Llegaron de a pares, de a tríos, de a muchos. Entre la gente estaba ella, no venía sola. Reían, charlaban, bebían; él, dueño de casa, participaba de todas las conversaciones, todas las rondas de alcohol y otras sustancias, mientras la miraba de reojo.
Cuando ya todo era insoportable, cuando las palabras que se decían a los gritos le parecían de lo más estúpidas, cuando el maquillaje de las mujeres transpiradas se había corrido y el sudor de los hombres hacía el aire irrespirable, de un salto él se incorporó y amparado por la noche cerrada y el amortiguamiento general, la tomó de un brazo y le susurró al oído...
El plan de evacuación.
Del lugar, de la ciudad, del país, de ese mundo que no era para ellos.
(Igual que en esa película que ninguno de los dos había visto).
Ella lo miró, se sonrió medio de costado, y ruborizada por la propuesta, aceptó de inmediato.
jueves, 29 de diciembre de 2011
martes, 20 de diciembre de 2011
sábado, 17 de diciembre de 2011
16001 palabras
y 44 páginas, uno cuatro siete uno suena zapato de elefante de los arab strap, la melancolía es la ropa que me abriga y entonces escribo dieciseismil palabras todas seguidas ninguna alcanza para decir.
Me gusta tornasol y me gusta cinta de moebius, me gusta escocia no me gusta tanto gélida; siempre aparece la palabra siempre. Septiembre está, música está, amor y desamor están; bombacha, orgasmo, taza, café.
Ventana; sol. Horas, minutos y segundos están. Falta la palabra odio. Tristeza, llanto y tormenta cuentan, faltan perpetuidad y regocijo.
Dieciseis mil palabras insuficientes. Están casi todas, faltan unas cuantas.
Está ella.
Me gusta tornasol y me gusta cinta de moebius, me gusta escocia no me gusta tanto gélida; siempre aparece la palabra siempre. Septiembre está, música está, amor y desamor están; bombacha, orgasmo, taza, café.
Ventana; sol. Horas, minutos y segundos están. Falta la palabra odio. Tristeza, llanto y tormenta cuentan, faltan perpetuidad y regocijo.
Dieciseis mil palabras insuficientes. Están casi todas, faltan unas cuantas.
Está ella.
Tornasol
El parado frente a la puerta ventana tornasol de vidrios dobles, descalzo, los pies paralelos a precisos 28 cms uno del otro; él parado ahí espera, vestido sólo con sus boxers nuevos negros que extrañamente no le regalaron, una remera también negra pero vieja, atractiva y seductora combinación . El parado frente a la puerta ventana desde donde puede ver la piscina semivacía, el jardín perfecto, el camino de entrada a la casa.
Ella llega en su auto grande, cuando abre la puerta el sol en un ángulo matemáticamente imposible rebota y ciega al hombre, que por un instante no puede ver cómo ella baja sin prisas y camina decidida hacia él.
La gélida indiferencia del desamor los ha transformado en dos extraños, no entienden cómo alguna vez estuvieron juntos... click, borrar.
Sin mediar palabra ella le baja los calzoncillos y él le sube la pollera, le corre con habilidad la bombacha breve que usa, con determinación la lleva contra la pared áspera, la penetra urgente pero desapasionado. Ella con las piernas lo abraza, suspendida en el rápido vaivén, suena algo de fondo y ambos se distraen por un momento, es la música de una vieja banda que escuchaban siempre.
Rápidamente todo termina, los cuerpos dorados por el sol fundidos en uno les recuerdan cuánto se amaron; se separan delicadamente y ella ahora acomoda su cabello y él fuma y mira de nuevo hacia el jardín a través de la puerta ventana tornasol de vidrios dobles, ve cómo ella sube en ralenti a su auto, lo que no puede ver él es su llanto angustioso y apagado, no puede verlo porque las lágrimas le han cubierto los ojos.
Ella llega en su auto grande, cuando abre la puerta el sol en un ángulo matemáticamente imposible rebota y ciega al hombre, que por un instante no puede ver cómo ella baja sin prisas y camina decidida hacia él.
La gélida indiferencia del desamor los ha transformado en dos extraños, no entienden cómo alguna vez estuvieron juntos... click, borrar.
Sin mediar palabra ella le baja los calzoncillos y él le sube la pollera, le corre con habilidad la bombacha breve que usa, con determinación la lleva contra la pared áspera, la penetra urgente pero desapasionado. Ella con las piernas lo abraza, suspendida en el rápido vaivén, suena algo de fondo y ambos se distraen por un momento, es la música de una vieja banda que escuchaban siempre.
Rápidamente todo termina, los cuerpos dorados por el sol fundidos en uno les recuerdan cuánto se amaron; se separan delicadamente y ella ahora acomoda su cabello y él fuma y mira de nuevo hacia el jardín a través de la puerta ventana tornasol de vidrios dobles, ve cómo ella sube en ralenti a su auto, lo que no puede ver él es su llanto angustioso y apagado, no puede verlo porque las lágrimas le han cubierto los ojos.
domingo, 11 de diciembre de 2011
domingo, 4 de diciembre de 2011
Cajas
Sale el sol se sienta a esperar está contaminado intoxicado por los restos de la noche y agotado fue demasiado esta vez no sabe si soñó o en verdad vio miles de cajas apiladas una sobre otra una sobre otra todas cerradas invitación a descubrir puertas que se abren y conducen a parajes deshabitados inhabitados sigue esperando tictac tictac mira para arriba y a los costados llega un sonido una extraña sensación ella entra en escena con sus ropas breves y blancas se acerca hasta qué él siente su aliento a pocos centímetros la rodea con su brazo izquierdo pasa su mano por su cola suave y perfecta toca la textura de sus carnes y de sus curvas se excita y todo comienza de nuevo y abre las cajas una a una también las puertas y ve tatuajes y marcas en la piel curvas texturas las toca ella avanza también y lo ama intensamente y pasan horas así o por lo menos eso es lo que parece se miran directamente a los ojos y ella le dice me voy y él le dice siempre espero que vuelvas mira al cielo y siente el aire fresco que lo devuelve a la vida una vez más está bien adiós.
Lenta
y cuidadosamente se sacó la ropa. Se olvidó de promesas hechas, de cuidar las formas, de saltar barreras, de cometer errores. Se olvidó por un momento -que sin dudas fue epifánico- de sus miserias, de sus rencores, de sus broncas contenidas.
Se entregó.
Se entregó.
domingo, 27 de noviembre de 2011
Después de eso
Entonces él sale sin rumbo y putea por lo bajo no ahora putea a viva voz soy un imbécil se dice camina unas cuadras para comprar algo de beber y algo de comer está sediento y está famélico porque ella le dejó la boca seca y amarga y fue también por los gritos que le duele la garganta los dos primeros tragos lo sosiegan y los dos primeros bocados lo tranquilizan ahora sí que se complicó todo quién será ese hijo de puta se pregunta y se responde el hijo de puta soy yo y aparte soy un estúpido mientras termina de beber y de comer sentado en un banco de plaza blanco y lleno de escrituras se pone a leer frases obscenas y frases triviales nombres teléfonos y calles promesas sucias de sexo y perversión y si llamo me atenderán se ríe un poco rápidamente se nubla y a los dos minutos comienza una fina lluvia que lo refresca por fuera y por dentro no hay nadie es de madrugada sólo un par de perros callejeros guarecidos bajo un techo y algún trasnochado o alguien con un pariente enfermo que busca una farmacia él está muy borracho y le da un poco de vergüenza pero vomita contra un árbol y saca toda la mierda contenida de su cuerpo y de su alma y en el vómito se le va lo último que le quedaba de ella y comienza a llorar por la indignidad y por el desamor siente que nunca va a tenerla, nunca.
(Ella, mientras tanto, trata de olvidarlo, aunque sabe que será imposible)
(Ella, mientras tanto, trata de olvidarlo, aunque sabe que será imposible)
La primera vez, y la segunda
La primera vez llegaron casi al mismo tiempo, los ojos rojos y atropelladamente, las coincidencias eran evidentes pero ellos no les daban importancia, lo único que les importaba en verdad era que estaban juntos aquí y ahora, como solían decirse mutuamente. Sus ojos brillaban, sí, por las sustancias que habían ingerido, pero había algo más, otro resplandor, algo que no podían explicar y que sólo ellos percibían (o al menos eso creían).
Se sentaron uno frente al otro, no hacía falta mirarse, se sentían tibios, tan cerca, rozándose los dedos, escuchando las conversaciones de los demás en la mesa, deseándose.
La segunda vez brillaban los ojos de él, y los de ella, pero no era igual; algo los separaba, y él no entendía bien, si todo parecía tan diáfano, tan hermoso, tan azul, pero no. La gente a su alrededor decía cosas que no alcanzaba a comprender, y reían, y él sólo podía embriagarse para romper el aislamiento -o para acentuarlo-, y ella parecía ausente, no, en realidad parecía estar en otro lado.
Cuando al fin ella lo miró, fue para decirle casi sin palabras que debía irse. Que la esperaban. Y que todo había terminado.
(continuará)
Se sentaron uno frente al otro, no hacía falta mirarse, se sentían tibios, tan cerca, rozándose los dedos, escuchando las conversaciones de los demás en la mesa, deseándose.
La segunda vez brillaban los ojos de él, y los de ella, pero no era igual; algo los separaba, y él no entendía bien, si todo parecía tan diáfano, tan hermoso, tan azul, pero no. La gente a su alrededor decía cosas que no alcanzaba a comprender, y reían, y él sólo podía embriagarse para romper el aislamiento -o para acentuarlo-, y ella parecía ausente, no, en realidad parecía estar en otro lado.
Cuando al fin ella lo miró, fue para decirle casi sin palabras que debía irse. Que la esperaban. Y que todo había terminado.
(continuará)
viernes, 25 de noviembre de 2011
Del otro lado
Después de la ducha fría, de secarme el pelo a las apuradas y de pintarme las uñas muy prolijamente, salgo y camino sobre las hojas muertas secas y olvidadas con mis pies descalzos y me acuerdo de los tuyos cálidos junto a los míos ese día en que presentimos que ya no, que no había caso. Camino y ahora el pasto verde de septiembre me recibe, alfombra, recinto, remanso; la vida sigue y nos amamos, secamos nuestras lágrimas con el aire del verano que siempre es denso y nos completa, nos acompañamos mutuamente una vez más, yo te miro mientras pensás en cosas inescrutables, y te digo hola, acá estoy, soy yo, y vos me abrazás como si nunca más lo fueras a hacer, y yo te como a besos, pero sí, es cierto, es el final. Agitando mi mano derecha te digo adiós mientras ahora el pasto es tierra casi negra, mis pies están helados y yo te busco en vano.
Acá estoy.
¿No ves?
Soy yo.
Acá estoy.
¿No ves?
Soy yo.
domingo, 20 de noviembre de 2011
Antes de eso
Despierta.
Incómoda en su propia piel. Sacude la cabeza, trata de quitarse de encima el mal sueño que tuvo. No puede.
El la invitó a quedarse. Para siempre.
Incómoda en su propia piel. Sacude la cabeza, trata de quitarse de encima el mal sueño que tuvo. No puede.
El la invitó a quedarse. Para siempre.
viernes, 18 de noviembre de 2011
Mediamañana
Le duele el estómago. Se siente mareado.
(Ella estaba con su pantalón rojo, su remera musculosa, su buzo de algodón en la cintura, y con la sonrisa de siempre -la de hace años, la de una vida que parecía haber sido vivida por otros, no por ellos-, le dijo fresca y contenta: "Hola..." y como al descuido dejó que él oliera su perfume a la pasada.)
(continuará)
(Ella estaba con su pantalón rojo, su remera musculosa, su buzo de algodón en la cintura, y con la sonrisa de siempre -la de hace años, la de una vida que parecía haber sido vivida por otros, no por ellos-, le dijo fresca y contenta: "Hola..." y como al descuido dejó que él oliera su perfume a la pasada.)
(continuará)
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Dos
Ella inventa palabras...
O pronuncia algunas que suenan nuevas en su boca.
Escocia,
Jengibre,
Pan.
El...
Le regala canciones.
O pronuncia algunas que suenan nuevas en su boca.
Escocia,
Jengibre,
Pan.
El...
Le regala canciones.
Hambre. Sed
20 cms de nieve en la estepa ancha. Tres días sin comida, sin agua, sin refugio.
Dos lobos aúllan de cara al cielo, buscando saciar sus ansias de carne, los ojos perdidos, los pelos erizados. Se frotan entre sí, se chocan, se huelen.
Un ciervo a lo lejos. No hay viento; ha llegado el momento.
Dos lobos aúllan de cara al cielo, buscando saciar sus ansias de carne, los ojos perdidos, los pelos erizados. Se frotan entre sí, se chocan, se huelen.
Un ciervo a lo lejos. No hay viento; ha llegado el momento.
martes, 15 de noviembre de 2011
Comienzo de jornada
Día perfecto, pensó. Gris, fresco, grande, entero. Desayuno en silencio, austero como siempre, íntimo, suyo.
Espejo, agua, pelo. Sueño. Rápido repaso mental de las muchas cosas por hacer, aire.
Llaves, reloj, anillos. Teléfono. Billetera. Comida para el gato.
Después del último gesto de amor, después del último beso en la boca aún dormida, salió despacio, ella no se dio cuenta. Estaba soñando con él.
(continuará)
Espejo, agua, pelo. Sueño. Rápido repaso mental de las muchas cosas por hacer, aire.
Llaves, reloj, anillos. Teléfono. Billetera. Comida para el gato.
Después del último gesto de amor, después del último beso en la boca aún dormida, salió despacio, ella no se dio cuenta. Estaba soñando con él.
(continuará)
sábado, 12 de noviembre de 2011
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Almuerzo (fin)
Se encuentran al mediodía en el centro de la ciudad piden vegetales para comer en un restorán pequeño pero con aire acondicionado y paredes verdes porque el calor los ciega los aplasta los somete acompañan el almuerzo con agua el alcohol está restringido a las noches aparte tienen que volver a trabajar los dos por separado y en medio de la comida ella saca de su cartera breve elegante y sencilla porque no es de andar ostentando saca de su cartera dije dos pasajes de avión a Edimburgo allá hace frío ahora vamos a los highlands le dice quiero viajar con vos porque sé que nos vamos a llevar bien y aparte quiero que me abraces y me abrigues como lo haría el oso ese que describiste en un viejo texto tuyo quiero ser ella y quiero que vos seas él y caminemos y me abarques con tus brazos como él hacía con ella porque en ese viejo texto vos dijiste que él la amaba en realidad los dos se amaban y eso es justo justo lo que yo siento y en los highlands haremos un pacto que consiste en que si alguna vez nos toca separarnos nunca será definitivo porque no se termina hasta que termina me dijeron y quiero verte caminar por el pasto alto y con el viento pegándote en la cara y cerca del mar que siempre está frío y si me dejás voy a tomarte una foto para no olvidarte nunca (y aquí pronuncia su nombre y luego le dice mi amor y él abre grandes los ojos y luego de una brevísima pausa le dice que sí).
Más diálogo
-Es verdad, te lo juro, a mí
-Escuchá, no creo que
-Pero si el otro día, así
-Ah, me imagino cuando, yo en realidad
-Por supuesto, darling, por supuesto
-Seguro, en serio, pero no
-Nos vemos pronto, ¿eh?
-Chau.
-Escuchá, no creo que
-Pero si el otro día, así
-Ah, me imagino cuando, yo en realidad
-Por supuesto, darling, por supuesto
-Seguro, en serio, pero no
-Nos vemos pronto, ¿eh?
-Chau.
Dos valijas llenas de amor
Calor insoportable que aprieta en las sienes y no deja respirar porque además ella se fue vació el ropero llenó dos valijas y diciéndole cosas descarnadas chorreando sangre sin siquiera cerrar la puerta tras de sí desapareció él sólo alcanzó a ver el pliegue de su pollera larga y el taco de su zapato cuando se perdió en el vapor de la siesta más pesada que nunca entonces se ahogó fue a la heladera tan vacía como el ropero y sacó una botella de agua de la que bebió hasta el final se sentó en el piso los objetos que lo rodeaban parecían tan devastados como él lo estaba y lloró a mares durante horas fue hasta el espejo estoy hecho una mierda pensó se bañó pero el calor era implacable la llamó mil millones de veces por teléfono y ella no contestó nunca y volvió a llamarla pero nada me voy a matar pensó no seas tan estúpido se reprochó me las voy a cojer a todas no seas tan patético se dijo y transpirado mojado empapado en sudor salió a la calle pero antes había estado tirado en la cama ahora más grande mirando un foco tan desnudo como él lo encendía lo apagaba así treinta veces seguidas salió a la calle dije y el calor lo abrazaba y lo abrasaba afuera no había nadie en realidad nadie que lo acompañara y caminó tres cuadras y después cuatro y entró al bar de siempre y se tomó otra botella de agua con el vaso se tapaba los ojos llorosos trataba de concentrase en sus obligaciones en algún libro en lo que fuera cuando por la ventana la vio pasar con la misma pollera y los mismos zapatos ya sin las valijas, no iba sola.
Des-Ayuno
Luz blanca que encandila y obliga a cerrar las cortinas de la puerta-ventana que da al jardín.
Agua caliente. Pan (siempre que dice "pan" se acuerda del olor de su pelo). Taza amarilla, taza azul, vasos, agua fría.
Café con y sin azúcar.
Sube con pasos de gato la escalera, uno, dos, uno ,dos; por la ventana del cuarto mínimamente abierta se cuela una línea de sol, suficiente para no tener que encender la luz.
Se sienta en el borde de la cama, mira. La mira. Ella está vuelta sobre sí misma, la imagen que él tiene es como la de esas fotos donde se ve la espalda justo hasta la curva de la cadera que insinúa sin mostrar, y más arriba los dos brazos que se cruzan y se cuidan el uno al otro... y los cabellos despeinados.
El no sabe que ella ha abierto los ojos, la despertó el olor a desayuno. Espera, inmóvil. Espera hasta que él la llama por su nombre, ella se da vuelta, le sonríe, y él le dice que la ama, con los ojos un poco húmedos.
(continuará)
Agua caliente. Pan (siempre que dice "pan" se acuerda del olor de su pelo). Taza amarilla, taza azul, vasos, agua fría.
Café con y sin azúcar.
Sube con pasos de gato la escalera, uno, dos, uno ,dos; por la ventana del cuarto mínimamente abierta se cuela una línea de sol, suficiente para no tener que encender la luz.
Se sienta en el borde de la cama, mira. La mira. Ella está vuelta sobre sí misma, la imagen que él tiene es como la de esas fotos donde se ve la espalda justo hasta la curva de la cadera que insinúa sin mostrar, y más arriba los dos brazos que se cruzan y se cuidan el uno al otro... y los cabellos despeinados.
El no sabe que ella ha abierto los ojos, la despertó el olor a desayuno. Espera, inmóvil. Espera hasta que él la llama por su nombre, ella se da vuelta, le sonríe, y él le dice que la ama, con los ojos un poco húmedos.
