó, casi sin que se diera cuenta estaba fuera del auto, como un objeto ya inútil y descartado, ultrajado, despojado. Ella le dijo algo que no alcanzó a escuchar bien, y se fue. Seguía riendo.
Volvió caminando un par de cuadras, el recital había terminado, la gente mataba el tiempo en la vereda del lugar esperando el amanecer, o haciendo planes para terminar la noche en otra fiesta. Se encontró con algunos conocidos, hombres y mujeres, se enganchó para ir a la casa de una de ellas, habría allí más alcohol, drogas varias, música de la que a él le gustaba.

Se subió a un auto grande, azul. Todos adentro hablaban al mismo tiempo. Llegaron rápido, el lugar estaba repleto y ruidoso.

En medio de personas en blur, de conversaciones que no le interesaban, inmerso en la rutina de la intrascendencia, decidió tomar el último trago antes de marcharse. Ella estaba ahí, a su lado. Le invitó de su vaso, que ella vació de un solo trago. Y le dijo que era lo mejor que le había ocurrido esa noche. Y que era hermoso. Y que no le hablara, que con mirarla ella estaría bien.
Se acariciaron por debajo de las ropas con disimulo, no querían que la gente los viera, en realidad a nadie le importaba lo que ellos hicieran, todos estaban enfrascados en sus propias historias, momentáneas o duraderas.
Húmedos como estaban se metieron en una de las habitaciones de la casa; vestida era bella, desnuda era el cielo. Pasaron dos horas allí, sólo se acariciaban, con los ojos cerrados.

Cuando salió, (ella dormía) el sol pegaba fuerte sobre su rostro. En ese instante volvió sobre sus pasos, entró de nuevo a la casa, (no tenía la menor idea de quién vivía allí).

La despertó.
-Vamos a desayunar- la invitó.
-Bueno, vos pagás, ¿ok? Café negro con tostadas- Dijo ella, con los ojos aún rojos.
(continuará)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=2jVp1FAhT5c

Varsanyi dijo...

Perfecto! Ahora hay que buscar una canción para el desayuno, y después.
Gracias.

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=aQIBHtyOUog&feature=related

Varsanyi dijo...

Anónimo, la tenés clarísima.
Ahora me falta escribir lo que sigue.

Gracias again.