(continuará)
Diálogo
-Sí, claro, pero
-¿Vos entendés lo que te digo?
-Entonces bueno...
-Exactamente.
-Y después yo, vamos no puede ser tan
-Ajá
-No, no creo
-Te dejo, me tengo que ir
-Chau.
-Chau.
-¿Vos entendés lo que te digo?
-Entonces bueno...
-Exactamente.
-Y después yo, vamos no puede ser tan
-Ajá
-No, no creo
-Te dejo, me tengo que ir
-Chau.
-Chau.
martes, 8 de noviembre de 2011
Secuencia interior-exterior-interior.
Salen al amparo de la noche, ahora despejada y fresca. La lluvia ha dejado sus marcas en el pavimento, en las veredas brillosas, en los cuerpos de ellos y de muchos otros. Caminan rápido hasta la avenida, vamos le dice ella, vamos que estoy feliz y hoy y como siempre quiero más, ahora ella corre y sus pelos vuelan y él la alcanza muy rápido y la toma de las caderas besándola una sola vez en los labios, que hoy no se pintó.
Entran a un bar luminoso y lleno, de gente y de adornos y de ruidos de vasos que chocan y de risas estruendosas y de rincones donde nuevos amantes se abrazan con sigilo, prudencia y deseo, y de otros rincones donde futuros amantes entablan el juego cuyo final conocen, pero disimulan.
Ellos nunca dejan de mirarse mientras hablan, las mínimas distracciones -saludar a gente que conocen, pedir comida y bebida- son sólo pequeños paréntesis que sostienen todo lo demás.
El lugar es amarillo y brillante, la mesa de madera casi negra, los vasos enormes y de boca ancha. La noche acaba de comenzar.
Beben como en un ritual espiralado de lenta destrucción, no hay límites hoy, bucean cada vez más profundo y entonces sus ojos se enrojecen, la visión se les nubla, la gente ha desaparecido, el ruido de fondo ha sido mitigado, son sólo ellos dos en el centro de la noche, ahora que están muy borrachos salen lentamente, no miran a los costados, suben a un taxi y ahí dentro él la acaricia con su mano derecha por debajo de la pollera, el auto está oscuro y ella lo deja hacer semidormida pero excitada. El viaje es lo suficientemente largo como para que el orgasmo silencioso llegue en el preciso momento en que abre los ojos, con una semisonrisa que dura un segundo; han llegado.
Casa. Piso blanco y frío, cigarrillos, sofá cama. Azul violeta gris oscuro. Las ropas ya quedaron a un lado, ella sólo conserva su bombacha, él no tiene nada encima, van a dormirse abrazados en pocos minutos, la noche se termina.
(continuará)
Entran a un bar luminoso y lleno, de gente y de adornos y de ruidos de vasos que chocan y de risas estruendosas y de rincones donde nuevos amantes se abrazan con sigilo, prudencia y deseo, y de otros rincones donde futuros amantes entablan el juego cuyo final conocen, pero disimulan.
Ellos nunca dejan de mirarse mientras hablan, las mínimas distracciones -saludar a gente que conocen, pedir comida y bebida- son sólo pequeños paréntesis que sostienen todo lo demás.
El lugar es amarillo y brillante, la mesa de madera casi negra, los vasos enormes y de boca ancha. La noche acaba de comenzar.
Beben como en un ritual espiralado de lenta destrucción, no hay límites hoy, bucean cada vez más profundo y entonces sus ojos se enrojecen, la visión se les nubla, la gente ha desaparecido, el ruido de fondo ha sido mitigado, son sólo ellos dos en el centro de la noche, ahora que están muy borrachos salen lentamente, no miran a los costados, suben a un taxi y ahí dentro él la acaricia con su mano derecha por debajo de la pollera, el auto está oscuro y ella lo deja hacer semidormida pero excitada. El viaje es lo suficientemente largo como para que el orgasmo silencioso llegue en el preciso momento en que abre los ojos, con una semisonrisa que dura un segundo; han llegado.
Casa. Piso blanco y frío, cigarrillos, sofá cama. Azul violeta gris oscuro. Las ropas ya quedaron a un lado, ella sólo conserva su bombacha, él no tiene nada encima, van a dormirse abrazados en pocos minutos, la noche se termina.
(continuará)
sábado, 5 de noviembre de 2011
9´16´´ después
Ya estaba oscuro.
Ahora es cuando comienza esto, pensó ella. Ahora es cuando te beso, te digo palabras de amor, te excito, te invito, te incito.
Vamos. Se hace tarde.
La marca de la tira de tu bombacha sobre tu cadera, camino de una sola vía, voy uniendo los puntos que me llevan al destino inexorable. Uno, dos, tres..., estoy por llegar.
Tu frente amplia, el ceño siempre fruncido, tus pelos revueltos, tu sexo urgente. Voy uniendo los puntos, yo también. Uno, dos, tres..., estoy llegando.
Vamos.
(continuará)
Ahora es cuando comienza esto, pensó ella. Ahora es cuando te beso, te digo palabras de amor, te excito, te invito, te incito.
Vamos. Se hace tarde.
La marca de la tira de tu bombacha sobre tu cadera, camino de una sola vía, voy uniendo los puntos que me llevan al destino inexorable. Uno, dos, tres..., estoy por llegar.
Tu frente amplia, el ceño siempre fruncido, tus pelos revueltos, tu sexo urgente. Voy uniendo los puntos, yo también. Uno, dos, tres..., estoy llegando.
Vamos.
(continuará)
viernes, 4 de noviembre de 2011
Pedido
Take the shadow from the road I walk upon
And
Be my sunshine, sunshine
http://www.youtube.com/watch?v=wWNL-uBERRc
Por favor.
And
Be my sunshine, sunshine
http://www.youtube.com/watch?v=wWNL-uBERRc
Por favor.
OST
Ella acostada en la cama acaricia el pelo de él, que está sentado en el piso; comparten un cigarrillo, dos vasos de agua helada, el calor del cuarto.
Miran inmóviles cómo la tarde se escapa por el rectángulo de la ventana, la luz mutante, el aire hirviente que no deja de pesarles en los cuerpos desnudos empapados en sudor.
Y escuchan esto, en total silencio
http://www.youtube.com/watch?v=Ur_7EBDu6gk
Durante nueve minutos y dieciséis segundos.
(continuará)
Miran inmóviles cómo la tarde se escapa por el rectángulo de la ventana, la luz mutante, el aire hirviente que no deja de pesarles en los cuerpos desnudos empapados en sudor.
Y escuchan esto, en total silencio
http://www.youtube.com/watch?v=Ur_7EBDu6gk
Durante nueve minutos y dieciséis segundos.
(continuará)
jueves, 3 de noviembre de 2011
Paseo
Sol. Helados. Los lavacoches en la calle, agitando sus trapos, en cueros, transpirados, sonrientes.
Aquí nos paramos.
Dos cervezas negras, por favor. Y muchas papas, saladas en exceso.
Con Los Planetas de fondo, la tarde es perfecta. Estamos de la mano.
Aquí nos paramos.
Dos cervezas negras, por favor. Y muchas papas, saladas en exceso.
Con Los Planetas de fondo, la tarde es perfecta. Estamos de la mano.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Sí
Mixtura encuentros desencuentros merienda esquina soledad tiempo horarios relojes vaivenes mensajes llamados posteos semillas agua fango tierra salidas arreglos miércoles jueves viernes te extraño me decís y yo a vos te digo pero si sos feliz me decís eso es lo que cuenta es verdad ahora sólo nos queda reír a boca llena ruidosamente y discutir sobre colores y formas y sonidos orientación y aconsejamiento así es mejor recupero la sonrisa porque te siento bien ya no hay suicidas en las páginas que esperan ser escritas... al menos por ahora.
Mares
Sin proponértelo parás frente a su casa justo cuando ella sale a la puerta y te dice pasá estoy sola vos mirás a ambos lados es a mí te preguntás sí zonzo vení besémonos en el jardín no hay luna pero con un par de velas es suficiente para vernos las caras te estuve esperando y es realmente como si el fuego y el agua se hubiesen juntado uno enciende al otro uno baña al otro en realidad en otra vida ya se besaron y es recorrer caminos ya conocidos manantial de deseo contenido pero ya no dulce humedad en las bocas y en el cuerpo desnudez de pieles y de mentes la mirás te mira sí son hermosos ahora en su cuarto la escuchás gemir y te escuchás gritar y vuelve la calma será hasta que la sed los lleve de nuevo hasta esos mares.
Una noche (2)
La noche es ambiciosa también traicionera y te hace trampas porque te marea un poco al principio con sus fragancias dulces y después cuando ya estás a punto de decírselo y te acercás a paso firme ella te mira con ojos de almendra y con una sonrisa franca y grande de boca amplia y dientes blanquísimos secamente te avisa que se va.
Una noche (1)
Esa noche no durmieron.
Sin embargo, soñaron con exactamente las mismas cosas: un barco con casco de madera húmeda y lustrosa, un mar de peces plateados. Y el gris de la tormenta que los aguardaba en el horizonte, automóviles azules uno al lado del otro, con olor a farmacia; soñaron también con brújulas, llaves y libros.
Sin embargo, soñaron con exactamente las mismas cosas: un barco con casco de madera húmeda y lustrosa, un mar de peces plateados. Y el gris de la tormenta que los aguardaba en el horizonte, automóviles azules uno al lado del otro, con olor a farmacia; soñaron también con brújulas, llaves y libros.
lunes, 31 de octubre de 2011
Vení (final)
a mi casa le dijo por teléfono fue escueta la conversación le dio datos precisos de cómo llegar cuál era su piso su casa su departamento tiene plantas en el balcón se ve desde la calle le dijo a la tarde le da el sol del oeste y no dijo nada más repito fue escueta la comunicación.
Llegó acalorado apurado transpirado un poco son los nervios pensó pero qué estúpido si está todo bien llamó soy yo dijo él hola pasá dijo ella subió por la escalera los escalones de tres en tres tocó el timbre se dio cuenta de que la puerta ya estaba abierta entró ella lo esperaba recién bañada húmeda de agua y de deseo con la ropa adecuada con las ansias adecuadas es perfecta se dijo él para sí estoy loco se dijo también y qué lindo que sos le dijo ella mientras lo besaba exactamente como debía y sabía y lo miraba un poquito desde abajo porque él era más alto y los ojos de los dos conectados enchufados intensos.
Tenemos tiempo le dijo ella tenemos mucho tiempo él se relajó aceptó el agua fresca que ella le ofreció se bebió el vaso entero de un trago se sentó en el sillón ancho negro ella a su lado antes trajo una cerveza pequeña tomaron del pico los dos mientras tanto hablaban con la música que él le había traído de fondo efectivamente el sol daba en el balcón y en las plantas del balcón por la tarde hoy no trabajo le dijo ella muy bien le dijo él hoy soy toda tuya le dijo con una sonrisa pícara.
Sin tocarse se tocaban era increíble nunca nunca nunca habían sentido algo así porque nunca se habían perdido en un otro de ese modo el tiempo suspendido el sol ahora sobre sus caras y sus cuerpos a ella se le veían los hombros y el nacimiento de sus pechos las piernas torneadas y doradas su vestido era finísimo y transparente él tenía prendido hasta el último botón de su camisa vieja costumbre heredada y se había quitado las sandalias sus pies eran largos y finos como él entero trátame suavemente decía la canción de fondo loop una y otra vez trátame suavemente acordeones y violines y la voz dulce detrás.
Otra cerveza de a dos y más tarde sería vino tinto con mucho cuerpo y vegetales para comer pero eso sería después de hacer el amor en la alfombra azul del cuarto de ella cama grande alta sábanas al piso de un lado y ellos dos del otro la luz justa para ver sus contornos y las gotas de sudor en la punta de sus narices él le dijo date vuelta y besó hasta el último centímetro de su espalda hasta su cola blanca y redonda y dura y así fue como ella tuvo su primer orgasmo con las caderas en alto y raspándose las rodillas un poco días después se reiría cada vez que se las mirara.
Exhausto él los ojos entreabiertos ellos ahora de nuevo en el living que el día anterior rebosaba de globos y de gente hoy vacío con las personas más que suficientes ella le dijo fue mi cumpleaños y él le dijo soy tu regalo y ella le dijo será el mejor que me hicieron y que me harán quiero salir de la mano con vos y entonces dijo él que se vaya todo al carajo quiero caminar por paisajes verdes y blancos con vos de la mano.
Sonó dos veces el teléfono que ella rápida de reflejos se encargó de desconectar y él le regaló músicas desconocidas para ella y ella le enseñó sus objetos más preciados y privados que nadie nunca jamás había visto y él maravillado y encantado miró en silencio por horas estuvieron así el vino hacía el efecto deseado y ella le dijo vení por segunda vez en el día pero ahora le dijo vení conmigo y lo condujo por el pasillo hasta su cama que no hizo falta tender porque ellos eran género y número plurales múltiples reptiles animales camaleones pulpos de miles de brazos y piernas y ojos y bocas y lenguas siempre besándose y comiéndose y abrazándose y abarcándose no dejaron un resquicio sin explorar.
La luz también azul que entraba por la ventana y el silencio de la urbe dormida eran el mantra que los adormecía a ellos también uno contra el otro uno por el otro y uno con el otro hasta eso era perfecto sus cuerpos se adaptaban a las formas que uno proponía y el otro aceptaba de inmediato los pies de ella fríos siempre según le dijo contra los de él invariablemente calientes pequeño y sutil cosquilleo los firmes pechos de ella contra el de él aún con cierta agitación luego del orgasmo larguísimo y profundo surgido desde sus entrañas los rostros a centímetros y el brillo de los ojos de ella y los dos hablando en lenguas.
Y ahora que compartían por segunda vez la noche y que ya habían desayunado y fumado y bebido y que habían hecho el amor también por segunda vez durmieron por horas sin pensar en el mañana.
Porque mañana es este día que nace y yo me despierto con vos aún entre mis brazos, y cuando abrís los ojos muy despacio te pregunto si querés salir a caminar conmigo, de la mano, y vos me decís en voz baja pero con la modulación exacta mientras te desperezás como hacen los gatos "Sí, mi amor, por supuesto que sí. ¿Y desayunamos café negro, con tostadas?. Pago yo esta vez". Y el sol entra por nuestra ventana grande y a mí me encanta.
Llegó acalorado apurado transpirado un poco son los nervios pensó pero qué estúpido si está todo bien llamó soy yo dijo él hola pasá dijo ella subió por la escalera los escalones de tres en tres tocó el timbre se dio cuenta de que la puerta ya estaba abierta entró ella lo esperaba recién bañada húmeda de agua y de deseo con la ropa adecuada con las ansias adecuadas es perfecta se dijo él para sí estoy loco se dijo también y qué lindo que sos le dijo ella mientras lo besaba exactamente como debía y sabía y lo miraba un poquito desde abajo porque él era más alto y los ojos de los dos conectados enchufados intensos.
Tenemos tiempo le dijo ella tenemos mucho tiempo él se relajó aceptó el agua fresca que ella le ofreció se bebió el vaso entero de un trago se sentó en el sillón ancho negro ella a su lado antes trajo una cerveza pequeña tomaron del pico los dos mientras tanto hablaban con la música que él le había traído de fondo efectivamente el sol daba en el balcón y en las plantas del balcón por la tarde hoy no trabajo le dijo ella muy bien le dijo él hoy soy toda tuya le dijo con una sonrisa pícara.
Sin tocarse se tocaban era increíble nunca nunca nunca habían sentido algo así porque nunca se habían perdido en un otro de ese modo el tiempo suspendido el sol ahora sobre sus caras y sus cuerpos a ella se le veían los hombros y el nacimiento de sus pechos las piernas torneadas y doradas su vestido era finísimo y transparente él tenía prendido hasta el último botón de su camisa vieja costumbre heredada y se había quitado las sandalias sus pies eran largos y finos como él entero trátame suavemente decía la canción de fondo loop una y otra vez trátame suavemente acordeones y violines y la voz dulce detrás.
Otra cerveza de a dos y más tarde sería vino tinto con mucho cuerpo y vegetales para comer pero eso sería después de hacer el amor en la alfombra azul del cuarto de ella cama grande alta sábanas al piso de un lado y ellos dos del otro la luz justa para ver sus contornos y las gotas de sudor en la punta de sus narices él le dijo date vuelta y besó hasta el último centímetro de su espalda hasta su cola blanca y redonda y dura y así fue como ella tuvo su primer orgasmo con las caderas en alto y raspándose las rodillas un poco días después se reiría cada vez que se las mirara.
Exhausto él los ojos entreabiertos ellos ahora de nuevo en el living que el día anterior rebosaba de globos y de gente hoy vacío con las personas más que suficientes ella le dijo fue mi cumpleaños y él le dijo soy tu regalo y ella le dijo será el mejor que me hicieron y que me harán quiero salir de la mano con vos y entonces dijo él que se vaya todo al carajo quiero caminar por paisajes verdes y blancos con vos de la mano.
Sonó dos veces el teléfono que ella rápida de reflejos se encargó de desconectar y él le regaló músicas desconocidas para ella y ella le enseñó sus objetos más preciados y privados que nadie nunca jamás había visto y él maravillado y encantado miró en silencio por horas estuvieron así el vino hacía el efecto deseado y ella le dijo vení por segunda vez en el día pero ahora le dijo vení conmigo y lo condujo por el pasillo hasta su cama que no hizo falta tender porque ellos eran género y número plurales múltiples reptiles animales camaleones pulpos de miles de brazos y piernas y ojos y bocas y lenguas siempre besándose y comiéndose y abrazándose y abarcándose no dejaron un resquicio sin explorar.
La luz también azul que entraba por la ventana y el silencio de la urbe dormida eran el mantra que los adormecía a ellos también uno contra el otro uno por el otro y uno con el otro hasta eso era perfecto sus cuerpos se adaptaban a las formas que uno proponía y el otro aceptaba de inmediato los pies de ella fríos siempre según le dijo contra los de él invariablemente calientes pequeño y sutil cosquilleo los firmes pechos de ella contra el de él aún con cierta agitación luego del orgasmo larguísimo y profundo surgido desde sus entrañas los rostros a centímetros y el brillo de los ojos de ella y los dos hablando en lenguas.
Y ahora que compartían por segunda vez la noche y que ya habían desayunado y fumado y bebido y que habían hecho el amor también por segunda vez durmieron por horas sin pensar en el mañana.
Porque mañana es este día que nace y yo me despierto con vos aún entre mis brazos, y cuando abrís los ojos muy despacio te pregunto si querés salir a caminar conmigo, de la mano, y vos me decís en voz baja pero con la modulación exacta mientras te desperezás como hacen los gatos "Sí, mi amor, por supuesto que sí. ¿Y desayunamos café negro, con tostadas?. Pago yo esta vez". Y el sol entra por nuestra ventana grande y a mí me encanta.
Un buen día
Se detuvo el viento. Silencio. Los pájaros, muertos de calor, muertos de muerte. La boca seca, los perros con los dientes amarillos y las lenguas moradas aúllan de cara al cielo. El mar que te rodea es negro, enorme, denso, los peces que te acompañaban se han ido, cansados. Barco a la deriva, timón roto, no hay rumbo, no hay destino. El beso de hoy no sucedió.
Siento el puñal frío de tu odio.
Salgo de esto con lo único que me queda como recurso, que no es otra cosa que la locura, los ojos perdidos y la saliva chorreando de mi boca, salgo y el cielo pesa, y el aire caliente me golpea el pecho y veo carteles en la calle pero no leo qué dicen y veo animales y hombres y cosas todas juntas y escucho palabras que no entiendo tampoco me importan lo único que me importaba se terminó ya no está partió aquel día viernes por la noche y cuando regresó ese lunes de mañana, yo estaba sentado al borde de la cama porque vos te despertaste de un salto y ahí todo se precipitó y te dije las palabras más frías y angustiantes que pude haber articulado jamás y luego cuando caminaba por una calle de tierra que recuerdo perfectamente cuál era lloré como un niño pero no sé bien porqué, si de alegría o de dolor si sé que no llovía y yo caminé toda la mañana y toda la tarde y toda la noche me detuve exhausto y cuando desperté caminé de nuevo sin flores en el ojal sin pensar más y al tercer día me desperté de nuevo en la cama pero era otra y la rueda giraba como antes no mentira nunca es igual y acá estoy ya un poco mejor sé que el barco se deshizo en pedazos un buen día así como hoy un buen día caminé sobre el agua negra, un buen día como hoy dejo de cantar, un buen día como hoy se terminó la música.
Siento el puñal frío de tu odio.
Salgo de esto con lo único que me queda como recurso, que no es otra cosa que la locura, los ojos perdidos y la saliva chorreando de mi boca, salgo y el cielo pesa, y el aire caliente me golpea el pecho y veo carteles en la calle pero no leo qué dicen y veo animales y hombres y cosas todas juntas y escucho palabras que no entiendo tampoco me importan lo único que me importaba se terminó ya no está partió aquel día viernes por la noche y cuando regresó ese lunes de mañana, yo estaba sentado al borde de la cama porque vos te despertaste de un salto y ahí todo se precipitó y te dije las palabras más frías y angustiantes que pude haber articulado jamás y luego cuando caminaba por una calle de tierra que recuerdo perfectamente cuál era lloré como un niño pero no sé bien porqué, si de alegría o de dolor si sé que no llovía y yo caminé toda la mañana y toda la tarde y toda la noche me detuve exhausto y cuando desperté caminé de nuevo sin flores en el ojal sin pensar más y al tercer día me desperté de nuevo en la cama pero era otra y la rueda giraba como antes no mentira nunca es igual y acá estoy ya un poco mejor sé que el barco se deshizo en pedazos un buen día así como hoy un buen día caminé sobre el agua negra, un buen día como hoy dejo de cantar, un buen día como hoy se terminó la música.
sábado, 29 de octubre de 2011
La estrategia de la acumulación
El tiempo es arena fantasmas emergen de la niebla yo salgo también camino floto vuelo unidad de desplazamiento locura animal caleidoscopio de sentires confusión pérdida recuperación mantra canción de cuna escape imposible certeza ah sí por lo menos eso queda certeza discreción texturas colores planetas asteroides que chocan rítmicamente entre ellos unos contra otros unos contra los otros eternidad fracaso extrañeza pasajero cama sillón frazada extranjero y su compañía paisaje desolado y desolador.
viernes, 28 de octubre de 2011
Vaivén
Sí claro por supuesto entiendo vos también pero qué entonces no o parece que sí bueno mirá esto es así sé que estoy enfermo prometo dejarlo todo voy a curarme me voy a aislar ya sé la otra noche estaba duro sacado perdido no te vi soy un desastre me olvidé de tu cumpleaños me olvidé de vos soy débil pero es como un animal que llevo adentro jeckyll y hyde pero cuál de los dos es el que dice esto que digo es como una sed que viene y cada vez que me pasa prometo que no que nunca más esto que llevo y que me lleva no hay caso empieza de nuevo ahora andate lejos no quiero que me veas así no quiero verte ya no ahora voy a hacerte mucho daño querida porque sos nada entendés sos nadie y sos como las otras por favor no puedo más vení vení que voy a no andate vení que sos ya está ahora sí quién sos quién soy vení mi amor te amo no me dejes.
Happy birthday to you
(Texto ampliado)
Salieron del bar, se despidieron con un beso en la mejilla; el tomó un taxi en la misma esquina y se perdió en la urbe, ella se encaminó a paso firme a su casa, que quedaba muy cerca de allí. Miraba sin ver las vidrieras de los negocios, era todo como una gran escenografía hueca y colorida.
Entró a su casa y se dirigió directamente al baño, como en un corto publicitario iba sacándose la ropa a cada paso, le molestaba, se le pegaba en la piel, quería quitarse de encima el olor a humo y a noche; se soltó el pelo, corría el agua tibia de la ducha y sus manos pequeñas y enjabonadas lentamente comenzaron a acariciarse, a recorrer los mismos lugares que él había visitado hacía unas pocas horas, iban por su cuerpo plateado antes, dorado ahora, por sus pechos, su pubis, sus nalgas firmes, su estómago chato.
En un rápido movimiento cerró el grifo del agua caliente, y abrió el que tenía la letra f en el pomo, se preparó en un milisegundo para el enorme chorro helado, que apaciguó sus ansias al instante.
Un minuto después estaba fuera del baño, cubierta por una bata. Tiritando, fue a la cocina y tomó una fruta. Se sentó en el amplio sillón del enorme y semivacío living, mientras comía puso su mente en blanco.
Extrañamente, su perfume (el de él) persistía en su cuerpo.
-Estoy en problemas- se dijo. Y comenzó a vestirse, tenía que ir a su trabajo.
Todo su deseo estaba puesto en ese hombre que apenas conocía (tal vez eso la excitaba más), que rápidamente y sin preámbulos la había seducido con su extraña capacidad para percibirla y entenderla y no prejuzgarla. Y además ese hombre la había hecho reír, como hacía tiempo no reía.
-Es lindo, sí- (Hablaba sola, en voz alta, y no se daba cuenta).
Antes de salir fumó lo que le quedaba de la noche, se relajó; se dio cuenta de que no había almorzado. Sacó un pedazo de tarta de choclo un poco rancia de la heladera, la comió de tres o cuatro bocados; comer... no estaba entre sus prioridades.
Se alisó el pelo, se puso sus sandalias, terminó de arreglarse, y salió.
Las horas de la tarde transcurrieron sin sobresaltos, más bien aburridas. Ella rayaba sistemáticamente las hojas en blanco de su agenda, este hombre la perturbaba, y su estado de ánimo iba de la euforia a la angustia sin escalas. No entendía, no quería entender que no tenía escapatoria.
Era de noche ya, salió del trabajo y emprendió el camino exactamente opuesto al que había hecho unas horas antes, volvió a su casa, mirando las mismas vidrieras, la misma gente que hacía las mismas cosas, que eran iguales a las de siempre.
-Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, que los cumplas, que los cumplas, que los cumplas feliiiiz....-
El coro de voces la acompañó desde la puerta de entrada hasta el living, ahora decorado como por arte de magia durante su ausencia, especialmente para la ocasión. Globos azules, colorados, amarillos, comida, bebida, música fuerte, ruidos de mucha gente y mucha histeria.
Su novio la esperaba exactamente en el centro del espacio con la torta, una velita simbólica, un horrible ramo de claveles rojos (¿no sabía que ella odiaba los claveles?), y un muy lindo perfume que seguramente ella no usaría jamás.
Ella sólo atinó a darle un beso con la boca cerrada, los labios juntos, casi sin mirarlo.
-Gracias, muchas gracias- le dijo tratando de ser amable.
¿En qué punto de su vida, de sus sentimientos, de su existencia se encontraban estos dos hombres, el de hace unos años, y el de anoche, de esta mañana de desayuno con café negro y tostadas? ¿Y dónde estaba ella?
Tenía sólo una certeza: no era quien creía ser; cosas como las ocurridas hacía apenas unas horas la sacudían, la sacaban del letargo donde estaba sumida, le recordaban que tenía mucho para ofrecer, para que un hombre descubriera.
Pero estaba viviendo en otra dimensión. Ella debía ser siempre perfecta, alegre, superada, mujer en todo momento, nunca niña, nunca en problemas, nunca debía fallar. Odiaba todo esto, odiaba también darse cuenta y sentirse atrapada, inmóvil, encorsetada en este disfraz impuesto y en este rol que debía cumplir cada día, todos los días.
Uno, cinco... marcó los números que tenía grabados a fuego en su cabeza; mientras lo hacía sonreía, y cuando ella atendió, él pronunció su nombre en voz muy baja...
-Hola,... número equivocado- contestó, la cara gélida, la voz opaca. Colgó.
Se dio vuelta, y mirando a sus amigos de siempre que comenzaban a emborracharse, dijo:
-Alguien quiere torta?-.
(continuará)
Salieron del bar, se despidieron con un beso en la mejilla; el tomó un taxi en la misma esquina y se perdió en la urbe, ella se encaminó a paso firme a su casa, que quedaba muy cerca de allí. Miraba sin ver las vidrieras de los negocios, era todo como una gran escenografía hueca y colorida.
Entró a su casa y se dirigió directamente al baño, como en un corto publicitario iba sacándose la ropa a cada paso, le molestaba, se le pegaba en la piel, quería quitarse de encima el olor a humo y a noche; se soltó el pelo, corría el agua tibia de la ducha y sus manos pequeñas y enjabonadas lentamente comenzaron a acariciarse, a recorrer los mismos lugares que él había visitado hacía unas pocas horas, iban por su cuerpo plateado antes, dorado ahora, por sus pechos, su pubis, sus nalgas firmes, su estómago chato.
En un rápido movimiento cerró el grifo del agua caliente, y abrió el que tenía la letra f en el pomo, se preparó en un milisegundo para el enorme chorro helado, que apaciguó sus ansias al instante.
Un minuto después estaba fuera del baño, cubierta por una bata. Tiritando, fue a la cocina y tomó una fruta. Se sentó en el amplio sillón del enorme y semivacío living, mientras comía puso su mente en blanco.
Extrañamente, su perfume (el de él) persistía en su cuerpo.
-Estoy en problemas- se dijo. Y comenzó a vestirse, tenía que ir a su trabajo.
Todo su deseo estaba puesto en ese hombre que apenas conocía (tal vez eso la excitaba más), que rápidamente y sin preámbulos la había seducido con su extraña capacidad para percibirla y entenderla y no prejuzgarla. Y además ese hombre la había hecho reír, como hacía tiempo no reía.
-Es lindo, sí- (Hablaba sola, en voz alta, y no se daba cuenta).
Antes de salir fumó lo que le quedaba de la noche, se relajó; se dio cuenta de que no había almorzado. Sacó un pedazo de tarta de choclo un poco rancia de la heladera, la comió de tres o cuatro bocados; comer... no estaba entre sus prioridades.
Se alisó el pelo, se puso sus sandalias, terminó de arreglarse, y salió.
Las horas de la tarde transcurrieron sin sobresaltos, más bien aburridas. Ella rayaba sistemáticamente las hojas en blanco de su agenda, este hombre la perturbaba, y su estado de ánimo iba de la euforia a la angustia sin escalas. No entendía, no quería entender que no tenía escapatoria.
Era de noche ya, salió del trabajo y emprendió el camino exactamente opuesto al que había hecho unas horas antes, volvió a su casa, mirando las mismas vidrieras, la misma gente que hacía las mismas cosas, que eran iguales a las de siempre.
-Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, que los cumplas, que los cumplas, que los cumplas feliiiiz....-
El coro de voces la acompañó desde la puerta de entrada hasta el living, ahora decorado como por arte de magia durante su ausencia, especialmente para la ocasión. Globos azules, colorados, amarillos, comida, bebida, música fuerte, ruidos de mucha gente y mucha histeria.
Su novio la esperaba exactamente en el centro del espacio con la torta, una velita simbólica, un horrible ramo de claveles rojos (¿no sabía que ella odiaba los claveles?), y un muy lindo perfume que seguramente ella no usaría jamás.
Ella sólo atinó a darle un beso con la boca cerrada, los labios juntos, casi sin mirarlo.
-Gracias, muchas gracias- le dijo tratando de ser amable.
¿En qué punto de su vida, de sus sentimientos, de su existencia se encontraban estos dos hombres, el de hace unos años, y el de anoche, de esta mañana de desayuno con café negro y tostadas? ¿Y dónde estaba ella?
Tenía sólo una certeza: no era quien creía ser; cosas como las ocurridas hacía apenas unas horas la sacudían, la sacaban del letargo donde estaba sumida, le recordaban que tenía mucho para ofrecer, para que un hombre descubriera.
Pero estaba viviendo en otra dimensión. Ella debía ser siempre perfecta, alegre, superada, mujer en todo momento, nunca niña, nunca en problemas, nunca debía fallar. Odiaba todo esto, odiaba también darse cuenta y sentirse atrapada, inmóvil, encorsetada en este disfraz impuesto y en este rol que debía cumplir cada día, todos los días.
Uno, cinco... marcó los números que tenía grabados a fuego en su cabeza; mientras lo hacía sonreía, y cuando ella atendió, él pronunció su nombre en voz muy baja...
-Hola,... número equivocado- contestó, la cara gélida, la voz opaca. Colgó.
Se dio vuelta, y mirando a sus amigos de siempre que comenzaban a emborracharse, dijo:
-Alguien quiere torta?-.
(continuará)
miércoles, 26 de octubre de 2011
Desayuno
Recién en el bar ella se sacó los anteojos oscuros, y él pudo ver su rostro al natural, sin el filtro de la noche obnubilada. Sí, era bella.
La música que sonaba en el lugar parecía venir desde lejos, desde otra dimensión, y era ésta:
http://www.youtube.com/watch?v=aQIBHtyOUog&feature=related
A él no le gustaba mucho, a ella no le resultaba familiar, pero se dieron cuenta al instante de que era perfecta. No dijeron nada.
Siguieron sin hablar mientras desayunaban, por suerte compartían la idea de que esos pocos minutos eran para ser vividos en silencio, momentos de introspección que no debían ser perturbados por nada ni por nadie.
No sabían sus nombres y no era tiempo para que lo supieran aún.
Medianamente despiertos, casi repuestos de los avatares nocturnos de cada uno (porque ella también los había tenido antes de conocerlo), comenzaron a charlar, al principio lentamente, a los pocos minutos no podían parar. Y se reían y se rozaban las manos por encima de la mesa y las piernas por debajo de la mesa y se confesaban las más profundas intimidades sin pudor y se comían con los ojos.
Pidieron otro café (negro para ella, negro para él) y luego otro, y pasaron las horas, y pasaba también la gente dentro y fuera del bar, por la vereda que tenía tres árboles muy verdes y pasaban los autos y ellos escuchaban el pulso de la calle y los ruidos de la cocina y de los mozos y de los clientes que hablaban a los gritos porque los locutores del informativo en la tele estaban exaltados contando la noticia urgente del día.
Hablaron de arte, de drogas, de sexo, de niños, de matrimonio, de zapatos y de manías. De música y de libros, de los extraños seres que eran los cajeros de supermercado, de policías y del clima.
Ella habló también del novio que tenía en ese momento, él habló (muy poco) de la suya, de amores posibles e imposibles, de mujeres olvidadas, de mujeres que lo habían olvidado.
En la esquina del bar chocaron dos autos, uno rojo, el otro blanco, el mundo se detuvo por un instante; pausa. Nadie salió herido. Play.
Se agotaba el tiempo, debían irse; no querían hacerlo.
Tal como habían acordado, pagó él.
Ella le pasó su nombre y su número de teléfono en un papelito arrugado y pequeño, con la esperanza de que él la llamara, con la certeza de que no lo haría.
El nada prometió, pero esa misma noche, unas horas después, se encontraría muy naturalmente marcando los números que tenía grabados a fuego en la cabeza: uno, cinco... con una sonrisa.
(continuará)
La música que sonaba en el lugar parecía venir desde lejos, desde otra dimensión, y era ésta:
http://www.youtube.com/watch?v=aQIBHtyOUog&feature=related
A él no le gustaba mucho, a ella no le resultaba familiar, pero se dieron cuenta al instante de que era perfecta. No dijeron nada.
Siguieron sin hablar mientras desayunaban, por suerte compartían la idea de que esos pocos minutos eran para ser vividos en silencio, momentos de introspección que no debían ser perturbados por nada ni por nadie.
No sabían sus nombres y no era tiempo para que lo supieran aún.
Medianamente despiertos, casi repuestos de los avatares nocturnos de cada uno (porque ella también los había tenido antes de conocerlo), comenzaron a charlar, al principio lentamente, a los pocos minutos no podían parar. Y se reían y se rozaban las manos por encima de la mesa y las piernas por debajo de la mesa y se confesaban las más profundas intimidades sin pudor y se comían con los ojos.
Pidieron otro café (negro para ella, negro para él) y luego otro, y pasaron las horas, y pasaba también la gente dentro y fuera del bar, por la vereda que tenía tres árboles muy verdes y pasaban los autos y ellos escuchaban el pulso de la calle y los ruidos de la cocina y de los mozos y de los clientes que hablaban a los gritos porque los locutores del informativo en la tele estaban exaltados contando la noticia urgente del día.
Hablaron de arte, de drogas, de sexo, de niños, de matrimonio, de zapatos y de manías. De música y de libros, de los extraños seres que eran los cajeros de supermercado, de policías y del clima.
Ella habló también del novio que tenía en ese momento, él habló (muy poco) de la suya, de amores posibles e imposibles, de mujeres olvidadas, de mujeres que lo habían olvidado.
En la esquina del bar chocaron dos autos, uno rojo, el otro blanco, el mundo se detuvo por un instante; pausa. Nadie salió herido. Play.
Se agotaba el tiempo, debían irse; no querían hacerlo.
Tal como habían acordado, pagó él.
Ella le pasó su nombre y su número de teléfono en un papelito arrugado y pequeño, con la esperanza de que él la llamara, con la certeza de que no lo haría.
El nada prometió, pero esa misma noche, unas horas después, se encontraría muy naturalmente marcando los números que tenía grabados a fuego en la cabeza: uno, cinco... con una sonrisa.
(continuará)
martes, 25 de octubre de 2011
Estrellas en el cielo nocturno
Fue al sitio donde todo el mundo iba, casi como un ritual, religiosamente. Estaba solo, hacía un largo tiempo ya. Estaba medio borracho, el amortiguamiento del alcohol lo ayudaba a soportar el peso de los días vacíos.
La banda de turno sonaba realmente bien - o por lo menos a él le gustaba-. Pasaban casi sin solución de continuidad las canciones melancólicas y ruidosas, capas y capas de sonidos distorsionados que hipnotizaban a las ciento y pico de personas que se movían al unísono en el sitio, un espacio abierto donde el humo dulzón y la fragancia alucinada surcaban el aire.
Estaba solo, y no le importaba demasiado.
Al tercer trago de una bebida de la cual nunca se acordaba el nombre y que siempre pedía, fue al baño. A medio camino, lo interceptó ella, mujer a la que había visto alguna vez, y cuyo único vínculo era algún amigo o conocido en común, o algo así.
-Hola- Se dijeron.
Empezaron a besarse allí mismo, en el pasillo, él la arrastró al baño de hombres, cerraron la puerta, que él trabó con su espalda. Por debajo de la pollerita corta que ella llevaba le arrancó la bombacha de un tirón, mientras la besaba se desabrochó el cinturón, con los pantalones y los calzoncillos en las rodillas la penetró de pie con fuerza, acabaron en menos de tres minutos. Tropezaron al salir, desarreglados, desaliñados, perdidos.
La banda acometía con lo último que le quedaba por decir; la gente saltaba, como una manada sudorosa y cansada, le robaba minutos de felicidad a la negrura cotidiana. El fumaba contra la pared, en medio de botellas vacías y vasos rotos, entre parejitas de recién conocidos que se besaban tímidamente con los labios, sin las lenguas.
Estaba solo, y ahora sí que le importaba.
-Hola, lindo- le dijo ella, hablándole al oído con una voz que le traía a su memoria tiempos dolorosos. Un leve temblor delataba su nerviosismo.
-¿Fumamos?- Invitó, elegante.
-No- Le dijo él. -Acá no. Sacame de aquí-.
Salieron por entre el gentío como si nada, sin roces, sin ruidos. Era como caminar sobre una alfombra de seda. Fumaron el porro en el umbral de la puerta de una casa cercana. Se levantaron y deambularon un poco.
En el auto de ella y con una suavidad que lo asombraba se besaron, recordando sabores del pasado; sus olores comenzaban a mezclarse, y también el olor que él traía desde hacía un par de horas, el olor a otra mujer, el olor que ahora lo excitaba aún más. Quería parar, quería detenerla, pero no podía. Sabía que no, que esto estaba mal, que se suponía que esto no podía volver a ocurrirle, pero cada vez que la veía, sola o con otros hombres, deseaba que sucediera, al menos una vez más. Siempre era igual. Ella se le ofreció con la piernas bien abiertas, él la llevó al orgasmo muy fácilmente, ella reía y reía muy fuerte.
Cuando él acabó, casi sin que se diera cuenta estaba fuera del auto, como un objeto ya inútil y descartado, ultrajado, despojado. Ella le dijo algo que no alcanzó a escuchar bien, y se fue. Seguía riendo.
Volvió caminando un par de cuadras, el recital había terminado, la gente mataba el tiempo en la vereda del lugar esperando el amanecer, o haciendo planes para terminar la noche en otra fiesta. Se encontró con algunos conocidos, hombres y mujeres, se enganchó para ir a la casa de una de ellas, habría allí más alcohol, drogas varias, música de la que a él le gustaba.
Se subió a un auto grande, azul. Todos adentro hablaban al mismo tiempo. Llegaron rápido, el lugar estaba repleto y ruidoso.
En medio de personas en blur, de conversaciones que no le interesaban, inmerso en la rutina de la intrascendencia, decidió tomar el último trago antes de marcharse. Ella estaba ahí, a su lado. Le invitó de su vaso, que ella vació de un solo trago. Y le dijo que era lo mejor que le había ocurrido esa noche. Y que era hermoso. Y que no le hablara, que con mirarla ella estaría bien.
Se acariciaron por debajo de las ropas con disimulo, no querían que la gente los viera, en realidad a nadie le importaba lo que ellos hicieran, todos estaban enfrascados en sus propias historias, momentáneas o duraderas.
Húmedos como estaban se metieron en una de las habitaciones de la casa; vestida era bella, desnuda era el cielo. Pasaron dos horas allí, sólo se acariciaban, con los ojos cerrados.
Cuando salió, (ella dormía) el sol pegaba fuerte sobre su rostro. En ese instante volvió sobre sus pasos, entró de nuevo a la casa, (no tenía la menor idea de quién vivía allí).
La despertó.
-Vamos a desayunar- la invitó.
-Bueno, vos pagás, ¿ok? Café negro con tostadas- Dijo ella, con los ojos aún rojos.
(continuará)
La banda de turno sonaba realmente bien - o por lo menos a él le gustaba-. Pasaban casi sin solución de continuidad las canciones melancólicas y ruidosas, capas y capas de sonidos distorsionados que hipnotizaban a las ciento y pico de personas que se movían al unísono en el sitio, un espacio abierto donde el humo dulzón y la fragancia alucinada surcaban el aire.
Estaba solo, y no le importaba demasiado.
Al tercer trago de una bebida de la cual nunca se acordaba el nombre y que siempre pedía, fue al baño. A medio camino, lo interceptó ella, mujer a la que había visto alguna vez, y cuyo único vínculo era algún amigo o conocido en común, o algo así.
-Hola- Se dijeron.
Empezaron a besarse allí mismo, en el pasillo, él la arrastró al baño de hombres, cerraron la puerta, que él trabó con su espalda. Por debajo de la pollerita corta que ella llevaba le arrancó la bombacha de un tirón, mientras la besaba se desabrochó el cinturón, con los pantalones y los calzoncillos en las rodillas la penetró de pie con fuerza, acabaron en menos de tres minutos. Tropezaron al salir, desarreglados, desaliñados, perdidos.
La banda acometía con lo último que le quedaba por decir; la gente saltaba, como una manada sudorosa y cansada, le robaba minutos de felicidad a la negrura cotidiana. El fumaba contra la pared, en medio de botellas vacías y vasos rotos, entre parejitas de recién conocidos que se besaban tímidamente con los labios, sin las lenguas.
Estaba solo, y ahora sí que le importaba.
-Hola, lindo- le dijo ella, hablándole al oído con una voz que le traía a su memoria tiempos dolorosos. Un leve temblor delataba su nerviosismo.
-¿Fumamos?- Invitó, elegante.
-No- Le dijo él. -Acá no. Sacame de aquí-.
Salieron por entre el gentío como si nada, sin roces, sin ruidos. Era como caminar sobre una alfombra de seda. Fumaron el porro en el umbral de la puerta de una casa cercana. Se levantaron y deambularon un poco.
En el auto de ella y con una suavidad que lo asombraba se besaron, recordando sabores del pasado; sus olores comenzaban a mezclarse, y también el olor que él traía desde hacía un par de horas, el olor a otra mujer, el olor que ahora lo excitaba aún más. Quería parar, quería detenerla, pero no podía. Sabía que no, que esto estaba mal, que se suponía que esto no podía volver a ocurrirle, pero cada vez que la veía, sola o con otros hombres, deseaba que sucediera, al menos una vez más. Siempre era igual. Ella se le ofreció con la piernas bien abiertas, él la llevó al orgasmo muy fácilmente, ella reía y reía muy fuerte.
Cuando él acabó, casi sin que se diera cuenta estaba fuera del auto, como un objeto ya inútil y descartado, ultrajado, despojado. Ella le dijo algo que no alcanzó a escuchar bien, y se fue. Seguía riendo.
Volvió caminando un par de cuadras, el recital había terminado, la gente mataba el tiempo en la vereda del lugar esperando el amanecer, o haciendo planes para terminar la noche en otra fiesta. Se encontró con algunos conocidos, hombres y mujeres, se enganchó para ir a la casa de una de ellas, habría allí más alcohol, drogas varias, música de la que a él le gustaba.
Se subió a un auto grande, azul. Todos adentro hablaban al mismo tiempo. Llegaron rápido, el lugar estaba repleto y ruidoso.
En medio de personas en blur, de conversaciones que no le interesaban, inmerso en la rutina de la intrascendencia, decidió tomar el último trago antes de marcharse. Ella estaba ahí, a su lado. Le invitó de su vaso, que ella vació de un solo trago. Y le dijo que era lo mejor que le había ocurrido esa noche. Y que era hermoso. Y que no le hablara, que con mirarla ella estaría bien.
Se acariciaron por debajo de las ropas con disimulo, no querían que la gente los viera, en realidad a nadie le importaba lo que ellos hicieran, todos estaban enfrascados en sus propias historias, momentáneas o duraderas.
Húmedos como estaban se metieron en una de las habitaciones de la casa; vestida era bella, desnuda era el cielo. Pasaron dos horas allí, sólo se acariciaban, con los ojos cerrados.
Cuando salió, (ella dormía) el sol pegaba fuerte sobre su rostro. En ese instante volvió sobre sus pasos, entró de nuevo a la casa, (no tenía la menor idea de quién vivía allí).
La despertó.
-Vamos a desayunar- la invitó.
-Bueno, vos pagás, ¿ok? Café negro con tostadas- Dijo ella, con los ojos aún rojos.
(continuará)
viernes, 21 de octubre de 2011
Duermevela
Azul, gris, negro.
Noche.
Calor.
Escucho el sonido de tu respiración, el rítmico sube y baja de tu pecho cansado, tu cuerpo desplegado de costado sobre la cama, rompecabezas, mecano, juego articulado que demarca territorios. Laberinto.
Yo sólo miro; te miro. Y empiezo a escribir esto. Esto que dice azul, gris, negro. Noche. Calor. Escucho el sonido de tu respiración...
Te miro.
Noche.
Calor.
Escucho el sonido de tu respiración, el rítmico sube y baja de tu pecho cansado, tu cuerpo desplegado de costado sobre la cama, rompecabezas, mecano, juego articulado que demarca territorios. Laberinto.
Yo sólo miro; te miro. Y empiezo a escribir esto. Esto que dice azul, gris, negro. Noche. Calor. Escucho el sonido de tu respiración...
Te miro.
miércoles, 19 de octubre de 2011
Una foto
Vos, desnuda sobre la cama, dispuesta y expectante.
Fuera de foco. Penumbra. Todo alrededor es azul, excepto el amarillo de la luz de la lámpara. La cámara excita. No podemos dejar de mirarnos. Silencio. Sexo rápido y salvajemente posesivo, sin sacarnos los ojos de encima. Arañazos, mordidas, marcas. Rojo. Cadencia, suspiro final.
Cansancio. Caricias. Palabras. Descanso.
Nosotros, desnudos sobre la cama. El olor ahora es fragancia. La cámara, inerte a un costado. Seguimos mirándonos a la luz de la noche, que no terminará jamás.
Fuera de foco. Penumbra. Todo alrededor es azul, excepto el amarillo de la luz de la lámpara. La cámara excita. No podemos dejar de mirarnos. Silencio. Sexo rápido y salvajemente posesivo, sin sacarnos los ojos de encima. Arañazos, mordidas, marcas. Rojo. Cadencia, suspiro final.
Cansancio. Caricias. Palabras. Descanso.
Nosotros, desnudos sobre la cama. El olor ahora es fragancia. La cámara, inerte a un costado. Seguimos mirándonos a la luz de la noche, que no terminará jamás.
martes, 18 de octubre de 2011
Primera mañana
Abro los ojos,
aún tengo puesto el sueter gris viejo y usado, estoy en la cama. Estamos. Vos llevás sólo tu bombacha y estás tapada hasta el cuello, dormís. La habitación, en penumbras. Pájaros afuera.
Tus pelos están revueltos y te cubren la cara. Yo te toco las piernas por debajo de las sábanas, eso te gusta, te gusta sentirme y despertarte sintiéndome. Mis manos siempre estuvieron tibias para vos. Te movés, pero sólo lo imprescindiblemente necesario para acomodar tus caderas y tu cola contra mis formas, que te reciben plácidamente. Dormitamos, hablamos en sueños. De los sueños. De destinos exóticos y de aburridas rutinas.
Ya estamos despiertos.
Tus ojos increíblemente marrones de caramelo, de tierra, son bellos. En realidad, la manera en que me miran es bella. Como si pudieran escudriñarme internamente, con un único y rápido movimiento. Yo te dejo hacer, y soy feliz.
Por supuesto, no vamos a levantarnos, que el mundo espere, que afuera las cosas sigan ocurriendo, que prescindan de nosotros por hoy; la luz del día invade violentamente el cuarto, nos llena, sos hermosa, ahora te veo completa. Te abrazo y no voy a soltarte. Vos no vas a soltarme.
Hago el desayuno, y lo llevo a la cama. Es un quilombo porque una taza con lo que queda de café se cae (creo que es la mía) y un pequeño mar mancha la frazada, un mar marrón y caliente. Caen la migas de las tostadas sobre nuestros cuerpos, tenés un poquito de mermelada de durazno en los labios, no te digo nada. Vos hablás de cosas que me asombran, cada palabra suena a nuevo, a desconocido, y eso hace que te ame más aún.
Afuera hace frío, como corresponde a la época. Odiás el frío y yo lo adoro. Me gusta porque puedo abrazarte y frotarte las manos contra las mías, te echo aliento por entre los dedos, sale vapor de mi boca. Tal vez el invierno no te sea tan antipático después de todo.
Bien abrigados y muy a nuestro pesar, salimos. Bajamos despacio las escaleras, no por prudencia sino porque hoy se dio así, no es que cada acto de nuestras vidas tenga alguna trascendencia. Las cosas nimias nos constituyen también.
Ya te dije que afuera hace frío.
El aire gélido nos aviva, nos estimula, las caras coloradas casi blancas, heladas. Vos te acurrucás contra mi cuerpo mientras caminamos y yo te abrazo como un oso grande y también marrón y te reís. El día es perfecto. Mañana llegará.
aún tengo puesto el sueter gris viejo y usado, estoy en la cama. Estamos. Vos llevás sólo tu bombacha y estás tapada hasta el cuello, dormís. La habitación, en penumbras. Pájaros afuera.
Tus pelos están revueltos y te cubren la cara. Yo te toco las piernas por debajo de las sábanas, eso te gusta, te gusta sentirme y despertarte sintiéndome. Mis manos siempre estuvieron tibias para vos. Te movés, pero sólo lo imprescindiblemente necesario para acomodar tus caderas y tu cola contra mis formas, que te reciben plácidamente. Dormitamos, hablamos en sueños. De los sueños. De destinos exóticos y de aburridas rutinas.
Ya estamos despiertos.
Tus ojos increíblemente marrones de caramelo, de tierra, son bellos. En realidad, la manera en que me miran es bella. Como si pudieran escudriñarme internamente, con un único y rápido movimiento. Yo te dejo hacer, y soy feliz.
Por supuesto, no vamos a levantarnos, que el mundo espere, que afuera las cosas sigan ocurriendo, que prescindan de nosotros por hoy; la luz del día invade violentamente el cuarto, nos llena, sos hermosa, ahora te veo completa. Te abrazo y no voy a soltarte. Vos no vas a soltarme.
Hago el desayuno, y lo llevo a la cama. Es un quilombo porque una taza con lo que queda de café se cae (creo que es la mía) y un pequeño mar mancha la frazada, un mar marrón y caliente. Caen la migas de las tostadas sobre nuestros cuerpos, tenés un poquito de mermelada de durazno en los labios, no te digo nada. Vos hablás de cosas que me asombran, cada palabra suena a nuevo, a desconocido, y eso hace que te ame más aún.
Afuera hace frío, como corresponde a la época. Odiás el frío y yo lo adoro. Me gusta porque puedo abrazarte y frotarte las manos contra las mías, te echo aliento por entre los dedos, sale vapor de mi boca. Tal vez el invierno no te sea tan antipático después de todo.
Bien abrigados y muy a nuestro pesar, salimos. Bajamos despacio las escaleras, no por prudencia sino porque hoy se dio así, no es que cada acto de nuestras vidas tenga alguna trascendencia. Las cosas nimias nos constituyen también.
Ya te dije que afuera hace frío.
El aire gélido nos aviva, nos estimula, las caras coloradas casi blancas, heladas. Vos te acurrucás contra mi cuerpo mientras caminamos y yo te abrazo como un oso grande y también marrón y te reís. El día es perfecto. Mañana llegará.
lunes, 17 de octubre de 2011
Espejos
Me mirás con los ojos desorbitados desencajados pero son los míos que se reflejan en los tuyos no entendés te enojás me sacudís para que despierte eh! soy yo me decís soy yo soy yo mirame por favor te lo pido mirame me decís pero no hay caso mis ojos apuntan en todas direcciones menos hacia los tuyos porque tengo rabia no es verdad porque tengo miedo tengo miedo de lo que decís de lo que pensás de lo que sentís y tengo miedo porque yo soy igual y hago como que no es así pero bien en el fondo sé perfectamente cómo es siempre lo supe y todo entra en una espiral vorágine de palabras dibujadas y desdibujadas en definitiva nos movemos giramos parece una cinta de moebius no hay principio o sí pero todo vuelve al mismo lugar no hay final o sí todo vuelve a comenzar supe lo siempre es cómo perfectamente sé fondo el en bien pero así es no que como hago igual soy yo porque miedo tengo y sentís que lo de pensás que lo de decís miedo tengo miedo tengo porque verdad es no rabia tengo porque tuyos los hacia menos direcciones todas en apuntan ojos mis caso hay pero no decís me mirame pido te favor por mirame yo soy yo soy decís me yo soy ¡ eh despierte que para sacudís me enojás te entendés no tuyos los en reflejan y yo te miro con los ojos desorbitados desencajados pero no son los tuyos reflejados en los míos.
domingo, 16 de octubre de 2011
viernes, 14 de octubre de 2011
Círculo
Cuento con vos me dice y eso suena más a sentencia que otra cosa una condena el peso de la responsabilidad y cómo voy a decirle que no quiero que sufro que me hace daño su olor su imagen su brazo izquierdo cuando me roza su mano derecha cuando me toca cuento con vos me dice porque te quiero y sé que sos irreductible irreprochable entonces se ríe y me besa justo en el punto exacto y yo cedo y quedo con la laxitud propia de la resignación y la dulce derrota hoy vuelvo a verte qué hermosa sensación han cambiado cosas yo he cambiado y vos también a lo mejor la sangre que ha corrido no ha sido en vano como bien se dice y como bien se hace es verdad todo se reduce a eso a ríos y ríos de sangre y saliva y sudor y estamos mezclados de nuevo juntos otra vez para siempre no puedo dejar de sonreír como dice la canción de ayer no hay límites no hay final porque cada momento es un nuevo comienzo y un nuevo deseo y yo te amo y claro que contás conmigo yo quiero curarte y mimarte y besarte la panza y los ojos y el pubis porque así es nuestro modo de viajar a extraños parajes nunca antes visitados por ningún otro ser entonces salimos y el aire somos nosotros el afuera somos nosotros nuestro propio y exclusivo aleph adentro es lo demás todo se reduce a este instante no quiero perderte me decís pero si ya me perdiste hace tiempo tenés que darte cuenta en realidad que yo me perdí en vos abrí los ojos y mirame en serio estoy con vos de nuevo y el sabor vuelve a ser dulce vení acompañame a casa quiero cuidarte ya todo está en calma el sonido de la lluvia es suave como mantra vení conmigo quiero que me veas dormir.
jueves, 13 de octubre de 2011
Jueves, nublado
Abrís los ojos, la noche pasó plácida. Ella no está a tu lado. Por la ventana se cuela un aire fresco, nuevo, como un alivio para tanta fiebre.
El gato gris sube de un salto hasta tu pecho, te mira, dos ojos fijos y verdes.
Te das cuenta en ese instante de absolutamente todo lo que pasó en estos meses de locura. Sí, locura es el término adecuado para describirlo; un fuera de registro, un desfase de tiempo y espacio. Estabas salido, sacado...loco. Cian, magenta, amarillo, negro. Letras que parecen dibujos, palabras que se amontonan, canciones (muchas) que resuenan como un eco infinito. Cicatriz. Vamos, arriba.
Ahora son los ojos del espejo los que te miran.
Afuera está gris y a vos eso te encanta, un susurro de melancolía llega, te envuelve, se va.
¿Cómo era su cabello?
¿Sus ojos?
¿Su olor?
De trigo.
De miel.
De pan.
Ella se fue...¿Hace cuánto ya?. Apurás el primer trago de café, caliente y negro, te arden la garganta y las tripas. La cotidianidad y la rutina ayudan al olvido, pero el recuerdo se empecina y vuelve y vuelve y vuelve no te deja en paz, si sólo pudiera... y tomás el segundo trago tan caliente como el primero, te saltan las lágrimas, no sabés muy bien si es por el café o por ella, es como cuando salís a llorar bajo la lluvia para que no se dé cuenta.
Estás de pie fuera de la casa, en el centro del centro, de cara al cielo de plomo. A tu alrededor todo es verde. Los pies firmes, las venas de las manos hinchadas y azules. El surco que dejó el llanto en tu rostro es casi imperceptible, sabés disimular.
Sólo un par de palabras eran suficientes para que el tiempo se detuviera, no importaba cuáles fueran, verla mover los labios, mirarte, el cuello perfecto, su semisonrisa, su dureza para decir, para pensar, para hacer; su deseo (que se hacía tuyo inmediatamente), su forma de entregarse a vos, su percepción exacta y precisa de las cosas... su perfecta imperfección... (retorna a vos esa imagen).
Volvés a entrar.
Los ojos del espejo se cierran, al mismo tiempo que los tuyos. Sonreís. Tarareás una melodía, todo vuelve a empezar.
"La quiero", pensás.
"La quiero", decís.
No estás del todo cuerdo aún. Sabés que no vas a curarte, no vas a salirte de esto, y ella tampoco.
Te quiero. (Como te dije ayer; y hoy, esta mañana temprano. ¿Alcanzaste a escucharme?).
El gato gris sube de un salto hasta tu pecho, te mira, dos ojos fijos y verdes.
Te das cuenta en ese instante de absolutamente todo lo que pasó en estos meses de locura. Sí, locura es el término adecuado para describirlo; un fuera de registro, un desfase de tiempo y espacio. Estabas salido, sacado...loco. Cian, magenta, amarillo, negro. Letras que parecen dibujos, palabras que se amontonan, canciones (muchas) que resuenan como un eco infinito. Cicatriz. Vamos, arriba.
Ahora son los ojos del espejo los que te miran.
Afuera está gris y a vos eso te encanta, un susurro de melancolía llega, te envuelve, se va.
¿Cómo era su cabello?
¿Sus ojos?
¿Su olor?
De trigo.
De miel.
De pan.
Ella se fue...¿Hace cuánto ya?. Apurás el primer trago de café, caliente y negro, te arden la garganta y las tripas. La cotidianidad y la rutina ayudan al olvido, pero el recuerdo se empecina y vuelve y vuelve y vuelve no te deja en paz, si sólo pudiera... y tomás el segundo trago tan caliente como el primero, te saltan las lágrimas, no sabés muy bien si es por el café o por ella, es como cuando salís a llorar bajo la lluvia para que no se dé cuenta.
Estás de pie fuera de la casa, en el centro del centro, de cara al cielo de plomo. A tu alrededor todo es verde. Los pies firmes, las venas de las manos hinchadas y azules. El surco que dejó el llanto en tu rostro es casi imperceptible, sabés disimular.
Sólo un par de palabras eran suficientes para que el tiempo se detuviera, no importaba cuáles fueran, verla mover los labios, mirarte, el cuello perfecto, su semisonrisa, su dureza para decir, para pensar, para hacer; su deseo (que se hacía tuyo inmediatamente), su forma de entregarse a vos, su percepción exacta y precisa de las cosas... su perfecta imperfección... (retorna a vos esa imagen).
Volvés a entrar.
Los ojos del espejo se cierran, al mismo tiempo que los tuyos. Sonreís. Tarareás una melodía, todo vuelve a empezar.
"La quiero", pensás.
"La quiero", decís.
No estás del todo cuerdo aún. Sabés que no vas a curarte, no vas a salirte de esto, y ella tampoco.
Te quiero. (Como te dije ayer; y hoy, esta mañana temprano. ¿Alcanzaste a escucharme?).
miércoles, 12 de octubre de 2011
Amor por escrito
¿Cómo siquiera puedo pensar en que algo que está hecho de palabras o imágenes alguna vez adquiera la altura, la profundidad, la sustancia de esto que tengo la certeza de que es el más tremendo amor que he sentido alguna vez?
martes, 11 de octubre de 2011
Mudanza
Cojieron. Mucho. Se dormían cojiendo, despertaban y seguían, toda la noche así, por momentos desaforadamente, como si no hubiera un futuro, por momentos del modo más suave posible, sin ninguna prisa, en la habitación que dejaban, ya despojada, sólo cubiertos por una vieja manta que habían comprado en el sur. Todo lo demás estaba empacado. Se abrazaron fuerte, era el alba.
Ya de mañana él se levantó, sin mirarla y sin hablarle hizo el desayuno. Ella estaba despierta desde hacía rato, se puso una remera y fue hasta el living vacío, por donde entraban los últimos rayos de sol para los dos; sus cosas (las de ella) en cajas; botellitas, tarjetas, algunos libros. Sus cosas (las de él) en cajas; libros, discos, más libros.
Él se sentó en el piso, con la espalda contra la pared, mirando al balcón; ella fue a la pared opuesta, de pie, fumando y con la taza de café en la mano.
-La otra casa tiene verde, lugar para las plantas- le dijo (ella).
-Sí. Es más grande, luminosa- contestó (él).
-Y puede venir mucha gente de visita, no como acá-.
-Se puede armar quilombo sin preocuparse por los vecinos...- Ambos rieron imaginando la música fuerte y la gente hablando a los gritos, contentos. (Les gustaban las fiestas).
Contemplaron casi por última vez el desolado espacio de esa que había sido su casa, su guarida, su lugar de encuentro y de charlas y de sexo, el lugar donde se dijeron tantas cosas, donde se pelearon y se reconciliaron, la ventana grande, el mejor lugar del mundo, el centro mismo del mundo.
Se miraron, los ojos brillosos (de ambos). Extrañamente, pudieron sonreír.
Sonó el portero eléctrico. Atendió ella.
-Es la gente de la mudanza, es para vos-.
-Bueno. Ya bajo- dijo él con voz grave, incorporándose. Le acarició el pelo a la pasada.
Ella se mudaba de casa, él se mudaba de ella. Comenzó a nublarse.
Pequeña Orquesta Reincidentes
Moving Out
Ya de mañana él se levantó, sin mirarla y sin hablarle hizo el desayuno. Ella estaba despierta desde hacía rato, se puso una remera y fue hasta el living vacío, por donde entraban los últimos rayos de sol para los dos; sus cosas (las de ella) en cajas; botellitas, tarjetas, algunos libros. Sus cosas (las de él) en cajas; libros, discos, más libros.
Él se sentó en el piso, con la espalda contra la pared, mirando al balcón; ella fue a la pared opuesta, de pie, fumando y con la taza de café en la mano.
-La otra casa tiene verde, lugar para las plantas- le dijo (ella).
-Sí. Es más grande, luminosa- contestó (él).
-Y puede venir mucha gente de visita, no como acá-.
-Se puede armar quilombo sin preocuparse por los vecinos...- Ambos rieron imaginando la música fuerte y la gente hablando a los gritos, contentos. (Les gustaban las fiestas).
Contemplaron casi por última vez el desolado espacio de esa que había sido su casa, su guarida, su lugar de encuentro y de charlas y de sexo, el lugar donde se dijeron tantas cosas, donde se pelearon y se reconciliaron, la ventana grande, el mejor lugar del mundo, el centro mismo del mundo.
Se miraron, los ojos brillosos (de ambos). Extrañamente, pudieron sonreír.
Sonó el portero eléctrico. Atendió ella.
-Es la gente de la mudanza, es para vos-.
-Bueno. Ya bajo- dijo él con voz grave, incorporándose. Le acarició el pelo a la pasada.
Ella se mudaba de casa, él se mudaba de ella. Comenzó a nublarse.
Pequeña Orquesta Reincidentes
Moving Out
miércoles, 5 de octubre de 2011
Autorretratos
Northern Sky de Drake. Y después Los Planetas. Lo mismo pero no tanto. Las cucharas perfectamente alineadas, la tetera de cerámica, los adornitos, un almanaque con flores. La lámpara y las demás cosas sobre la mesa que te regalaron porque viajaban y no podían llevarse casi nada, la casa, la vida con ellos.
Y vos. Con una postal encontrada y amarilla y escrita en francés, con el pulover bordó o algo así, el pelo largo, siempre despeinado, el joven en camino de ser hombre, sin darte cuenta aún. (Esas cosas nunca se saben).
La pared blanca.
La cámara te mira fijo. Ojo de cíclope de un lado, ojos marrones y torcidos y brillosos del otro.
Vos la mirás a ella, en calma. Faltan unos años todavía. Ella te espera, con la cabeza inclinada, otro pelo, la boca amplia, y se despierta por la noche diciendo tu nombre sin saberlo, se inquieta, duerme de nuevo, dos sílabas que la acompañan, vos dormís también, y decís su nombre, porque ya lo sabés.
Piña y melón, mango. Péndulo. Esto es, y es hermoso. Mar. Sal. Vos la mirás a ella. La silla es casi la misma, pero no tanto. Cielo del Norte. Ecuador.
Ahí estás, en otra silla, con otros ojos que te miran. Vos... ya sos el hombre que fue joven, con cucharas perfectamente alineadas, con postales escritas en francés. Ella te mira, hoy sí, ya sabe tu nombre. Dos sílabas. Vos la mirás a ella. Hola, te amo, se dicen el uno al otro.
Y vos. Con una postal encontrada y amarilla y escrita en francés, con el pulover bordó o algo así, el pelo largo, siempre despeinado, el joven en camino de ser hombre, sin darte cuenta aún. (Esas cosas nunca se saben).
La pared blanca.
La cámara te mira fijo. Ojo de cíclope de un lado, ojos marrones y torcidos y brillosos del otro.
Vos la mirás a ella, en calma. Faltan unos años todavía. Ella te espera, con la cabeza inclinada, otro pelo, la boca amplia, y se despierta por la noche diciendo tu nombre sin saberlo, se inquieta, duerme de nuevo, dos sílabas que la acompañan, vos dormís también, y decís su nombre, porque ya lo sabés.
Piña y melón, mango. Péndulo. Esto es, y es hermoso. Mar. Sal. Vos la mirás a ella. La silla es casi la misma, pero no tanto. Cielo del Norte. Ecuador.
Ahí estás, en otra silla, con otros ojos que te miran. Vos... ya sos el hombre que fue joven, con cucharas perfectamente alineadas, con postales escritas en francés. Ella te mira, hoy sí, ya sabe tu nombre. Dos sílabas. Vos la mirás a ella. Hola, te amo, se dicen el uno al otro.
domingo, 2 de octubre de 2011
Ahora
no te animaste te dijo fuiste un cobarde nada te queda por hacer ni siquiera podés contestar a eso de las nueveycuarto te dijo maricón tibio sos una basura vos sólo atinaste a cerrar los ojos me voy dijiste y es ahora cuando deambulás por las calles pero a las nueveyveinte ella te dijo por favor no te vayas mientras te agarraba las manos y te besaba el pecho lloraba y sus ojos bien celestes y colorados eran perfectos y así llegaron a las nueveyveinticinco tenías ganas de matarla no paraba de gritarte no entiendo cómo se puede ser tan imbécil te odio te dijo ella semidesnuda sólo con una remera corta roja y sin bombacha vos parado en la cocina iracundo y desorientado ahora vagás por barrios aún dormidos ella te dijo riendo a eso de las nueveymedia que eras hermoso y te rogó por favor mi amor no te vayas acostate conmigo haceme el amor a las diezmenoscuarto todo era negro el café estaba quemado y agrio el silencio era sólo interrumpido por sus gritos y sus golpes te pegaba y vos no reaccionabas ésta era otra mujer no la que vos habías conocido hace cuánto tiempo ya no te acordabas ella era hermosa y cuando reía te hacía feliz pero ahora te pegaba con sus manos pequeñas en el pecho y te decía me los cojí a todos y todos son mejores que vos te lo merecés por estúpido qué poco hombre que sos por lo menos sé digno y pegate un tiro andate de mi vida vos en la calle te das cuenta que dejaste tus llaves tu billetera y con lo que te queda en el bolsillo pedís algo de tomar en un bar después recordás acá ya estuve son las diez y ella te besa los labios y ríe como antes sos una mierda sos una mierda tres cinco veces te dice lo mismo vos no escuchás más nada no ves más nada no te importa más nada cerrás tus dos manos grandes alrededor de su cuello en un minuto ella deja de moverse y exhala por última vez ahora en la cocina hace frío salís y te olvidás las llaves y la billetera sólo llevás unos pocos pesos en el bolsillo justo para tomarte algo en algún bar perdido comenzás a caminar son cerca de las nueve de la mañana ella todavía duerme es hora de levantarse mi amor le decís suave al oído.
jueves, 29 de septiembre de 2011
La foto verde
Lo conmovedor que resulta encontrarte con unos globos desinflados que alguien olvidó luego de una fiesta trasnochada e insomne y que ni siquiera sabés si existió cuando los amigos ya no están cuando hay que ordenar lo que quedó tirar los restos acomodás la casa lavás los platos cuando el gato ya duerme de nuevo en su sillón preferido cuando lo que queda es sólo una semisonrisa es entonces cuando salís de la casa hace frío pero te gusta y tomás la fotografía que pensás será definitiva es toda verde con un poco de marrón y negro volvés a la cocina ponés el agua hacés un té y sacás un pan gordo lo untás con mermelada de naranja para comenzar otro día ella se fue.
Incompleto
Incompleto
lunes, 26 de septiembre de 2011
El día más feliz de nuestras vidas
Llegó cansado. El ajetreo de la cotidianidad, las eternas obligaciones por cumplir, habían terminado por ese día.
Dejó a un lado las llaves, sus lápices, los libros que leía simultáneamente. Se desnudó, y su ropa quedó amontonada formando una pequeña montaña, signo de un pasado aún vivo, pero que pronto sería olvidado. Entró a bañarse.
Ella sólo lo miraba, fumando. Lo esperaba desde hacía rato. Luego de que él saliera del baño, ella comenzó a acariciarle la espalda, justo en los sitios donde aún quedaban gotitas de agua sin secar. Mientras se actualizaban el uno al otro sobre cómo había transcurrido el día, comenzaron a besarse, suave y largamente.
Su aliento a pastillas de limón -el de él- se mezclaba con el sabor a tabaco y ron de ella.
No había ninguna prisa. Los paisajes familiares de ambos cuerpos fueron nuevamente recorridos, explorados. Pero había algo -en el aire, entre ellos- diferente, nuevo, desconocido, atractivo. (¿Era la piel de ella, eran los ojos de él? No lo sabían. No importaba). Parecían dos amantes nuevos, eso los excitaba más, aunque hacía ya un tiempo largo que nada estaba prohibido para ellos.
El la volteó boca abajo, con extrema suavidad, ella lo dejó hacer; dejó que se recostara sobre su cuerpo, lo cual la hizo suspirar, dejó que le mordiera la oreja, que le susurrara palabras dulces, que bajara por su espalda, dejó que le besara su cola aún firme, perfecta, blanca.
Dejó finalmente que entrara en ella, y eso le provocó un orgasmo inmediato, corto y silencioso, nunca antes sentido así, con esa intensidad. Amaba a ese hombre.
Prácticamente ni se movían, el ritmo acompasado de sus respiraciones marcaba los tiempo del sexo, para nada urgente, para siempre de ellos y sólo de ellos, alejados de cualquier rutina.
-Quiero verte- Pidió ella. Se dio vuelta.
Sus ojos de miel eran de tal belleza que lo mareaban, sus bocas volvieron a encontrarse como hacía tiempo no lo hacían, ella abrió sus piernas, él entró ahora con un poco más de vehemencia, amándola y perdiéndose, ella pidiéndole, exigiéndole que no saliera, ella clavando sus uñas en la espalda de él, ella sonriéndole, cojiéndolo con los ojos ahora pequeños y perversos, él con su sexo duro, húmedo, arma y ofrenda, él besando y mordiendo sus pechos, revolcándose los dos en un mar de sábanas y ropa de ella, nudo de géneros y nudo de cuerpos y nudo de olores, ella como un reptil enroscada en el cuerpo sudoroso y noble y marrón del hombre deseado, ella serpiente, lagarto, camaleón, adoptando sus formas y sus colores, ya eran una sola cosa, un solo cuerpo, él sentía que iba a comerla de a poco, ella quería eso y nada mejor que eso, le dijo al oído.
Sin separarse, él se incorporó y la llevó en brazos contra la pared, podían verse en el espejo del dormitorio, se dieron cuenta de que a lo mejor algún vecino los espiaría porque las ventanas estaban abiertas, se rieron, un viento seco caliente y oscuro soplaba con violencia.
Ella acabó de nuevo, sentada y sostenida por él, su espalda en la pared, ahora gimió, le dijo cuánto lo amaba, le pidió más, cayeron de nuevo sobre la cama, él siempre encima, y cuando ella volvió a abrir los ojos luego del orgasmo, pudo verlo mientras se contraía y la llenaba, con un alarido primitivo, cavernario, puro instinto animal, bestia macho entregado, rendido, liberado al fin.
El día más feliz de mi vida, pensaron.
Al cabo de unos momentos, ella se levantó.
-Tengo que irme-, le dijo. -El vuelve esta noche-.
Fue sola hasta la puerta, salió e inmediatamente subió a su auto. Las calles estaban desiertas. El viento seguía soplando, levantando polvo, haciendo volar las últimas hojas del otoño que se iba. Primera, segunda, tercera velocidad...
El se dirigió aún desnudo hacia el armario que nunca abría. 80, 90, 100 kilómetros por hora. Parecía que flotaba sobre la avenida. Las luces eran una larga línea entre amarilla y verdosa. Sacó lo que estaba buscando, se sentó al pie de la cama, suspiró. Se acordó de cuando era chico, de la maestra de tercer grado, de las tardes en su pueblo, de su bicicleta verde. 120, 130...el suave zumbido del auto le hacía pensar en sus hijos, en su mejor amiga, en los sábados de cine con pochoclos y cocacola, doble programa de aventuras. Se puso el revólver bajo el mentón. No sintió frío. 140...Las risas de sus compañeros, el día en que se conocieron... en ella. En él.
Cerraron los ojos.
Dejó a un lado las llaves, sus lápices, los libros que leía simultáneamente. Se desnudó, y su ropa quedó amontonada formando una pequeña montaña, signo de un pasado aún vivo, pero que pronto sería olvidado. Entró a bañarse.
Ella sólo lo miraba, fumando. Lo esperaba desde hacía rato. Luego de que él saliera del baño, ella comenzó a acariciarle la espalda, justo en los sitios donde aún quedaban gotitas de agua sin secar. Mientras se actualizaban el uno al otro sobre cómo había transcurrido el día, comenzaron a besarse, suave y largamente.
Su aliento a pastillas de limón -el de él- se mezclaba con el sabor a tabaco y ron de ella.
No había ninguna prisa. Los paisajes familiares de ambos cuerpos fueron nuevamente recorridos, explorados. Pero había algo -en el aire, entre ellos- diferente, nuevo, desconocido, atractivo. (¿Era la piel de ella, eran los ojos de él? No lo sabían. No importaba). Parecían dos amantes nuevos, eso los excitaba más, aunque hacía ya un tiempo largo que nada estaba prohibido para ellos.
El la volteó boca abajo, con extrema suavidad, ella lo dejó hacer; dejó que se recostara sobre su cuerpo, lo cual la hizo suspirar, dejó que le mordiera la oreja, que le susurrara palabras dulces, que bajara por su espalda, dejó que le besara su cola aún firme, perfecta, blanca.
Dejó finalmente que entrara en ella, y eso le provocó un orgasmo inmediato, corto y silencioso, nunca antes sentido así, con esa intensidad. Amaba a ese hombre.
Prácticamente ni se movían, el ritmo acompasado de sus respiraciones marcaba los tiempo del sexo, para nada urgente, para siempre de ellos y sólo de ellos, alejados de cualquier rutina.
-Quiero verte- Pidió ella. Se dio vuelta.
Sus ojos de miel eran de tal belleza que lo mareaban, sus bocas volvieron a encontrarse como hacía tiempo no lo hacían, ella abrió sus piernas, él entró ahora con un poco más de vehemencia, amándola y perdiéndose, ella pidiéndole, exigiéndole que no saliera, ella clavando sus uñas en la espalda de él, ella sonriéndole, cojiéndolo con los ojos ahora pequeños y perversos, él con su sexo duro, húmedo, arma y ofrenda, él besando y mordiendo sus pechos, revolcándose los dos en un mar de sábanas y ropa de ella, nudo de géneros y nudo de cuerpos y nudo de olores, ella como un reptil enroscada en el cuerpo sudoroso y noble y marrón del hombre deseado, ella serpiente, lagarto, camaleón, adoptando sus formas y sus colores, ya eran una sola cosa, un solo cuerpo, él sentía que iba a comerla de a poco, ella quería eso y nada mejor que eso, le dijo al oído.
Sin separarse, él se incorporó y la llevó en brazos contra la pared, podían verse en el espejo del dormitorio, se dieron cuenta de que a lo mejor algún vecino los espiaría porque las ventanas estaban abiertas, se rieron, un viento seco caliente y oscuro soplaba con violencia.
Ella acabó de nuevo, sentada y sostenida por él, su espalda en la pared, ahora gimió, le dijo cuánto lo amaba, le pidió más, cayeron de nuevo sobre la cama, él siempre encima, y cuando ella volvió a abrir los ojos luego del orgasmo, pudo verlo mientras se contraía y la llenaba, con un alarido primitivo, cavernario, puro instinto animal, bestia macho entregado, rendido, liberado al fin.
El día más feliz de mi vida, pensaron.
Al cabo de unos momentos, ella se levantó.
-Tengo que irme-, le dijo. -El vuelve esta noche-.
Fue sola hasta la puerta, salió e inmediatamente subió a su auto. Las calles estaban desiertas. El viento seguía soplando, levantando polvo, haciendo volar las últimas hojas del otoño que se iba. Primera, segunda, tercera velocidad...
El se dirigió aún desnudo hacia el armario que nunca abría. 80, 90, 100 kilómetros por hora. Parecía que flotaba sobre la avenida. Las luces eran una larga línea entre amarilla y verdosa. Sacó lo que estaba buscando, se sentó al pie de la cama, suspiró. Se acordó de cuando era chico, de la maestra de tercer grado, de las tardes en su pueblo, de su bicicleta verde. 120, 130...el suave zumbido del auto le hacía pensar en sus hijos, en su mejor amiga, en los sábados de cine con pochoclos y cocacola, doble programa de aventuras. Se puso el revólver bajo el mentón. No sintió frío. 140...Las risas de sus compañeros, el día en que se conocieron... en ella. En él.
Cerraron los ojos.
viernes, 23 de septiembre de 2011
Casilla yahoo
Buzón de entrada: 3 correos no leídos.
Refresh.
Buzón de entrada: 3 correos no leídos.
Refresh.
Buzón de entrada: 3 correos no leídos.
Refresh.
Buzón de entrada: 4 correos no leídos.
Click.
Buzón de entrada: 3 correos no leídos....
Salir.
Refresh.
Buzón de entrada: 3 correos no leídos.
Refresh.
Buzón de entrada: 3 correos no leídos.
Refresh.
Buzón de entrada: 4 correos no leídos.
Click.
Buzón de entrada: 3 correos no leídos....
Salir.
Viernes de primavera
Gris plomo frío no ruidos no gente no luces encendidas no salgo no hablo miro por la ventana mientras escribo el paisaje es el de siempre mentira no es verdad el paisaje es otro parece el de otro tiempo no sé si pasado o futuro o algo paralelo que divide en dos al espacio yo puedo verlos a los dos simultáneamente uno es verde el otro es azul a veces rojo yo navego fluyo entre ellos dulce dulce líquido amniótico placenta que me recibe y luego me expulsa contracciones expansiones adentro afuera así es.
Gris plomo frío el cielo también está callado me acuerdo estaba sentado en el pasto en el centro mismo todo estático detenido ahora también.
Gris plomo frío de viernes de septiembre siempre con p en el medio me recibe me acuna me despide me dice adiós tengo que irme yo en cambio me quedo tengo que llamarla tengo que decirle que la extraño que la necesito que necesito que escuche lo que tengo para decirle pero no sé si ella estará ocupada o querrá atenderme o ya salió o se fue o duerme o está con alguien hombre o mujer a él o a ella sí los escuchará seguro que ella sentada al borde y él o ella acostados horizontales idos mirando al techo tal vez llorando de vez en cuando así es yo acá seco como el día de septiembre que ya se va gris plomo frío no ruidos no gente no luces encendidas tengo que llamarla ahora.
Gris plomo frío el cielo también está callado me acuerdo estaba sentado en el pasto en el centro mismo todo estático detenido ahora también.
Gris plomo frío de viernes de septiembre siempre con p en el medio me recibe me acuna me despide me dice adiós tengo que irme yo en cambio me quedo tengo que llamarla tengo que decirle que la extraño que la necesito que necesito que escuche lo que tengo para decirle pero no sé si ella estará ocupada o querrá atenderme o ya salió o se fue o duerme o está con alguien hombre o mujer a él o a ella sí los escuchará seguro que ella sentada al borde y él o ella acostados horizontales idos mirando al techo tal vez llorando de vez en cuando así es yo acá seco como el día de septiembre que ya se va gris plomo frío no ruidos no gente no luces encendidas tengo que llamarla ahora.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Septiembre
Tres minutos antes de que sonara el reloj despertador, ella se levantó, de un solo movimiento; el detalle de la alarma, puesta siempre a la misma hora, cada día, claramente era sólo una manía para ella. Una manera de acomodarse a los esquemas rutinarios impuestos no sabía bien por quién.
No encendió la luz, la penumbra de la habitación le bastaba para cambiarse, despacio, en silencio. Su lado de la cama (el izquierdo) permanecía tibio y parecía extrañarla ya.
Como todos los días a la misma hora, apenas sonó el reloj, él abrió los ojos, y con rapidísimos reflejos estiró el brazo, lo apagó, dio una vuelta más sobre su lado de su cama (el derecho), y se levantó. El click de la luz al encenderse lo despertó por completo. Se vistió despacio y en silencio. Le encantaba esta ceremonia.
Por supuesto, café caliente, solo, en su taza preferida -la amarilla-, en su sillón preferido -el incómodo-, el que la obligaba a recoger las piernas, a apuntar el cuerpo hacia la ventana por donde veía despertar a la ciudad.
Desde hacía un tiempo ella comenzaba sus días así, siempre con una nueva canción, un mundo que había descubierto un poco tarde (a sus treinta y pico), un mundo abstracto en cuanto a estímulos, concreto en cuanto a sensaciones. Sonaba una vieja canción de Peter Hammill ..."be my child, be my lover"... y, aunque ella no entendía lo que decía la letra, no importaba. Le gustaba, le hacía bien.
El, café caliente, solo, en su taza preferida, la que tenía en sus bordes las marcas del tiempo. No había pronunciado palabra alguna desde que se había despertado.
Sentado en el sillón de la casa que le daba la mayor comodidad posible (él era bastante largo), cambió la música que sonaba. Para él, hoy era día de Los Planetas, necesitaba algo que le levantara el ánimo. David y Claudia..."puedo hacer una esfera"...
Ella salió como siempre, como cada día, como un relámpago. Le gustaba dejar su casa atrás, y si a veces se olvidaba de algo, no regresaba a buscarlo. "Por algo será que lo dejé", se decía a sí misma. Su casa era como un amante, que siempre la esperaba a la hora de su vuelta bien dispuesto y con una sonrisa.
El subió al auto; ruido de llaves, ruido de música, ruido de calle, empezaba su día para con el mundo exterior. "Vamos", dijo en un susurro casi inaudible.
Cuando iba en auto, ella solía sacarse los zapatos, y sus pies descalzos sobre el tablero o sobre el asiento le devolvían el placer de contemplar sus uñas brillantes y rojas o fucsias o violetas, y le recordaban lo lindo que era transitar la vida por otros caminos, que no eran los convencionales. Gozaba realmente siendo una transgresora de casi todas las reglas que conocía, y esto no era algo ingenuo o instintivo, era producto de una decisión muy pensada, y se hacía cargo.
Estacionó en el centro de la ciudad; el sol pegaba fuerte, bien, con energía. Era septiembre.
Comenzó a caminar; deambulaba, se paraba cada tanto a ver las vidrieras de los negocios, fetiches, cosas que le gustaban sólo porque eran lindas, por su diseño, por sus colores; de vez en cuando compraba algo, en casa tenía miles de objetos atesorados, un obsesivo coleccionista de pequeños placeres. A sus treinta y pico, iba construyendo de a poco su refugio, cueva primitiva, como buen neanderthal que era (o se sentía) a veces.
Ella caminaba sin prisas, mirándolo todo; era por esta manía que siempre encontraba algo para llevar a casa, que recibía estos objetos hallados como algo natural, las cosas calzaban como un guante en los sitios que ella elegía, y quedaban perfectas (ella tenía un buen gusto innato para cualquier cosa que tuviera que ver con lo estético).
Le encantaba andar al sol, era septiembre, la mejor época del año; nada malo podía ocurrir. Divagaba, se perdía, entraba a bares, librerías, tiendas de ropas con ofertas de cambio de estación, más bares, más bares. Nunca iba a abandonar el vicio y la tentación de tomar café en su más diversas formas.
Hablaba en lenguas; su conexión con el mundo era total en esos días, una empatía con la gente y las cosas y los edificios y los autos, percepción del cosmos a través de todos los sentidos, la piel se le erizaba de tanto en tanto cuando escuchaba alguna conversación al pasar, o cuando el último viento del mes sacudía suavemente las hojas de los árboles que comenzaban a ser verdes nuevamente.
El llevaba una suerte de registro de las marcas urbanas (las provocadas y las involuntarias): señales, paredes descascaradas, alguna baldosa floja, el verdulero ambulante que gritaba sus ofertas libres de impuestos.
Ella caminaba por esos lugares de un modo totalmente opuesto: ella era las marcas, la baldosa floja, el grito del verdulero.
Eran muy diferentes en ese sentido, él era una esponja que todo lo absorbía, ella una fuente de emanación de energía vital que era atravesada por las cosas y los hechos, y los devolvía, potenciados.
Por otro lado, y en cuanto a apariencias, él era discreto en su vestir, y sutil en sus maneras de moverse, de comunicarse, de hablar (de hecho, pasaba mucho tiempo callado). Por el contrario, ella se vestía con colores llamativos, hablaba con un tono elevado (se le hinchaban a menudo las venas del cuello), de postura firme y con los pelos al viento.
Ambos comían atropelladamente, eso sí.
Los detalles de la siesta son obviados aquí, de encuentros y desencuentros se hablará en otra oportunidad, ya la tarde se iba, ya la gente en las calles apuraba el paso para hacer las últimas compras, para buscar hijos, parejas, amigos, ya la ciudad entraba en una vorágine que no los incluía.
Así pasó ese día de septiembre de 1999 para él, llegó la hora de volver a casa. Tenía una sensación de derrota siempre que llegaba ese momento, el mundo ya no lo necesitaba, el regreso era indefectiblemente en silencio, las llaves a mano, volver, volver, repetir los rituales, preparar la cena (siempre cocinaba de más, no entendía eso de las proporciones), tomar algo, la cama ya lo esperaba, su lado (el derecho) tal como lo había dejado, el otro lado (el izquierdo) tendido, perfecto, frío.
Así pasó ese día de septiembre de 2011 para ella, el regreso rápido, igual que la cena, igual que siempre, con comida que sobraba, con la sensación de que algo no encajaba, de que vivía desfasada en el tiempo, no entendía.
Se acostó, su lado de la cama (el izquierdo), como siempre abierto y solo, el otro lado (el derecho)tendido, perfecto, frío.
El apagó la luz.
Ella también.
Se durmieron.
No encendió la luz, la penumbra de la habitación le bastaba para cambiarse, despacio, en silencio. Su lado de la cama (el izquierdo) permanecía tibio y parecía extrañarla ya.
Como todos los días a la misma hora, apenas sonó el reloj, él abrió los ojos, y con rapidísimos reflejos estiró el brazo, lo apagó, dio una vuelta más sobre su lado de su cama (el derecho), y se levantó. El click de la luz al encenderse lo despertó por completo. Se vistió despacio y en silencio. Le encantaba esta ceremonia.
Por supuesto, café caliente, solo, en su taza preferida -la amarilla-, en su sillón preferido -el incómodo-, el que la obligaba a recoger las piernas, a apuntar el cuerpo hacia la ventana por donde veía despertar a la ciudad.
Desde hacía un tiempo ella comenzaba sus días así, siempre con una nueva canción, un mundo que había descubierto un poco tarde (a sus treinta y pico), un mundo abstracto en cuanto a estímulos, concreto en cuanto a sensaciones. Sonaba una vieja canción de Peter Hammill ..."be my child, be my lover"... y, aunque ella no entendía lo que decía la letra, no importaba. Le gustaba, le hacía bien.
El, café caliente, solo, en su taza preferida, la que tenía en sus bordes las marcas del tiempo. No había pronunciado palabra alguna desde que se había despertado.
Sentado en el sillón de la casa que le daba la mayor comodidad posible (él era bastante largo), cambió la música que sonaba. Para él, hoy era día de Los Planetas, necesitaba algo que le levantara el ánimo. David y Claudia..."puedo hacer una esfera"...
Ella salió como siempre, como cada día, como un relámpago. Le gustaba dejar su casa atrás, y si a veces se olvidaba de algo, no regresaba a buscarlo. "Por algo será que lo dejé", se decía a sí misma. Su casa era como un amante, que siempre la esperaba a la hora de su vuelta bien dispuesto y con una sonrisa.
El subió al auto; ruido de llaves, ruido de música, ruido de calle, empezaba su día para con el mundo exterior. "Vamos", dijo en un susurro casi inaudible.
Cuando iba en auto, ella solía sacarse los zapatos, y sus pies descalzos sobre el tablero o sobre el asiento le devolvían el placer de contemplar sus uñas brillantes y rojas o fucsias o violetas, y le recordaban lo lindo que era transitar la vida por otros caminos, que no eran los convencionales. Gozaba realmente siendo una transgresora de casi todas las reglas que conocía, y esto no era algo ingenuo o instintivo, era producto de una decisión muy pensada, y se hacía cargo.
Estacionó en el centro de la ciudad; el sol pegaba fuerte, bien, con energía. Era septiembre.
Comenzó a caminar; deambulaba, se paraba cada tanto a ver las vidrieras de los negocios, fetiches, cosas que le gustaban sólo porque eran lindas, por su diseño, por sus colores; de vez en cuando compraba algo, en casa tenía miles de objetos atesorados, un obsesivo coleccionista de pequeños placeres. A sus treinta y pico, iba construyendo de a poco su refugio, cueva primitiva, como buen neanderthal que era (o se sentía) a veces.
Ella caminaba sin prisas, mirándolo todo; era por esta manía que siempre encontraba algo para llevar a casa, que recibía estos objetos hallados como algo natural, las cosas calzaban como un guante en los sitios que ella elegía, y quedaban perfectas (ella tenía un buen gusto innato para cualquier cosa que tuviera que ver con lo estético).
Le encantaba andar al sol, era septiembre, la mejor época del año; nada malo podía ocurrir. Divagaba, se perdía, entraba a bares, librerías, tiendas de ropas con ofertas de cambio de estación, más bares, más bares. Nunca iba a abandonar el vicio y la tentación de tomar café en su más diversas formas.
Hablaba en lenguas; su conexión con el mundo era total en esos días, una empatía con la gente y las cosas y los edificios y los autos, percepción del cosmos a través de todos los sentidos, la piel se le erizaba de tanto en tanto cuando escuchaba alguna conversación al pasar, o cuando el último viento del mes sacudía suavemente las hojas de los árboles que comenzaban a ser verdes nuevamente.
El llevaba una suerte de registro de las marcas urbanas (las provocadas y las involuntarias): señales, paredes descascaradas, alguna baldosa floja, el verdulero ambulante que gritaba sus ofertas libres de impuestos.
Ella caminaba por esos lugares de un modo totalmente opuesto: ella era las marcas, la baldosa floja, el grito del verdulero.
Eran muy diferentes en ese sentido, él era una esponja que todo lo absorbía, ella una fuente de emanación de energía vital que era atravesada por las cosas y los hechos, y los devolvía, potenciados.
Por otro lado, y en cuanto a apariencias, él era discreto en su vestir, y sutil en sus maneras de moverse, de comunicarse, de hablar (de hecho, pasaba mucho tiempo callado). Por el contrario, ella se vestía con colores llamativos, hablaba con un tono elevado (se le hinchaban a menudo las venas del cuello), de postura firme y con los pelos al viento.
Ambos comían atropelladamente, eso sí.
Los detalles de la siesta son obviados aquí, de encuentros y desencuentros se hablará en otra oportunidad, ya la tarde se iba, ya la gente en las calles apuraba el paso para hacer las últimas compras, para buscar hijos, parejas, amigos, ya la ciudad entraba en una vorágine que no los incluía.
Así pasó ese día de septiembre de 1999 para él, llegó la hora de volver a casa. Tenía una sensación de derrota siempre que llegaba ese momento, el mundo ya no lo necesitaba, el regreso era indefectiblemente en silencio, las llaves a mano, volver, volver, repetir los rituales, preparar la cena (siempre cocinaba de más, no entendía eso de las proporciones), tomar algo, la cama ya lo esperaba, su lado (el derecho) tal como lo había dejado, el otro lado (el izquierdo) tendido, perfecto, frío.
Así pasó ese día de septiembre de 2011 para ella, el regreso rápido, igual que la cena, igual que siempre, con comida que sobraba, con la sensación de que algo no encajaba, de que vivía desfasada en el tiempo, no entendía.
Se acostó, su lado de la cama (el izquierdo), como siempre abierto y solo, el otro lado (el derecho)tendido, perfecto, frío.
El apagó la luz.
Ella también.
Se durmieron.
martes, 20 de septiembre de 2011
sábado, 17 de septiembre de 2011
Campo
La conversación telefónica duró poco, pues así había sido siempre; él era parco y, aunque a ella le gustaba hablar, la intermediación de un aparato era una molestia, una suerte de barrera que se interponía entre ellos, un artefacto que hacía su relación un poco más distante aún. Y sobre todo hoy, desde aquel día las cosas ya no eran iguales.
De cualquier manera convinieron en que él la llevaría en su auto rojo pequeño y medio viejo a pasear; en realidad tenían ganas de verse, desde aquel día.
Cerca de las 11 de la mañana ella escuchó el sonido (no por poco frecuente menos familiar) de su auto. Ya estaba lista, no hizo falta que él bajara, ella ya salía vestida con su ropa de campo y sus cigarrillos, sus músicas guardadas en el teléfono (¡ahora tenía mucha más música!), de buen humor a pesar del mal dormir de la noche anterior.
Un beso rápido, breve, una leve caricia en el pelo (de él a ella, de ella a él), partieron. El tenía las manos sobre el volante, ella casi le daba la espalda, miraba el paisaje por la ventanilla; la ciudad se hacía suburbio, los grises se transformaban en verdes, los techos bajos de las casas que ella registraba en un travelling infinito mutaban a espacios abiertos, casi vírgenes.
Ella durmió un poco. No importaba demasiado el rumbo que llevaban. El viaje era como soñar, dormir era otro tipo de viaje – ¿o era parte de lo mismo?-
Ahora todo era amarillo, marrón, anaranjado.
A eso de la una de la tarde llegaron. La finca era grande, casi ni se distinguían los alambrados en el horizonte. La despertaron los ladridos de los perros; uno, dos, cinco; ¿Cuántos eran?
Ya no se acordaba bien, no los veía desde aquel día.
Caminaron por el pasto alto y seco hasta la casa, abrieron todas las ventanas, él cocinó, ella puso la mesa, comieron muy frugalmente, casi no hablaron, porque no hacía falta decir nada. El vino estaba rico, oscuro, espeso, y sirvió para aflojar un poco las tensiones.
-Ey, ¿vamos a darles de comer a los animales? - Le dijo él. Sonrió por primera vez, desde aquel día.
En el proceso, ella lo miraba, muy tranquila, mientras él jugaba con los uno, dos, cinco perros, que ladraban fuerte y saltaban alto, manchando su sueter marrón (del exacto color de la tierra, de esa que era sin duda alguna su tierra, su lugar), llenando sus mangas y su cuello de motitas de pasto, lamiéndolo y frotándose y revolcándose en el suelo, para que él los acariciara mientras ponía tono de mando y les ordenaba –infructuosamente, claro- que se estuvieran quietos. Ella se dio cuenta en ese instante de que iba a querer a ese hombre sin importar lo que había pasado, ni lo que llegara a pasar.
Eso la dejó tranquila, y ahora era ella quien sonreía, por primera vez desde aquel día.
La siesta se iba, ellos y el paisaje se habían fundido en un todo, acostados como estaban el uno junto al otro en el suelo, de cara al cielo, sentían cómo el tiempo se había detenido, y les pertenecía desde siempre y para siempre.
El se levantó y comenzó a andar, uno de los perros al frente, otro atrás. El horizonte polvoriento pero cada vez más cercano lo aguardaba, como a un viejo amigo a quien no veía desde aquel día.
-Esperá, esperame papá- le dijo ella apurando el paso para alcanzarlo.
El se dio vuelta, y le tendió su mano grande.
De cualquier manera convinieron en que él la llevaría en su auto rojo pequeño y medio viejo a pasear; en realidad tenían ganas de verse, desde aquel día.
Cerca de las 11 de la mañana ella escuchó el sonido (no por poco frecuente menos familiar) de su auto. Ya estaba lista, no hizo falta que él bajara, ella ya salía vestida con su ropa de campo y sus cigarrillos, sus músicas guardadas en el teléfono (¡ahora tenía mucha más música!), de buen humor a pesar del mal dormir de la noche anterior.
Un beso rápido, breve, una leve caricia en el pelo (de él a ella, de ella a él), partieron. El tenía las manos sobre el volante, ella casi le daba la espalda, miraba el paisaje por la ventanilla; la ciudad se hacía suburbio, los grises se transformaban en verdes, los techos bajos de las casas que ella registraba en un travelling infinito mutaban a espacios abiertos, casi vírgenes.
Ella durmió un poco. No importaba demasiado el rumbo que llevaban. El viaje era como soñar, dormir era otro tipo de viaje – ¿o era parte de lo mismo?-
Ahora todo era amarillo, marrón, anaranjado.
A eso de la una de la tarde llegaron. La finca era grande, casi ni se distinguían los alambrados en el horizonte. La despertaron los ladridos de los perros; uno, dos, cinco; ¿Cuántos eran?
Ya no se acordaba bien, no los veía desde aquel día.
Caminaron por el pasto alto y seco hasta la casa, abrieron todas las ventanas, él cocinó, ella puso la mesa, comieron muy frugalmente, casi no hablaron, porque no hacía falta decir nada. El vino estaba rico, oscuro, espeso, y sirvió para aflojar un poco las tensiones.
-Ey, ¿vamos a darles de comer a los animales? - Le dijo él. Sonrió por primera vez, desde aquel día.
En el proceso, ella lo miraba, muy tranquila, mientras él jugaba con los uno, dos, cinco perros, que ladraban fuerte y saltaban alto, manchando su sueter marrón (del exacto color de la tierra, de esa que era sin duda alguna su tierra, su lugar), llenando sus mangas y su cuello de motitas de pasto, lamiéndolo y frotándose y revolcándose en el suelo, para que él los acariciara mientras ponía tono de mando y les ordenaba –infructuosamente, claro- que se estuvieran quietos. Ella se dio cuenta en ese instante de que iba a querer a ese hombre sin importar lo que había pasado, ni lo que llegara a pasar.
Eso la dejó tranquila, y ahora era ella quien sonreía, por primera vez desde aquel día.
La siesta se iba, ellos y el paisaje se habían fundido en un todo, acostados como estaban el uno junto al otro en el suelo, de cara al cielo, sentían cómo el tiempo se había detenido, y les pertenecía desde siempre y para siempre.
El se levantó y comenzó a andar, uno de los perros al frente, otro atrás. El horizonte polvoriento pero cada vez más cercano lo aguardaba, como a un viejo amigo a quien no veía desde aquel día.
-Esperá, esperame papá- le dijo ella apurando el paso para alcanzarlo.
El se dio vuelta, y le tendió su mano grande.
viernes, 16 de septiembre de 2011
Todo gira, un círculo al principio pequeño que crece en cada vuelta y vos parado ahí mirás todo simultáneamente es calesita rueda vuelta al mundo bicicleta vos parado ahí círculo cada vez más grande pero vacío por dentro porque lo que pensaste no se dio o no pudiste hacerlo y así vos en el centro parado ahí tratás de agarrarte de algo para no marearte es inútil llegan las náuseas los pies y el estómago fríos helados afuera ellos van vienen van vienen los ves pasar te sonríen no se ríen de vos eso es vos parado ahí sos un imbécil ya pasó lo que tenía que pasar y vos no estuviste vos estabas parado en el centro de ese círculo de mierda te sangran los oídos te sangran los dedos de las manos ahora vos girás y el círculo se detuvo pero es igual la inercia hace que caigas de rodillas es entonces cuando creés que todo acabó el mal sueño fue sólo eso y despertás... con sangre en las manos, estás en el centro de un círculo, vos, parado ahí.
Ella
Inventaba palabras
Sólo para él
Jugaba...
Juega.
El la mira, con ojos torcidos brillosos y marrones.
Sólo para él
Jugaba...
Juega.
El la mira, con ojos torcidos brillosos y marrones.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Inventario
Al día de la fecha,
1154 discos,
472 libros,
35 lápices negros,
7679 negativos,
4 cámaras,
15 camisas,
6 pantalones,
1 reloj.
4 pares de zapatos,
1 taza para el café,
99 revistas de música.
Unos pocos cuadernos,
Una historia,
Y estos 45 años que me han alcanzado.
1154 discos,
472 libros,
35 lápices negros,
7679 negativos,
4 cámaras,
15 camisas,
6 pantalones,
1 reloj.
4 pares de zapatos,
1 taza para el café,
99 revistas de música.
Unos pocos cuadernos,
Una historia,
Y estos 45 años que me han alcanzado.
Al principio
con las mejores de las intenciones te acordás de fechas datos impresiones gestos ideas nimiedades minucias qué linda palabra y de cualquier cosa que te vincule con ese otro ser que te sacude las estructuras después despacito te vas olvidando como si una suave nube de polvo fuera cubriéndote con una sensación de amortiguamiento sopor tus ojos desenfocan entonces esas cosas que eran tan importantes se te van de la cabeza y del corazón sobre todo del corazón cómo era su cara cómo eran sus manos cómo era parece que pasó hace tanto eran los días en los que el sol te acompañaba siempre y si llovía era como la foto esa que viste el otro día la chica se bañaba pero en realidad se lavaba desde adentro y salían miles de gotitas que eran expulsadas para sacarse la mierda de encima y entonces de nuevo el sol y entonces de nuevo ese otro ser que te miraba con cara rara y entonces hablaban del tarro de café que te regalaron o del álbum blanco de los beatles o de las plantas y hablaban también dear prudence won´t you come out to play era lindo porque vos cantabas boludeces y te escuchaban y de casualidad abrías un libro y había otra foto mejor todavía y ahí comenzaba el viaje y tus manos eran seres autónomos que recorrían plácidos paisajes y luego ásperos y luego tus manos avisaban que habían llegado a destino y te jurabas que nunca te ibas a olvidar porque era demasiado placer como para olvidarse pero no no hay caso esto es así no hay vuelta dear prudence won´t you let me see your smile te fuiste es como una foto vieja desvanecida casi gris o amarillenta sí.
sábado, 10 de septiembre de 2011
Se puso sus jeans holgados
su remera amarilla y naranja sus sandalias gastadas y viejas regalo de alguien a quien ya no recuerda y sale a caminar no se peinó hoy no importa ve gente para a comprar algo esos bizcochitos negros que tanto le gustan gente gente más gente indescifrable cómo le gustan estos bizcochos mmm rico camina pasa por avenidas y casas y autos y árboles torcidos siente el aire que la atraviesa se imagina qué estarán haciendo los demás ella a lo mejor duerme él tal vez esté escribiendo poemas ella fuma ella dibuja en servilletas que luego deja en sitios para que alguien los vea él ya salió.
camina rumbo a la nada o tal vez sea para encontrarse con lo que la complete de una vez se sacude un poco menea la cabeza se dice a sí misma pará un poco se acuerda de una música esa que le mandaron hoy delivery dj ya se olvidó la melodía afuera el mundo sigue cómo era bueno no importa lo que importa es la intención calles atiborradas de cosas que se le escapan él también camina pero por otros paisajes está ensimismado enrollado en cosas que no comprende por qué llegué hasta aquí se pregunta entra en un bar pide un café desde la ventana ve pasar la vida de los otros la de él está ahí detenida suspendida congelada lee vuelve a pensar en alguna respuesta no se le ocurre ninguna termina el café sale rumbo al sur ella entra al mismo bar se sienta en la silla que él dejó tibia pide un café no sabe que él estuvo allí pero algo presiente no entiende el porqué de su piel erizada agarra una servilleta con un dibujo hermoso y erótico se acuerda de anoche con él dobla la servilleta la guarda mejor no la saca y la deja en otra mesa se acuerda de su olor a hombre a niño a hombre de nuevo se acuerda de cómo la llevó hasta donde quiso y la trajo de vuelta y cómo ella se entregó casi sin resistencia llega el mozo con el café ella no se da cuenta de que él la mira raro qué le pasará a esta mujer se pregunta pero se da vuelta a atender a los recién llegados que también la miran parace que ella está flotando a diez centímetros del suelo y tal vez sea verdad sale se asegura antes de que el dibujo esté visible camina rumbo al sur como él pero hoy no habrá encuentro aunque ambos lo deseen ella tuerce a la izquierda llega a la plaza y hay pájaros y nenes jugando se ensucian gritan la miran le sonríen corren y se alejan ella se tira en el pasto sueña despierta lo extraña y él a ella pero él no está en el pasto sino en otro bar pierde el tiempo tiene que trabajar hoy también pero no quiere ir ella fuma y fuma y fuma le encanta se levanta vuelvo a casa piensa y así es vuelve a casa el no quiere ir a trabajar nunca más ella está a dos cuadras para compra otro paquete de puchos él tararea una canción mientras sube por el ascensor recinto extraño y si me quedo atrapado aquí se pregunta ella ya llegó pone las llaves en la cerradura las gira con destreza o será la costumbre siempre le erra con la llave pero hoy no deja sus cosas en el perfecto orden casual de siempre es genial a ella le sale bien escucha un ruido es él que ya estaba allí se miran y comprenden que se han esperado toda la vida se besan y ella le ofrece un café que él acepta es sábado.
camina rumbo a la nada o tal vez sea para encontrarse con lo que la complete de una vez se sacude un poco menea la cabeza se dice a sí misma pará un poco se acuerda de una música esa que le mandaron hoy delivery dj ya se olvidó la melodía afuera el mundo sigue cómo era bueno no importa lo que importa es la intención calles atiborradas de cosas que se le escapan él también camina pero por otros paisajes está ensimismado enrollado en cosas que no comprende por qué llegué hasta aquí se pregunta entra en un bar pide un café desde la ventana ve pasar la vida de los otros la de él está ahí detenida suspendida congelada lee vuelve a pensar en alguna respuesta no se le ocurre ninguna termina el café sale rumbo al sur ella entra al mismo bar se sienta en la silla que él dejó tibia pide un café no sabe que él estuvo allí pero algo presiente no entiende el porqué de su piel erizada agarra una servilleta con un dibujo hermoso y erótico se acuerda de anoche con él dobla la servilleta la guarda mejor no la saca y la deja en otra mesa se acuerda de su olor a hombre a niño a hombre de nuevo se acuerda de cómo la llevó hasta donde quiso y la trajo de vuelta y cómo ella se entregó casi sin resistencia llega el mozo con el café ella no se da cuenta de que él la mira raro qué le pasará a esta mujer se pregunta pero se da vuelta a atender a los recién llegados que también la miran parace que ella está flotando a diez centímetros del suelo y tal vez sea verdad sale se asegura antes de que el dibujo esté visible camina rumbo al sur como él pero hoy no habrá encuentro aunque ambos lo deseen ella tuerce a la izquierda llega a la plaza y hay pájaros y nenes jugando se ensucian gritan la miran le sonríen corren y se alejan ella se tira en el pasto sueña despierta lo extraña y él a ella pero él no está en el pasto sino en otro bar pierde el tiempo tiene que trabajar hoy también pero no quiere ir ella fuma y fuma y fuma le encanta se levanta vuelvo a casa piensa y así es vuelve a casa el no quiere ir a trabajar nunca más ella está a dos cuadras para compra otro paquete de puchos él tararea una canción mientras sube por el ascensor recinto extraño y si me quedo atrapado aquí se pregunta ella ya llegó pone las llaves en la cerradura las gira con destreza o será la costumbre siempre le erra con la llave pero hoy no deja sus cosas en el perfecto orden casual de siempre es genial a ella le sale bien escucha un ruido es él que ya estaba allí se miran y comprenden que se han esperado toda la vida se besan y ella le ofrece un café que él acepta es sábado.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Sol
Cortaste el pasto, la enredadera, sacaste las hojas secas de los árboles; lavaste, limpiaste, te sentaste ahí, mirando hacia arriba; hiciste lo que debías, lo que tenías que hacer, y lo que querías hacer. Te tomaste ya dos cafés bien grandes (sin azúcar)en esa taza amarilla jetona, que tanto te gusta. Te habían despertado los pájaros y pensaste que éste sería un buen día. Creíste que te ibas a olvidar. Salió el sol.
Desde el principio tuviste su imagen metida bien adentro de tu cabeza, no te la pudiste sacar con ningún truco, intentaste todo; pensaste en las asquerosidades más repulsivas que se hicieron el uno al otro, en los insoportables días de mierda que pasaron juntos, en las palabras soeces e insultantes que se dijeron, en el desprecio y la mugre que eran capaces de destilar ambos, al mismo tiempo, mecanismos infalibles de destrucción.
Imposible.
Hiciste otro intento.
Pensaste -sí, lo hiciste- en ese día cuando se sentaron juntos en el umbral de la puerta de una vieja casa con árboles y papelitos y mierda de perro y hojas muertas en la vereda, y se besaban... pero el hielo de su indiferencia te comía las tripas y sabías que no había caso, que era inútil pedir o dar algo que se pareciera al amor, eso ya estaba liquidado, inerte, eso estaba fuera de registro, desfasado, era como besar a un otro, a una persona desconocida.
Pero no pudiste olvidarte.
No pudiste, porque en a pesar de toda la mierda, del cansancio, del agobio, de canciones gastadas, de papeles amarillos y amargos, la amás.
Desde el principio tuviste su imagen metida bien adentro de tu cabeza, no te la pudiste sacar con ningún truco, intentaste todo; pensaste en las asquerosidades más repulsivas que se hicieron el uno al otro, en los insoportables días de mierda que pasaron juntos, en las palabras soeces e insultantes que se dijeron, en el desprecio y la mugre que eran capaces de destilar ambos, al mismo tiempo, mecanismos infalibles de destrucción.
Imposible.
Hiciste otro intento.
Pensaste -sí, lo hiciste- en ese día cuando se sentaron juntos en el umbral de la puerta de una vieja casa con árboles y papelitos y mierda de perro y hojas muertas en la vereda, y se besaban... pero el hielo de su indiferencia te comía las tripas y sabías que no había caso, que era inútil pedir o dar algo que se pareciera al amor, eso ya estaba liquidado, inerte, eso estaba fuera de registro, desfasado, era como besar a un otro, a una persona desconocida.
Pero no pudiste olvidarte.
No pudiste, porque en a pesar de toda la mierda, del cansancio, del agobio, de canciones gastadas, de papeles amarillos y amargos, la amás.
martes, 6 de septiembre de 2011
Cut/Copy/Paste
Uno, dos, tres cafés. El pelo de ella, su bombacha blanca con tiritas de encaje, los pies grandes(con arco), el dolor de muelas, marcas de almohada en la cara, impresiones en blur de la noche anterior, las manos suaves, martes.
Cosas agolpadas en la cabeza, mañana, mañana de nuevo, cut/copy/paste; dos segundos más, un segundo más, ya voy.
Cosas agolpadas en la cabeza, mañana, mañana de nuevo, cut/copy/paste; dos segundos más, un segundo más, ya voy.
domingo, 4 de septiembre de 2011
Otro domingo
Se repiten los rituales, la música suena desde hace rato, Morrissey Bowie Weller Sylvian, lo de siempre. Todavía no se lavó la cara. Todavía no despertó completamente. Está solo. Su mundo, reducido a un metro cuadrado. Pero vaya si tiene importancia, dichoso metro.
Partituras, libros, discos, brochecitos, accesorios, lápices, escritos, hojas sueltas; fetiches de la vida moderna que lo acompañan desde hace tanto tiempo ya. Le gusta eso.
(Siempre sonríe, medio para adentro, cuando piensa en estas cosas, cuando escribe sobre estas cosas). Obsesiones incontrolables.
Territorio hombre. ¿Dónde se termina uno y dónde empieza el otro? Indisolublemente van, eso que lo identifica es lo que él ha construido casi sin pensarlo, y vaya trampa en la que está metido: demasiado peso, demasiado ahí, demasiado todo, en los días en que nada sirve, nada alcanza, los ojos cansados, mirando lejos, lejos.
De cualquier modo, él es esa geografía, ese hombre-territorio. Aparte, hoy es domingo, y está feliz haciendo lo que más le gusta hacer: soñar con los ojos abiertos, imaginar viajes (Positano es un buen destino), salir sin moverse de su lugar. Escribir zonzeras, rayar hojas en blanco con sus lápices de mina blanda, ver, ver, ver hasta que los ojos se le llenan de pequeñas maravillas cotidianas.
De repente, aparece ella. Territorio mujer. Pelos largos, lacios. Ojos que miran desde bien adentro. Marcas en la piel, (en las manos, en el cuello, en la panza,invisibles para los indiferentes).
-Hola- Le dice con la voz un poco ronca. (Anoche se acostó tarde).
-Hola.
Otro domingo.
sábado, 3 de septiembre de 2011
Ropa
Sacarse la remera, los zapatos, el pantalón, tirar todo a la mierda; estar en bolas al sol, al mundo, a la vida. Echarse desnudo en el balcón, en el jardín, en el patio, en la casa, dejar que el aire pegue y pase y entre sin reservas; esperar la lluvia como si fuera la última, la definitiva (así se confunden las gotas con las lágrimas).
Dejarse ir, mojarse, secarse, mojarse de nuevo. Bañarse diez veces, gritar un poco, callar mucho. Acordarse de los días felices, y de los días de mierda. Sobre todo de los días de mierda.
Cortarse el pelo, afeitarse, arrancarse las cejas, depilarse el pubis, eliminar cualquier vestigio de ese o esa o eso que fuimos, empezar de nuevo.
Definitivamente mandar a la mierda a los indeseables.
Empezar de nuevo; de nuevo; de nuevo.
Ponerse la mejor ropa. Sacársela. Prender fuego a las viejas fotos, y a las nuevas también.
Sentirse un estúpido, darse cuenta de que realmente lo es; reírse. Fuerte.
Fantasear con el escape (en cualquiera de sus infinitas formas). Proponerse metas que a los dos minutos olvidamos. Proponerse otras metas, que a los cuatro minutos olvidamos.
Irse.
Flagelarse de diversas maneras, todas insuficientes.
Respirar.
Inspiro,
Expiro.
Inspiro,
Expiro.
Esto es, esto es, te repiten todo el tiempo. No alcanza. A no ser que...
Te saques la remera, los zapatos, el pantalón...
viernes, 2 de septiembre de 2011
Despertar
En el milisegundo que va de la inconciencia al despertar, pensó en él.
En ese hombre con el que se había topado (ésa era la palabra justa para describir su encuentro); bello, seductor, atractivo, sexual. Pensó en cuánto le gustaba mirarlo mientras él no la veía, en cómo sus caricias le hacían vibrar las fibras del cuerpo que creía dormidas para siempre, en lo bien que se sentía su aliento, suave, sobre ella.
En la centésima de segundo previa a despertar, se acordó de las palabras dichas, de los silencios que compartían abrazados, de la complicidad secreta y divertida.
En último instante antes de entrar en el mundo de los vivos, pensó cuánto lo deseaba; pensó también en qué música le tendría preparada, cómo sería el primer beso del día (sus besos eran hermosos). Se preguntó si esto que le pasaba era real o no.
-Tengo que levantarme-, se dijo. -Un largo día me espera-.
Se olvidó de todo.
jueves, 1 de septiembre de 2011
miércoles, 31 de agosto de 2011
¿Cómo será?
¿Cómo será el olor del cansancio,
Del hastío,
Del agobio?
Como el de las semillas secas al sol
Como el olor a flores rancias
Como el que tenías hoy cuando te vi?
Del hastío,
Del agobio?
Como el de las semillas secas al sol
Como el olor a flores rancias
Como el que tenías hoy cuando te vi?
domingo, 28 de agosto de 2011
Así
Me acuerdo de ayer (¿o fue la semana pasada a la siesta, o recién?). Vos me subiste con la urgencia húmeda de terminar con todo de una vez yo te dejé hacer y vos empezaste te movías despacio al principio y yo te rozaba con mis dedos los pechos pequeños y tu pelo largo y lacio me tocaba apenas los pezones y vos me apoyaste tus manos grandes sobre los hombros trampa cárcel tormento juego sonrisas que no veíamos por la penumbra y porque te juro que nunca abrimos los ojos y yo estaba quieto adentro hasta que me dijiste ahora y yo te dije ahora y parecíamos un solo cuerpo tu panza chata pegada a la mía más redonda tu piel transpirada pegajosa y toda mía tu voz diciéndome no sé qué cosa ya no importa más nada y yo gritando desde lo más profundo y ahogándome hasta que vos te pusiste dura una dos tres veces cuatro y yo volví a acabar los dos juntos ya no importa más nada yo me dije voy a morirme quiero morirme así quiero que cuando llegue el momento sea así con vos no importa si es esta noche o a la siesta o recién.
miércoles, 24 de agosto de 2011
Estaban ahí
El pidió una ensalada, de ésas que comía la gente sana, lujo que no podía darse muy a menudo. Y una coca.
Mientras leía el libro de turno, estaba atento al celular, que ansiosamente revisaba cada dos minutos.
-"Voy para allá"- Decía el primer mensaje. (El único, el que había esperado leer desde hacía días).
-"Voy"- Contestó.
Pagó, salió del bar, casi que corrió las cinco cuadras que lo separaban del encuentro con ella.
Llegaron casi al mismo tiempo. Se miraron, curiosos. Nunca antes se habían visto de ese modo. (Creo que nunca después lo hicieron).
Entraron, ella dejó sus cosas por ahí, como al descuido. No hacía falta mayor cuidado, todo estaba en un perfecto orden.
Preparó todo.
El se preparó también. Intuía, Sabía que no había retorno posible después de esto. Bebieron, fumaron, hablaron un poco; ya obnubilado por el alcohol y el humo, se sentía bien. Muy bien.
-¿Qué estamos haciendo?- Preguntó él. (¿O había sido ella?).
-No sé- Respondió uno de los dos. -Pero esto es lo que queremos, ¿no?-.
El primer beso fue devastador, para ambos. El sentía cómo ella se desarmaba en sus brazos, y la sostenía, y se sostenía, y en ese instante comprendió que la amaba como nunca a nadie antes. Ella sólo podía dejarse ir, entregarse, perderse en los labios de este hombre que el azar y el tiempo le habían presentado, casi de casualidad.
Ella propuso un pacto. Sólo sería por esa única noche.
-De acuerdo-, dijo él.
Sabían que era mentira, una manera de protegerse, un intento de escapar al inevitable destino que no los separaría jamás.
Cuando se desnudaron sin prisas el uno al otro, en la semipenumbra de su cuarto, él... tuvo que dar vuelta la cara para que ella no viera sus lágrimas. Y ella... sólo se dejó caer, sonriéndole, invitándolo al juego.
Se exploraron. Con los ojos y las bocas y las lenguas y las manos y el olfato y el oído y las mentes y con y por cada poro de sus cuerpos. Cada centímetro de uno, alternativamente, era ya propiedad del otro. El saboreaba la sal de su cuello, el olor a pan de su cabello, sus pechos, su pubis, sus piernas que lo apretaban fuerte. Ella se había abrazado para no soltarlo nunca.
Cuando entró en ella, se dio cuenta de que todo, desde que se vieron en la puerta de su casa, mientras bebían y fumaban y charlaban, cuando se dieron ese primer y fundamental beso, ahora, ya, todo todo todo era parte de un larguísimo orgasmo mutuo, una tremenda manera de asumir que, después de eso, nada en sus vidas sería igual.
El acabó erguido, de rodillas, sosteniéndola al borde de la cama, mientras ella, con el cuello volcado hacia atrás, se arqueaba mientras sus últimos movimientos espasmódicos terminaban de sacudirla, callada pero con la boca abierta como si estuviera gritando.
Estaban ahí. El, largo como era, despierto; ella, con los ojos cerrados, despierta.
Estaban ahí. Sabían que se amaban. Sabían que no tenían chances. Que no era el momento, que no podían, que se iban a destruir.
Estaban ahí.
Cuando salió el sol, él se puso la ropa, despacio, para no despertarla.
No miró hacia atrás cuando dejó su casa. Iba a volver, seguro.
Mientras leía el libro de turno, estaba atento al celular, que ansiosamente revisaba cada dos minutos.
-"Voy para allá"- Decía el primer mensaje. (El único, el que había esperado leer desde hacía días).
-"Voy"- Contestó.
Pagó, salió del bar, casi que corrió las cinco cuadras que lo separaban del encuentro con ella.
Llegaron casi al mismo tiempo. Se miraron, curiosos. Nunca antes se habían visto de ese modo. (Creo que nunca después lo hicieron).
Entraron, ella dejó sus cosas por ahí, como al descuido. No hacía falta mayor cuidado, todo estaba en un perfecto orden.
Preparó todo.
El se preparó también. Intuía, Sabía que no había retorno posible después de esto. Bebieron, fumaron, hablaron un poco; ya obnubilado por el alcohol y el humo, se sentía bien. Muy bien.
-¿Qué estamos haciendo?- Preguntó él. (¿O había sido ella?).
-No sé- Respondió uno de los dos. -Pero esto es lo que queremos, ¿no?-.
El primer beso fue devastador, para ambos. El sentía cómo ella se desarmaba en sus brazos, y la sostenía, y se sostenía, y en ese instante comprendió que la amaba como nunca a nadie antes. Ella sólo podía dejarse ir, entregarse, perderse en los labios de este hombre que el azar y el tiempo le habían presentado, casi de casualidad.
Ella propuso un pacto. Sólo sería por esa única noche.
-De acuerdo-, dijo él.
Sabían que era mentira, una manera de protegerse, un intento de escapar al inevitable destino que no los separaría jamás.
Cuando se desnudaron sin prisas el uno al otro, en la semipenumbra de su cuarto, él... tuvo que dar vuelta la cara para que ella no viera sus lágrimas. Y ella... sólo se dejó caer, sonriéndole, invitándolo al juego.
Se exploraron. Con los ojos y las bocas y las lenguas y las manos y el olfato y el oído y las mentes y con y por cada poro de sus cuerpos. Cada centímetro de uno, alternativamente, era ya propiedad del otro. El saboreaba la sal de su cuello, el olor a pan de su cabello, sus pechos, su pubis, sus piernas que lo apretaban fuerte. Ella se había abrazado para no soltarlo nunca.
Cuando entró en ella, se dio cuenta de que todo, desde que se vieron en la puerta de su casa, mientras bebían y fumaban y charlaban, cuando se dieron ese primer y fundamental beso, ahora, ya, todo todo todo era parte de un larguísimo orgasmo mutuo, una tremenda manera de asumir que, después de eso, nada en sus vidas sería igual.
El acabó erguido, de rodillas, sosteniéndola al borde de la cama, mientras ella, con el cuello volcado hacia atrás, se arqueaba mientras sus últimos movimientos espasmódicos terminaban de sacudirla, callada pero con la boca abierta como si estuviera gritando.
Estaban ahí. El, largo como era, despierto; ella, con los ojos cerrados, despierta.
Estaban ahí. Sabían que se amaban. Sabían que no tenían chances. Que no era el momento, que no podían, que se iban a destruir.
Estaban ahí.
Cuando salió el sol, él se puso la ropa, despacio, para no despertarla.
No miró hacia atrás cuando dejó su casa. Iba a volver, seguro.
domingo, 21 de agosto de 2011
El jodidamente certero Bret Easton Ellis
... y se me va la mirada hacia los chicos apenas lo bastante mayores para conducir que se están bañando en la piscina climatizada, las chicas con tanga y tacones altos que hay junto al jacuzzi, esculturas animadas en todas partes, un mosaico de juventud, un lugar al que ya no perteneces.
Suites Imperiales
sábado, 20 de agosto de 2011
Sin título
Aquí veo
Gente
Que no hace
Nada
(Excepto sonreír)
Y yo
Pienso
En lo infelices
Que son
(¿Ellos?)
Gente
Que no hace
Nada
(Excepto sonreír)
Y yo
Pienso
En lo infelices
Que son
(¿Ellos?)
jueves, 18 de agosto de 2011
Música para los días
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Sol-Do-Re-Mi(Do)
Fa(Fa)-Fa-Fa
Fa(Do)-Mi-Mi
Mi(Re)-Re-Re-Mi-Re(Sol)-Sol
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Sol-Do-Re-Mi(Do)
Fa(Fa)-Fa-Fa
Fa(Do)-Mi-Mi
Sol(Sol)-Sol-Fa(Fa)-Re-Do(Do)
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Sol-Do-Re-Mi(Do)
Fa(Fa)-Fa-Fa
Fa(Do)-Mi-Mi
Mi(Re)-Re-Re-Mi-Re(Sol)-Sol
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Mi-Mi
Mi(Do)-Sol-Do-Re-Mi(Do)
Fa(Fa)-Fa-Fa
Fa(Do)-Mi-Mi
Sol(Sol)-Sol-Fa(Fa)-Re-Do(Do)
domingo, 14 de agosto de 2011
Hoy
sábado, 13 de agosto de 2011
I have the moon
We have walked in ancient times,
And we've been burnt for many crimes,
We have envied many lives,
But we never really died,
You have the sun I have the moon
You have to fly around the world all day,
To keep the sun upon your face,
I'd like to come and comfort you,
But i'd be blind if I were blue,
You have the sun I have the moon
You've come to die under the sun,
And i'll be doomed to carry on,
You have become like other men,
But yet you kiss me once again,
You have the sun I have the moon
And we've been burnt for many crimes,
We have envied many lives,
But we never really died,
You have the sun I have the moon
You have to fly around the world all day,
To keep the sun upon your face,
I'd like to come and comfort you,
But i'd be blind if I were blue,
You have the sun I have the moon
You've come to die under the sun,
And i'll be doomed to carry on,
You have become like other men,
But yet you kiss me once again,
You have the sun I have the moon
sábado, 6 de agosto de 2011
Siesta
Entraron.
El le mostró sus tesoros, ella los suyos. Tomaron café. Se regalaron miradas y sonrisas y caricias.
La siesta invitaba a todo -lo posible y lo imposible-.
Soñaron juntos, casi con las mismas cosas.
Luego, hablaron. Y hablaron. Y hablaron. Era como una adicción, no podían parar.
A él le gustaba que ella fuera tan... perfectamente imperfecta. Lo volvía loco su pelo, sus ojos de miel, su ropa, su panza, la tirita de su bombacha apareciendo por sobre el vaquero gastado. Y lo que decía y cómo lo decía, con una rara mezcla de apasionamiento y frescura.
A ella, le encantaba que él supiera cuándo callar, cuando apretarla fuerte, cuándo besarla en la boca, cuándo llevarla a otros mundos, íntimos, secretos, sólo suyos.
(El no era tan lindo como ella).
La siesta se hacía tarde, el sol seguía su curso para perderse una vez más, por un día más, tras la negra línea de algún viejo edificio. Apuraron besos, olvidaron cosas, se tropezaron el uno con el otro al abrir la puerta, sabían que llegaban tarde a donde fuera que iban.
Salieron.
El le mostró sus tesoros, ella los suyos. Tomaron café. Se regalaron miradas y sonrisas y caricias.
La siesta invitaba a todo -lo posible y lo imposible-.
Soñaron juntos, casi con las mismas cosas.
Luego, hablaron. Y hablaron. Y hablaron. Era como una adicción, no podían parar.
A él le gustaba que ella fuera tan... perfectamente imperfecta. Lo volvía loco su pelo, sus ojos de miel, su ropa, su panza, la tirita de su bombacha apareciendo por sobre el vaquero gastado. Y lo que decía y cómo lo decía, con una rara mezcla de apasionamiento y frescura.
A ella, le encantaba que él supiera cuándo callar, cuando apretarla fuerte, cuándo besarla en la boca, cuándo llevarla a otros mundos, íntimos, secretos, sólo suyos.
(El no era tan lindo como ella).
La siesta se hacía tarde, el sol seguía su curso para perderse una vez más, por un día más, tras la negra línea de algún viejo edificio. Apuraron besos, olvidaron cosas, se tropezaron el uno con el otro al abrir la puerta, sabían que llegaban tarde a donde fuera que iban.
Salieron.
miércoles, 3 de agosto de 2011
Jueves
Salimos ese día, ese jueves por la mañana, ella... no tenía nada que hacer, yo quería hacerlo todo con ella. Caminamos como si hubiese sido la primera vez -a lo mejor lo era-; juro que no me cansé, no había ni música ni pájaros ni calor, sólo caminábamos, de la mano, sueltos, juntos. Nunca fuimos tan bellos como en ese momento, nunca nos amamos tanto como en ese día.
martes, 2 de agosto de 2011
Mi Sangrienta Valentina
jueves, 28 de julio de 2011
miércoles, 27 de julio de 2011
Suscribirse a:
Entradas (Atom)